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Eunice Odio en una imagen del archivo de Mario Esquivel, provista por Vania Vargas

El tránsito guatemalteco de Eunice Odio

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El tránsito guatemalteco de Eunice Odio

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Eunice Odio se describía a sí misma como «una mujer hallada en el fuego a quien nadie pudo entender”. Este año se conmemora el centenario de esta poeta costarricense cuya historia quedó ligada a Guatemala cuando, en 1947, su poemario titulado Los elementos terrestres fue elegido como ganador del Certamen 15 de septiembre. Ahí, la poeta optó por nacionalizarse guatemalteca, ser parte de la floreciente vida cultural que propiciaba el gobierno de la Revolución, un gobierno con el cual terminó peleando antes de salir hacia México, donde terminó sus días.

Llegué a Eunice Odio hace un par de años a través de otro nombre también desconocido para mí: Yolanda Oreamuno. Era 2016, era su centenario, y en Guatemala empezaban a prepararse dos ediciones conmemorativas: una serie de artículos aparecidos en El repertorio americano y una novela: La ruta de su evasión, que, en 1947, había sido escogida como la novela ganadora del Certamen Nacional Permanente de Ciencias, Letras y Bellas Artes, más conocido como Certamen 15 de septiembre, y que se convirtió en uno de los eslabones que unirían su historia y sus letras a Guatemala, aunque Guatemala, a estas alturas, no lo supiera. La de Oreamuno era una prosa profundamente poética en la que cabía la contemplación, el análisis, la mirada certera, todo, menos la complacencia; y su novela, una muestra de perfección narrativa que desafiaba a su tiempo, hablando acerca de la violencia del patriarcado, la sumisión impuesta y aprendida, la supresión de las emociones y la peligrosa multiplicación de esos patrones. Una novela a la que se le debía la misma justicia y atención que se le debía a su autora, una mujer que se había marchado demasiado pronto, a los 40 años, enferma y sola en la casa de una poeta con la que compartía la belleza, un par de nacionalidades, varios exilios y el premio 15 de septiembre, su nombre era Eunice Odio.

Eunice Odio, repito en voz alta, como el que hace una invocación, mientras tecleo en su búsqueda. Entonces aparece el rostro de una mujer con una mirada tan contundente como su nombre, con una belleza gatuna, singular. Costarricense. Tenía 28 años cuando llegó a Guatemala, en 1947, luego de que Miguel Ángel Asturias, Flavio Herrera y Alberto Velásquez escogieran su libro Los elementos terrestres como el ganador de la rama de poesía del Certamen Nacional Permanente que se había constituido, en 1946, durante el primer gobierno de la Revolución, con Juan José Arévalo a la cabeza. Un certamen que según cuenta Carlos González Orellana en la Historia de la educación en Guatemala «tenía como propósito estimular la producción científica y literaria en Centroamérica a través de la convocatoria de trabajos de diversas disciplinas: Geografía de Guatemala, Historia de Guatemala, Ciencias pedagógicas, Economía, Sociología, Música, Poesía, Pintura, Escultura, Teatro y Novela, los cuales recibían una medalla y un premio en efectivo que oscilaba entre los 600 y los mil quetzales». Un reconocimiento inédito en la región, que hizo coincidir a las dos escritoras costarricenses en un país con un ambiente artístico propicio para seguir creando, propicio para vivir. Fue así como un par de años más tarde, Odio se había nacionalizado guatemalteca, estaba instalada en la Pensión Asturias, ubicada en lo que actualmente se conoce como el Edificio La Perla, en la zona 1, y formaba parte de la vida cultural de la ciudad. Un tránsito breve y agitado, durante el cual se gestaron los cimientos de su obra posterior, pero también los de nuevos desarraigos, y, sin duda, los del silencio que parece haberla condenado al olvido en el país y más allá.

