En el puerto francés de El Havre se discute cómo solucionar el hecho de que ahora, a consecuencia del brexit, un camión con mercancías británicas tardaría un promedio de seis horas en ser retirado del puerto, cuando antes tardaba apenas una. Para satisfacción o desilusión de muchos, esta es una clara involución en los procesos comerciales de la Unión Europea luego de muchos años de establecida y en plena crisis. Acá en Centroamérica, intentando la evolución con un ensayo de unión aduanera regional, se modifica un sistema para presentar la declaración aduanera y se hace colapsar el comercio intrarregional completito.
Este es un ejemplo de varios posibles que muestran lo nada preparados que estamos para una economía actual, ya no digamos para una economía en ciernes, con cambios sustanciales en la forma de producir, distribuir y consumir, de cara a las nuevas formas de trabajo, a las nuevas tecnologías y, en general, a las nuevas fuerzas que moldean la economía mundial.
En la ilusión de estar listos para la transformación digital, los negocios de plataformas, el transporte multimodal y otros sueños nacionales que en otros lugares ya son realidad, vemos los esfuerzos realizados por empresas y acaso por sectores, pero el todo no es siempre la suma de las partes. Y si no conseguimos moldear la economía del país a un mínimo aceptable de modernidad actual, vamos a seguir trabados en el submundo repetitivo del nunca jamás.
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Y aunque las condiciones de los entornos económicos cambian y nuevas formas de hacer las cosas aparecen, los insumos en el nivel macro siguen siendo los mismos: los seres humanos, los recursos naturales, el capital económico y la capacidad de gestionar la diversidad y de convertir las ventajas comparativas en competitivas (y de reconocer que, en estos tiempos, algunas ventajas que se mantienen románticamente publicitadas son en realidad desventajas que también hay que saber administrar).
No es suficientes ser la tierra «del son, de las guapas mujeres y de la marimba» para atraer turismo. Hay facilidades por implementar que deben soportar a dicho sector, como carreteras y seguridad. Tener 340 microclimas hace que podamos producir casi cualquier producto agrícola, pero en escalas mínimas, casi de muestra comercial. Hay que tener semillas mejoradas y tecnología aplicada. Ser un pueblo de gente esforzada no alcanza si no estás nutrido y educado. Y ver los bellos paisajes alcanzados por la basura y el deterioro de los suelos no te augura nada bueno para el futuro.
El futuro no llega, sino que se supone que se construye. Pero hasta ahora solo lo hacemos en la canción de Danilo Cardona. No tenemos ni la capacidad mínima para mantener un presente decente. Remendar el modelo sirve en el cortísimo plazo para no morir, pero ya hay que pensar en cambiarlo. En lo chapuceado de la coyuntura, hasta los mexicanos sacan su versión Chespirito de un Plan Marshall sobre el que nadie les preguntó, refrito patético del Puebla Panamá. Y oscuro se pone el panorama cuando las caravanas humanas se dirigen al norte y recuerdan lo premonitorio de lo escrito por Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina. Y esto pasa porque el futuro no se ha construido. Hay que construir el presente primero. Bueno, había que construirlo hace rato.
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