Revisemos los más mediáticos:
- Los bloqueos de las carreteras por parte del Codeca. ¿A quién benefician y a quién lastiman? Yo soy firme partidario del derecho de manifestación, que de suyo es constitucional, pero el derecho a la libre locomoción es sagrado e inalienable. Lo que yo vi en una de las carreteras tomadas fue lo siguiente: personas apretujadas como sardinas en microbuses casi inservibles sufriendo por el calor; ausencia de baños públicos donde pudieran mitigar dichas personas sus más urgentes necesidades fisiológicas; niños llorando desesperadamente por el hambre, la sed y las altas temperaturas entre Sanarate y El Rancho, y madres angustiadas con la desesperanza pintada en el rostro. Ah, pero también vi carros último modelo cuyos ocupantes descansaban plácidamente al amparo de su aire acondicionado y, posiblemente, al oído de muy buena música. Ajá, señores del Codeca. ¿A quién lastiman realmente? ¿Piensan ustedes que humillando al pueblo pueblo se provocará la renuncia del presidente? No, nadie en su sano juicio lo cree. Si ustedes son genuinos y valientes, apunten adonde deben apuntar, y no a los más desfavorecidos e indefensos. De seguir haciéndolo, pensaremos que no son un colectivo digno, sino un enfermizo segmento de una patológica comparsa.
- El berrinche de los diputados por su cuestionado bono 14. ¡Por Dios! Son la categoría política menos creíble, la más deshonrada y el estamento menos ético y más cuestionado de Guatemala. No obstante, amenazan con interrumpir las sesiones del Congreso si no se les paga ese dinero que, a mi juicio, ya se les saló. Como diría una persona a quien yo conozco y que se expresa no precisamente en latín florido: «¡Las pelotas del marrano!». ¿Es que no se dan cuenta del predicado en que se ponen? Congresistas, dense cuenta: a causa de su pataleta, el mínimo respeto que aún conservaban algunos de ustedes se fue con el agua de albañal del edificio que ocupan. Solo observen su rostro concupiscente (en las fotografías de prensa) y se darán cuenta de que el velado éter de una idiocia política los está alcanzando. Se ven grotescos e impresentables.
- Los empresarios que amenazan con irse de Guatemala si los obligan a pagar los impuestos justos. Dejo en claro que no estoy en contra de la libre empresa ni de los empresarios dignos y honrados. Los hay y me consta. Me refiero a esos mequetrefes que asustan o pretenden asustar con el petate del muerto: «Si me obligan a pagar esos impuestos, me voy de Guatemala y sufrirán muchas personas que dejarán de percibir su salario». Tan falsa la premisa como una moneda con un valor de tres centavos de quetzal. La Superintendencia de Administración Tributaria está haciendo lo suyo, y el rumbo que le ha dado don Juan Francisco Solórzano Foppa es el correcto. Les guste o no. Y, por favor, que no se les ocurra decir que se trata de un complot de la izquierda internacional. Se trata, sí, de mejorar la estabilidad económica de nuestro país. Empero, lo patológico estriba en la amenaza misma y en que muchos ingenuos sí se la creen. Se evidencia así la fragilidad de la salud de la cosa pública, que muchos ven como piñata o pastel a repartirse.
- La cantaleta de la amenaza del comunismo cuando uno de los que se creía intocable es alcanzado por la justicia. Está sucediendo en contra del Ministerio Público y en contra de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala. Parece increíble, pero pareciera que hemos regresado a 1954. Sucede que sus infamias ya no son tan fáciles de meter en el costal de la impunidad. Y cuando se les pone en evidencia y cae sobre ellos la atención de los órganos jurisdiccionales, entonces se rasgan las vestiduras y aducen una conjura internacional gestada desde Europa para afrentar su buen nombre y su honorabilidad. ¡Vaya, pues! De aquí a poco se presentarán como santos, casi vírgenes y mártires.
En el entretanto, pocos hemos caído en la intelección de que el precio de la canasta básica vital ya es inalcanzable para miles de guatemaltecos, que los hospitales están totalmente menguados y que la seguridad pública es un cero a la izquierda.
¿Podemos salir de ese colapso en el que nos metieron estos malos guatemaltecos y ciertos extranjeros en mala hora nacionalizados en nuestros lares? Sí, creo que sí. Todo es cuestión de voluntad, apego a derecho y firmeza para enfrentar el síncope. De hacer acopio de dicha triada, bien podremos decirles en corto tiempo: «O cumplen con la ley o se van adonde mejor les plazca». Y si se trata de uno de esos trasnochados extranjeros que se dan tufos de sabiondos, pues simplemente: «¡Basta ya! ¡A gritar a tu corral!».
Al entendido, por señas. Guatemala no es una finca.
Más de este autor