Poco se sabe acerca del paso de Eunice Odio por Guatemala. La generación que vivió esa temporada y podría dar testimonio de ella, casi ha desaparecido por completo. Sin embargo, queda un libro, perdido entre los catálogos hasta hace algunos meses, y recientemente reeditado, titulado Eunice Odio en Guatemala. Se trata de un trabajo de búsqueda y recopilación que publicó, a mediados de los años ochenta, el diplomático Mario Esquivel, quien fue embajador de Costa Rica en Guatemala, de octubre de 1978 a enero de 1981. Una serie de testimonios perdidos en los periódicos de la época de la Revolución y de más adelante, que permiten un mediano retrato de la inquietante poeta, así como una serie de artículos periodísticos y poemas dispersos, a través de los cuales se puede ahondar un poco para entender, y medianamente delimitar, esas estaciones que marcaron su breve, pero intensa estancia en el país.

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El nombre de Eunice Odio llegó a Guatemala a finales de 1947, como ya se dijo, al pie de un poemario premiado. El libro se llamaba Los elementos terrestres y estaba conformado por ocho secciones, ocho poemas largos que transitan por lo etéreo, lo místico, el erotismo, lo lúdico amoroso, la conexión onírica, el trayecto del cuerpo propio y del cuerpo anhelado, desde la dimensión física hacia la metafísica, hacia el alma del otro, hacia eso que no se puede palpar ni poseer, pero se presiente eterno en la posesión. Textos que hacen alusión directa al Cantar de los cantares, a Job y otros textos de la Biblia, ese libro del misticismo judaico. Poemas que juegan entre las fronteras de lo físico y lo metafísico, de lo místico y de lo terrenal, de la búsqueda, el encuentro del ansiado reflejo y la pérdida, y que a medida que van avanzando, parecen llegar a una disolución de lo concreto, un hecho que, aisladamente de las capacidades analíticas de quien lo lee, parece estar relacionado con la idea de la poesía que tenía la escritora y que aparece en el prólogo de sus obras completas, editadas por Peggy von Mayer, la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional:

Ya que confiere a las cosas su ser y naturaleza, el poema no es un conjunto de ideas y palabras, sino un orden substancial. Un poema es la acción del Verbo. De ahí que sea imposible analizarlo, aislar hasta el último de sus acordes. Siempre quedará un acorde impenetrable, indecible; este acorde es, precisamente, el que hace de un conjunto de voces un orden substancial, un acto generador, un poema.

Ante el ojo crítico del poema, o ese soplo misterioso que le da categoría de tal, adquiere el poder de amurallarse, de negarse ante el que razona, salvándose a sí mismo.

El estudioso se absorbe en el poema, éste pasa al laboratorio; ahí son arduamente razonadas cada una de sus implicaciones. El trabajo del poeta queda reducido a esquemas y fórmulas que son exactamente lo contrario del poema. ¿Y bien? Así como no se respira con la fórmula del aire, así como el aire es impalpable, inefable y supera su propia fórmula, de igual manera el poema, por serlo, es superior a su análisis y nada, nadie, sino él mismo, puede explicarse y transmitirse.

Con todo, a través de este primer libro es posible empezar a reconocer algunos de los elementos que acompañarán no solo la obra posterior, sino la vida de Eunice Odio, como el misticismo, que se extenderá al resto de su literatura, que también fue gestada en buena medida durante su estancia guatemalteca, y que será colocada por los críticos junto a obras de poetas como Blake o Milton y sus mitos de la creación. Ese mismo misticismo que la acompañará a lo largo de la última etapa de su vida entregada al aislamiento, y a la disolución de lo concreto a través de las experiencias esotéricas.

Las reacciones guatemaltecas al poemario ganador y a la escritora costarricense a lo largo de esos años fueron diversas, y de acuerdo con la lectura de los artículos de los diarios recopilados en el libro de Esquivel, transitaron por la superficie, la evidente incomprensión de su obra y abundaron respecto a su belleza y la intensidad de su carácter: «Poesía vaga y concreta»… «versos que son casi nube, casi un cuento de hadas, o como dice aquella leyenda indígena, de una nube que encerraba piedras preciosas», es la vaga definición enunciada por Miguel Ángel Asturias que registra una nota del Diario de Centroamérica del 24 de septiembre de 1947, posterior a un recital de la poeta recién laureada en la Facultad de Humanidades. «Quienes no hemos tenido tiempo de ser hombres, y que a fuer de campesinos somos profanos en achaques de arte, no tenemos ningún derecho para hablar de Eunice Odio en función de poetisa, mas, acaso osadamente, nos auto concedemos el derecho de admirarla como mujer y de aquilatar sus gestos y ademanes tras de los cuales creemos adivinar un gran espíritu que a cada instante se diluye en excelsa belleza»… dice una nota del 7 de octubre de ese mismo 1947 en El Imparcial, firmada por Héctor Benigno Cordón.

