Me tocó en suerte ser acólito preconciliar cuando la liturgia era rezada o cantada en latín y disfruté (así como se lee, disfruté) el cambio litúrgico que propició el Concilio Vaticano II. No tanto porque se dejara de lado aquella lengua indoeuropea, sino porque en los nuevos ritos ya no se incluyó el Oficio de Tinieblas del Miércoles Santo. En dicho ritual se cantaba un responsorio llamado Iudas mercator pessimus, que me provocaba mucha angustia.
El Oficio de Tinieblas era un servicio litúrgico del oficio divino que se realizaba durante las horas de maitines y laudes los tres últimos días de la Semana Mayor. Por alguna razón (que nunca conocí) en la catedral de Cobán se realizaba exclusivamente el día miércoles a la hora de la penumbra. Me refiero a los años entre 1962 y 1966. Ese día se cantaba el responsorio Iudas mercator pessimus, de Tomás Luis de Victoria. Mediante el responso se traía a la memoria la traición de Judas. Según las monjas que lo vocalizaban, había una versión monofónica mucho más antigua, pero ellas nunca tuvieron a mano esa partitura.
Mi zozobra nada tenía que ver con la magnificencia de la obra escrita por uno de los mejores compositores polifonistas del Renacimiento. El desasosiego que me generaba estaba relacionado con la opacidad del crepúsculo (momento en que se cantaba), con la traición misma y con esos versos tan, pero tan duros del responsorio: «Melius illi erat si natus non fuisset (más le hubiese valido no haber nacido)». Y desde entonces traté de entender (sin lograrlo) el entresijo de Judas.
Debido a que no pude concluir nada en relación con el Iscariote, procuré entonces comprender a los judas actuales, particularmente a quienes han traicionado a nuestro pueblo. Me concentré en la búsqueda de sus características, de sus aristas ocultas y del porqué de sus acciones. De esas resultas, cuando alguien me preguntó la razón de mis pesquisas respondí: «Porque creo en la capacidad del ser humano de tomar sus propias decisiones, si bien muchas veces la voluntad es anulada por la necesidad de sobrevivencia. Y demás está decir que tanto Judas Iscariote como los nuestros no tenían necesidades económicas». Ah, pero el uno y los otros emergieron en la historia signados por sus terribles ambiciones políticas, que tenían como basa otras peores. (Este último razonamiento no lo expresé en ese momento).
Lástima grande por el uno y por los otros porque la ambición en su buen sentido puede llevar a las personas a lograr honrosas metas para fines propios y comunitarios. Sin embargo, en el caso de los felones actuales, el ansia desmedida de poder y de riquezas (como un insano deseo) ha sido el motor que los ha movido incluso hasta el borde del despeñadero. Y los traidores actuales se han hecho más merecedores del título mercator pessimus que el mismo Judas Iscariote. Veamos los porqués.
Cuando en Guatemala comenzó la seguidilla de los supuestos gobiernos civiles (empezando por el de Vinicio Cerezo Arévalo), muchos aprovechados se apegaron a la Iglesia católica en tanto algunos principios de la Democracia Cristiana iban muy de la mano con la doctrina social de la Iglesia. De esa cuenta alcanzaron puestos de gobernadores, de ministros y otros de elección popular amparados en la égida de la dicha doctrina o de la conciliación democrática con la fe cristiana. Pasados los años y logrados sus objetivos (entre ellos enriquecerse solapadamente), giraron 180 grados. ¡Oh, pobre memoria! Resulta que ahora, ya atiborrados de pisto, ¡no se acuerdan de aquellos momentos cuando aparentemente defendieron la soberanía del pueblo! Mmm... Iudas mercator pessimus. Sí, pésimos mercaderes porque del cielo a la tierra nada queda oculto.
Luego vinieron los partidos políticos y convirtieron las papeletas electorales en verdaderos cartones de lotería. Unos rojos, otros azules, otros morados y cuanta gradación pueda haber en la gama de los colores. Pero para lograr sus despropósitos engañaron a la gente. A los humildes, a los sencillos. Les hicieron creer en filosofías que ni siquiera conocían, y la gente votó (y lo sigue haciendo) esperando un cambio radical en su vida y en la de sus comunidades. Como respuesta obtuvieron una bofetada: ver a sus líderes cambiar de bando, olvidarse de ellos y convertirse en verdaderos truhanes. Mmm… Iudas mercator pessimus. Sí, pésimos mercaderes porque vivir detrás de vidrios polarizados, a escondidas y con un terrible temor a la Cicig y al Ministerio Público no es precisamente el mejor ejemplo de cómo llevar una vida digna. Así están la mayoría de los diputados y funcionarios de los últimos tres gobiernos. El caso Odebrecht Guatemala es más que ilustrativo. Y vienen algunos affaires más.
A decir verdad, como al Iscariote, he tratado de comprenderlos y no lo he logrado. No hubo predestinación, no hubo presión económica, no hubo forzamiento alguno más que el insensato deseo de adorar a los tres ídolos actuales: poder, placer y tener.
Pero el mal nunca paga bien y su factura ya la está pasando. Así que, para los actuales más que para el Iscariote: ¡Iudas mercator pessimus!
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