El concepto de anomia sugiere un desajuste —usualmente temporal— entre los valores y las expectativas que alienta la estructura institucional y los valores y las expectativas individuales y colectivos, de manera que no existe un consenso moral sobre lo que es bueno o justo, normativamente hablando, lo que a su vez provoca un desorden social, ya que no parece existir un norte claro que guíe la convivencia cotidiana.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando tal desajuste no es para nada temporal, sino permanente? Contradictoriamente, por eso hablamos de anomia regulada: un caos que parece tener reglas, que no tiene la característica de pasajero, sino que está profundamente arraigado en la forma como los actores políticos actúan, lo cual acarrea el problema de que termina normalizando lo retorcido, lo excepcional, todos los comportamientos que en otras sociedades se considerarían inaceptables.
Las últimas conferencias del titular de la Cicig y de la fiscal general me han recordado con fuerza todo ese andamiaje teórico, especialmente en el caso más emblemático: el llamado Cooptación del Estado, y en las emblemáticas palabras del comisionado Iván Velásquez:
Yo no conozco realmente una captura tan amplia del Estado como [la que] aquí se ha evidenciado. Y estamos hablando solo del último período, es decir, del período 2012-2015. Yo creo que la manera como fueron tomadas entidades del Estado de una forma tan amplia no tiene antecedentes […]. Estoy impresionado con la dimensión de esta macroempresa criminal.
Iván Velásquez, conferencia de prensa del 2 de junio de 2016
Es por esta conciencia de lo arraigado y profundo del problema que surge el hashtag #EsElSistema, algo que ya se sabía a voces desde hace muchos años en Guatemala, pero ahora, cuando uno ve las cifras y los mecanismos concretos que servían para hacer fiesta permanente de los recursos públicos, empieza la toma de conciencia paulatina de lo retorcido e inmoral que ha sido el sistema desde tiempos inmemoriales. ¿Alguna vez fuimos el reino de la virtud pública?, me pregunto.
Me preocupa aún más el futuro. ¿Cómo transitamos de esa descomposición social y de esa extendida anomia regulada hacia una normalidad en la que la moral y la ética pública sean el norte orientador de las acciones? O, aún más angustiante, ¿vendrá la corrupción 2.0? Eso significaría una macroestructura criminal refinada, robustecida, de forma que, aunque todo cambie, en realidad todo siga igual.
El proceso de toma de conciencia puede asemejarse al cruel despertar que se ejemplifica en la primera película de la serie The Matrix: era más grato antes, cuando vivíamos en la cómoda silla de la ignorancia. Al menos así, cada cuatro años teníamos la ilusión de un superhombre que con sus promesas nos hacía soñar, aunque luego la decepción estaba garantizada.
Ojalá no nos escudemos en falsas promesas y en espejitos que nos hagan tener la ilusión de que todo va a cambiar si reformamos unas cuantas leyes y manifestamos un par de veces en la plaza. Se requiere todo un trabajo sostenido y articulado para desmontar tantas estructuras y tantos malos hábitos que han vivido a la sombra por tantos años. Esta historia está lejos de acercarse a su fin. O siquiera al inicio de su desenlace. Como dice otro hashtag, #EstoApenasEmpieza.
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