Primero, el libro llama la atención sobre el hecho de que parte importante de este dogma neoclásico supone y afirma que «una buena dosis de desigualdad es buena para el crecimiento económico» y que «a partir de esto se han venido alimentando las políticas de desregulación que se impusieron en el epicentro anglosajón y se consolidaron en el circuito de la globalización». Parece que, después de que la igualdad fue considerada un valor social predominante y de que era usualmente soportada por una idea regulatoria que guiaba las políticas públicas en el mundo occidental, se produjo una ruptura, lo que llama el libro «una especie de vuelco», por el cual incluso se ha llegado a considerarla un obstáculo para el progreso económico.
El seguimiento de estos planteamientos motivó la llamada revolución fiscal, que redujo la progresividad de los impuestos sobre la renta, desarticuló las políticas redistributivas y generó los condicionamientos de los programas de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, centrados en prioridades como el recorte del gasto social, la eliminación del control de precios, la reducción de subsidios, la focalización de la producción en las exportaciones, las privatizaciones y el perfeccionamiento de los derechos del capital de inversión extranjero respecto a las leyes nacionales. Esto, además, como corresponde al reflejo de la superestructura respecto a la base social, ha guiado las enseñanzas sobre economía en gran número de cátedras de universidades, escuelas de negocios y centros de pensamiento.
Pero cabe preguntarse cómo llegó a existir un ambiente propicio para que se desarrollara este paradigma y se consolidara de tal manera desde hace tres décadas. La respuesta es que surge en el marco de la crisis mayor del modelo de desarrollo implementado alrededor de la medianía del siglo pasado, cuando el equilibrio y punto de avance pivotaba sobre cómo manejar los extremos de la inflación y el desempleo. Pero vino la estanflación (inflación más estancamiento económico), que tiró por la borda los instrumentos anticíclicos que se conocían hasta entonces (principalmente keynesianos) y nos dejó con un pánico paranoico a los déficits fiscales y una exagerada expectativa sobre el crecimiento ilimitado de una demanda exógena que llegaría con la ampliación e integración de los mercados.
Al fin y al cabo no es de extrañar entonces que ahora la desigualdad esté lejos de ser considerada una virtud y se transforme, «dentro de ciertos límites» (como dice el libro, que incluso cita textos de documentos oficiales de organismos internacionales), en un recurso.
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