Me pidieron recientemente que reflexionara sobre la encíclica papal «Fratelli Tutti», en particular en lo referido al capítulo cinco, denominado «La mejor política». Confieso que no había leído la encíclica papal, pese a que ya tiene un poco mas de dos años de haber sido publicada. Me causó una enorme satisfacción que el máximo jerarca de la Iglesia Católica abordará el tema político, ya que eso significa que podrá ser reflexionado igualmente en el seno de las comunidades católicas. De hecho, la invitación a disertar sobre el particular se debió justo a la inquietud de un grupo de laicos que intentaban analizar como operacionalizar en la práctica tales consideraciones emanadas del Papa Francisco. Para principiar, diría que la estructura de ese capítulo alerta sobre ciertos peligros muy puntuales que se derivan de la dinámica política, en particular, los extremos que denomina el populismo y el liberalismo: ambas expresiones de la tendencia a la disociación del ideal del bien común, para garantizar los intereses individualistas que defienden sus privilegios, frente a una gran mayoría cada vez más desposeída y empobrecida.
Confieso que pese al hecho de que la encíclica contiene buenas reflexiones, me atrevo a opinar que solamente expresa el problema, sin adentrarse de lleno en la explicación del fenómeno. Claro está, pedirle un análisis de lo político al Papa sería injusto, no es precisamente su función, ya que se adentra en un campo que muchos verían como minado: cada vez que la religión se confunde con la política, el resultado suele ser terrible. En ese sentido, sus reflexiones solamente expresan una preocupación genuina de un líder espiritual sobre una realidad cada vez más compleja.
Siguiendo el hilo conductor de la encíclica, que busca recuperar los lazos de fraternidad y de caridad que debería caracterizar a la sociedad moderna, la preocupación central del Papa Francisco es justamente lo que algunos autores desde las ciencias sociales han llamado la crisis civilizatoria: los conflictos sociales y la polarización cada vez más palpable; las amenazas climáticas y la creciente desigualdad económica y política, son apenas algunos de los graves desafíos que vivimos en la época moderna, al punto que muchos científicos sociales comparten esa preocupación por el futuro de la humanidad. Jürgen Habermas, por ejemplo, en el año 2001 publicó en español un ensayo justo con ese título, mientras que el sociólogo Alain Touraine ya estaba preocupado en esos años sobre la posibilidad de vivir juntos.
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La idea de una crisis global de la humanidad, por lo tanto, ronda en la mente de muchos analistas y lideres religiosos, tal como en este caso podemos ver en la encíclica «Fratelli Tutti». En mi opinión, la posibilidad de desarrollar una nueva política que sea solidaria y que busque el bien común, tal como expresa el Papa Francisco en su análisis, depende de percatarnos que el meollo del asunto son las inercias del sistema capitalista, que busca afanosamente la creación y satisfacción incesante de necesidades reales o imaginarias, que nos convierten en meras máquinas consumistas: bien dice la biblia que «donde está tu tesoro, está tu corazón» (Mateo 6, 21), por lo que muchas personas obran mal, porque anhelan alcanzar los deseos insaciables que el capitalismo incentiva: «Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias» (Mateo 15, 19).
Paradójicamente, la política tradicional instrumentaliza los recursos públicos para satisfacer esas necesidades largamente incentivadas, por lo que se convierte en un mecanismo de destrucción de las comunidades y del ideal del bien común. Sintetizando, la buena política combate la arraigada idea que el sistema nos ha implantado: la lógica del sálvese quien pueda. La buena política, en contrapartida, solamente puede ser alcanzada por la comunidad: cuando los líderes políticos reconozcan que se deben a sus comunidades y no a los caprichos de su corazón, entonces empezará la transformación de la política actual hacia la mejor política.
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