«Personalidad inquietante, desconcertante», afirma Asturias. «Joven mujer, adusta mientras no sonreía, de docto hablar en asuntos literarios y cierta dosis de agresividad», deja asentado Argentina Díaz Lozano. «Le gustaba la bohemia, las noches en vela tomando vino o whisky y hablando sobre literatura y arte. Era una alucinada y alucinante y discutía con pasión. Poseía bastante erudición y podía conversar amenamente de todo un poco... buena escritora, fuerte e inspirada poeta. Nómada, volandera, ávida de conocer mundo y gente. Ansiosa de vivir plenamente a su manera», recuerda más adelante.

«Tenemos que confesar que Guatemala no ha producido todavía –dice un editorial de El Imparcial de 1947– una poetisa del tono de la costarricense, por lo visto… su libro triunfador nos dará otras sorpresas de esa o de distinta índole, pues su musa y su talento son polifacéticos dentro de un incuestionable aire de novedad»… Y en este caso, vaya si no, la figura de esta poeta inquietante seguiría sorprendiendo más adelante…

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Luego de recibir el Premio en Guatemala, Eunice Odio emprendió una breve visita literaria por El Salvador, Honduras y Nicaragua, previo a volver al país en 1948, año de la publicación de su libro en la Editorial del Ministerio de Educación Pública, bajo la dirección de poeta Víctor Villagrán Amaya. Volvía decidida a integrarse a la vida artística, periodística y política de una Guatemala que empezaba a transitar por un momento propicio en lo político, lo social y lo cultural con el primer gobierno de la Revolución. Eunice Odio regresó, entonces, decidida a convertirse en guatemalteca. Por el libro de Esquivel se sabe que trabajó, junto a Miguel Ángel Vásquez –secretario de Asturias– en el centro editorial del Ministerio de Educación, se involucró en los círculos artísticos e intelectuales, y empezó a publicar en algunos de los periódicos del país. En los artículos que rescata el libro, se evidencia una escritora lúcida, con un discurso conocedor, claro y directo, filoso y combativo, que no deja de ser poeta en la profundidad de sus reflexiones. Una escritora intensa para sentir, para decir y defender aquello en lo que cree, sea en el ámbito artístico o político, como pronto quedaría reafirmado cuando en 1949 dirige todo el filo de su discurso en contra del ambiente político y artístico guatemalteco, en el que un día había creído, el que un día la había acogido.

El detonador de este enfrentamiento fue la polémica grupal entre el artista español Eugenio Fernández Granell, un antifranquista que también había hecho de Guatemala su país temporal, y los artistas miembros del grupo Saker-ti y la AGEAR (Asociación guatemalteca de estudiantes y artistas revolucionarios) que estaban planificando organizar un congreso de intelectuales y artistas que Granell calificó como un intento solapado de permitir la influencia del comunismo en la vida artística y cultural del momento. Quien explica ampliamente este caso es Arturo Taracena Arriola, en un libro aparecido hace algunos años, y en un amplio artículo de la revista Pacarina del sur. Visto con la distancia que da el paso del tiempo, es fácil entender que la pugna se dio en un punto de vulnerabilidad ideológica y social que llevó, sin más, al desencuentro y la ruptura de relaciones. Granell era un surrealista que había salido de España oponiéndose, entre otras cosas, a combinar el arte y la política durante la dictadura franquista, y empezó a ver en Saker-ti, un grupo cuyos miembros estaban intensamente comprometidos con la lucha y el realismo socialista, una amenaza latente en contra de la libertad. Sin embargo, como afirma Taracena, la amenaza no era el partido comunista, sino los opositores nacionales e internacionales a la experiencia reformista que encabezaba Arévalo. El enfrentamiento de opiniones entonces se trenzó a lo largo de una serie de artículos periodísticos, con cuestionamientos mutuos, entre Granell y el escritor Raúl Leiva, miembro de la AGEAR y de Saker-ti, enfrentamiento al que luego se unió, del lado de Granell, la poeta Eunice Odio, con un artículo publicado en El Imparcial, en abril de 1949, en el cual pretende aclarar las acusaciones de Leiva, que califica de irresponsables y de conllevar propósitos oscuros. La escritora, además, sale en defensa de la libertad de pensamiento de Granell frente a la actitud «tiránica» de Leiva.

