Para las grandes mayorías este mes es, asimismo, el de la esperanza. Son los días en los que todo se purifica y se aclara porque vemos que es a través del amor y de cada una de sus expresiones que la conciencia de un mundo mejor no solo es posible sino necesaria. Convivimos con los amigos, con los compañeros de trabajo, con la familia, con nosotros mismos. Regalamos a los otros y nos regalamos a nosotros mismos no solo objetos materiales, que en definitiva son lo menos importante, sino nuestro tiempo, nuestra alegría, la posibilidad de vernos reflejados en la calidez de un abrazo, en la mirada afectuosa de quienes comparten con nosotros el sendero de la vida.
En Guatemala diciembre es una época esplendorosa, porque la mayoría nos volvemos desprendidos y generosos, aunque también muchos caen en el consumismo incontrolable. Lo cierto es que pensamos menos en la maldad y nos liberamos del estrés, de las complicaciones cotidianas, nos relajamos. Por ello, quizás, también, son estos los días que aprovechan para hacer de las suyas aquellos que viven de los beneficios de actuar bajo las sombras. Pareciera una carrera sinfín, un círculo vicioso, una espiral infinita la que siguen.
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Podríamos abstraernos de esa realidad que nos golpea con sus lados afilados, pero resulta casi imposible. Para muestra algunos casos. Primero, según un informe reciente publicado por la revista Ruda: «En Guatemala, hasta septiembre del 2022 se han registrado 57,163 nacimientos que corresponden a niñas y adolescentes menores de 19 años y de estas se han identificado 26 muertes maternas, según datos del Observatorio de Salud Reproductiva (Osar)». Este es un dato revelador, por lo que implica para las vidas de estas familias y, por ende, de la sociedad entera. Segundo, el continuo deterioro de la infraestructura tal como el del aeropuerto internacional La Aurora, que según anda circulando por las redes, ha sido catalogado por diversas razones «como el peor del mundo». Tercero, la red vial cuyo cuidado, construcción y mantenimiento es cada vez más impreciso o cuarto, el rebrote de los casos de COVID en algunas áreas o quinto, la violencia indiscriminada, etcétera.
La cortina de humo del mundial de fútbol contribuye a que momentáneamente demos menos importancia a nuestra realidad inmediata y nos concentremos más en cuántos goles seguirá acertando Cristiano Ronaldo, por ejemplo, o a qué equipo ganará la copa.
De todas formas, pese a ello, vale la pena apostar por la creencia de que aún los tiempos más oscuros pasan y tarde o temprano el orden de la bondad en el mundo se impone. Es decir, sin eufemismos, nos sostiene la idea de que un mundo mejor es posible. Si dejáramos de creer en ello, prácticamente, la mayoría de nuestras acciones carecerían de sentido y nos conducirían a una oscuridad permanente.
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