Sin embargo, en el sostenido afán de simplificar sin vulgarizar, podríamos decir que el poder es la capacidad de hacer que sucedan cosas desde los reductos del poder mismo: políticos, empresarios, académicos, militares, religiosos y, cómo no, las plazas, que para el caso nuestro han estado siempre en el centro de los pueblos, rodeadas por lo general de portales, catedrales, cuarteles y gobernaciones que reflejaban los poderes presentes en la sociedad y que se reflejan en la mente de las perso...
Sin embargo, en el sostenido afán de simplificar sin vulgarizar, podríamos decir que el poder es la capacidad de hacer que sucedan cosas desde los reductos del poder mismo: políticos, empresarios, académicos, militares, religiosos y, cómo no, las plazas, que para el caso nuestro han estado siempre en el centro de los pueblos, rodeadas por lo general de portales, catedrales, cuarteles y gobernaciones que reflejaban los poderes presentes en la sociedad y que se reflejan en la mente de las personas.
Pero los íconos o monumentos del poder no parecen ser muy útiles ahora porque, como explica Moisés Naím en su libro El fin del poder, este es cada vez más volátil y se desplaza de los que lo ejercían tradicionalmente como grandes actores a los micropoderes que surgen y pululan por el mundo y sus distintos ambientes. Otro aspecto a considerar es que el adagio «El poder no se pide. Se usurpa» sigue y seguirá siendo válido. Nadie resigna poder total o parcialmente, incluso si en un momento fuera necesario como táctica o estrategia.
Sin embargo, la definición de poder también deberá extenderse a «aquella capacidad de hacer que no sucedan cosas», que en un orden como el actual es una forma mucho más sutil y efectiva de manejar las situaciones. El mantenimiento de los esquemas y la repetición interminable de los paradigmas, además de soluciones a medias y tardadas, llevan a sentir que la solución está en camino, cuando en realidad nada está mas lejos de la verdad.
Desde la paz institucionalizada hasta la solución fiscal están llenas de clichés y consignas que datan de finales del siglo pasado y que ya se vuelven estribillos generacionales, mientras todas las acciones atinentes siguen siendo objeto de sesudos análisis. O sea que, en nuestro medio, la definición de poder está más cerca de la segunda: la capacidad de hacer que no sucedan cosas.
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