Algo se rompió entre Eunice Odio y la Izquierda en la que siempre había creído, entre la poeta y el gobierno de la Revolución. Una fractura que la llevó a oponerse a la candidatura posterior de Arbenz y a participar activamente en la campaña política del Partido del Pueblo que lanzaba a Jorge García Granados como candidato en las elecciones. Ganó Arbenz, y, años más tarde, con su caída, Odio también abandonaría el país con rumbo a México, donde poco tiempo después adoptaría una nueva ciudadanía.

Los rumores investigativos y las versiones literaturizadas son las que delinean esta transición entre países. En La fugitiva, la novela del escritor Sergio Ramírez acerca de la vida de Yolanda Oreamuno, se menciona que Edith, a quien es fácil reconocer como Eunice Odio, había sido expulsada de Guatemala en el 54 por el nuevo gobierno militar, porque escribía en los periódicos guatemaltecos en favor de Arbenz. Que agentes secretos llegaron a sacarla a su casa para llevarla vendada a la frontera, y que aún después de eso, Edith / Odio, quien ya atacaba a la izquierda desde la prensa mexicana, viajaba a Guatemala, invitada por los mismos que la habían expulsado, para entrevistar al nuevo presidente, Carlos Castillo Armas, quien pronto se enamoró perdidamente de ella, «le pagaba una suite, le puso escolta, le puso coche oficial, le dio credenciales para que tuviera acceso libre al Palacio Nacional, y hasta le propuso matrimonio», narra una de las personajes de la novela de Ramírez. Y luego agrega que Edith / Odio estaba en Guatemala la noche del asesinato de Castillo Armas, que esa noche le había realizado la última entrevista de propaganda y que no había aceptado la invitación que el Presidente le hiciera para cenar, debido a otros compromisos sociales, que evitaron que fuera testigo o víctima, también, del atentado que se suscitó cuando el mandatario iba con rumbo al comedor presidencial. Lo que sí registran los periódicos de los años siguientes es que la relación con Guatemala siguió aún luego de abandonar el país, de manera retrospectiva, a través de artículos periodísticos que criticaban directamente a Arévalo y Arbenz, y mostraban su apoyo al líder sindical Carlos Manuel Pellecer, tras el anuncio de su renuncia al comunismo.

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Su postura de «enemistad encarnizada» en contra de la Izquierda y sus protagonistas generaron, ya en México, nuevos rumores que, incluso, llegaron a vincularla como posible agente de la CIA y hasta cómplice del asesinato del presidente Kennedy, luego de que se constatara que en 1963, durante una fiesta organizada por ella en honor al Arcángel San Miguel, al que empezaba a venerar con devoción, estuvo entre los invitados un gringo que años más tarde sería reconocido como Lee Harvey Oswald, el asesino del presidente. Y, aunque esta versión incriminatoria no se pudo comprobar, afirma Lizbeth Ramírez Cháves en México, un refugio para el anticomunismo: el caso de Eunice Odio, que la poeta estaba siendo vigilada por la agencia de inteligencia desde su estadía en Guatemala, en donde también se le vinculaba sentimentalmente con el presidente Arbenz.

Bajo la sombra de las sospechas y el recelo de la intelectualidad de la izquierda, a Odio solo le fue quedando el aislamiento, la soledad, el peso del silencio y el ninguneo literario, las murmuraciones a media voz y un olvido que se extiende. Desarraigada de su familia, de Costa Rica, de la ideología de izquierda, de Guatemala, su último desarraigo, ya en México, fue hacia una lenta disolución mística que alcanzó su punto más alto, el de trascendencia, con la muerte. Una muerte que también llegó en total soledad. Los testimonios que quedaron de su vida son pocos y algunos de ellos poco amables, no solo por su papel político, sino por su «inusual» y agresiva feminidad. Su obra, por otro lado, apenas se empieza a descubrir y estudiar.

Quizá haya pesado de más la complejidad de su obra, la incomprensión literaria. Quizás tanto olvido, tanto silencio sea tan solo producto de una injusticia ideológica que le cerró los espacios estéticos en su momento y parece haber borrado su nombre de la posteridad artística, no así de la disidencia política. Quizá el hecho de que su poesía explorara el campo metafísico en una época en la que se exigía del arte un compromiso social, la condenó al fondo del silencio. O, quizá, fue simplemente el hecho de ser mujer. Pues, como dice el escritor costarricense Adriano Corrales, tanto a ella como a Yolanda Oreamuno, les tocó ser mujeres en una época severamente patriarcal, y, además, mujeres inteligentes y bellas, que no rechazaron el asedio de pocos y eso nunca se les perdonó. O quizá en el fondo de todo esto solo está el destino, en el que seguro Eunice Odio creía. Un destino lleno de energías adversas y tránsitos de fuego que parecían arrasar a su paso, con todo lo que ella era. Al menos es lo que me confirma René Girón, luego de que, tratando de ser coherente con Eunice Odio y hablar ese otro lenguaje místico que ella dominó, me dispuse a encontrar respuestas en su carta natal.

«Neptuno, arquetipo de las cualidades artísticas, trascendentales, místicas y delirantes, fue el motor de sus momentos evolutivos. Una línea de pólvora que en su tránsito desencadenó con violencia los rasgos naturales de su esencia disidente y revolucionaria. Escapista, rebelde y cosmopolita», afirma Girón. Quien, además encuentra en su mandala, «una compleja combinación cargada de contradicciones, pero también de posibilidades únicas relacionadas con la estética, el arte, la belleza, el placer, la creatividad, el misticismo, la sensualidad y el poder, palabras que la definen, y cuyo valor simbólico hemos de situarlo además en el contexto histórico que le tocó vivir». Girón encontró también «un contacto tenso entre Marte y Urano que marcaron la impulsividad y rebeldía de su carácter de sobremanera imprevisible. Una abundante energía física y mental difícilmente controlable, que la empujó hacia la excentricidad y la obstinación, sin miedo al conflicto o el choque directo. Un mismo Marte que, en contacto armónico con Mercurio, arquetipo de la comunicación y el razonamiento, le confirieron cualidades únicas en las áreas de la palabra hablada y escrita, y la convirtieron en una adversaria implacable a la hora de debatir, con una mentalidad y curiosidad insaciables. Y Plutón, arquetipo del dolor, crisis y transformación, situado en su mandala en el área que corresponde a la filosofía, los viajes, el alto pensamiento, los valores éticos y la comprensión superior de la existencia, que explica por qué las mayores dificultades de su vida se libraron en el terreno de los valores y principios, y que cada uno de estos momentos de crisis haya estado marcado, además, por su desplazamiento físico de territorio en territorio, que fueron, en realidad, momentos de renacimiento interior, nunca de exilio». Un retrato exacto de la poeta que va desde la época de su estancia en Guatemala, hasta el final de sus días en México del 74, que René resume de la siguiente manera:

Compasión, autosacrificio, abandono.
Renovación.
Rebeldía, movimiento, inquietud.
Renovación.
Trascendencia, exilio, disolución.
Renovación.
Disidencia, imaginación, revolución.
Renovación.
Idealismo, fantasía, evasión.
Renovación.

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Este 2019, a 100 años del nacimiento de Eunice Odio, es un acto de justicia reeditar su palabra, buscar su obra, leerla, decir su nombre en voz alta, nombrar la injusticia que comete quien sigue juzgando la vida de los artistas, de las artistas, por sobre su obra, romper el silencio, recordarla, no solo en Costa Rica, sino también en Guatemala, que temporalmente fue una casa en donde se gestó su figura pública, buena parte de su obra posterior, pero también el inicio de su olvido. Creo que esa es parte de nuestra deuda pendiente con su historia.

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Como parte de las conmemoraciones, está circulando en las librerías del país el libro titulado Eunice Odio en Guatemala, reeditado por Letra Maya de Costa Rica: una recopilación de testimonios y textos aparecidos en los periódicos de le época, los cuales dan testimonio del tránsito de esta poeta, un libro compilado por Mario Esquivel, quien fue embajador de Costa Rica en Guatemala en los años 80, época durante la cual se esforzó por recuperar el legado de esta poeta compartida.

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