Sin embargo, de nada nos sirve elegirlo a él o a ella. Lo más probable es que absolutamente nada cambiará y que el ciclo de expoliación, corrupción e impunidad continuará siendo la norma. Entonces, el próximo domingo no votaremos por Sandra Torres o por Jimmy Morales. La respuesta es más compleja, ya que en realidad votaremos en democracia por el último de los peones de este juego de ajedrez, un juego en el cual las piezas fueron puestas desde hace mucho por negociaciones e intereses que escapan a la versión light de la democracia que algunos creeremos entender. A qué se debe esto y qué podemos hacer son quizá las preguntas que deberíamos discutir. Mi postura inicial es que antes debemos leer, y mucho, así como discutir y aprender a escuchar las visiones de otras personas, no aceptar verdades con absolutismo y arrogancia y no creer que votando por A o por B cambiarán significativamente las cosas. La sed de aprendizaje y apertura a las ideas es quizá la que nos permita entender cuán complejo es este monstruo de varias cabezas que a veces gobierna y en muchas otras ocasiones desgobierna nuestras vidas.
El Gobierno de Guatemala es un sistema presidencialista manipulado por mecanismos en apariencia parlamentarios. Elegimos cada cuatro años a un presidente de la república como jefe de Gobierno y jefe de Estado al mismo tiempo. El poder ejecutivo en nuestro país no es unipersonal, como ocurre en Estados Unidos, sino que está configurado por un sistema compuesto por el presidente, el vicepresidente y ministros con cuotas de poder y aparente responsabilidad ante el Congreso de la República. En Guatemala es importante que entendamos que no hay ningún acto del presidente que sea individual y aislado. Las acusaciones contra el expresidente Pérez Molina y su red La Línea son un buen ejemplo de cómo funcionó y continuará funcionando todo en el Gobierno de Guatemala.
En nuestro país, los actos legales e ilegales del presidente requieren de la refrendación de los ministros y del apoyo de estos, ya que sin dicho apoyo son actos nulos, según lo establece nuestra Constitución. Como parte de nuestra herencia ideológica racista y heteronormativa, aún es la norma creer que el presidente es la persona omnipotente que hace y deshace a su capricho y antojo. Sin embargo, es importante que recordemos que el presidente no podrá aprobar ninguna decisión que no compartan la mayoría de sus ministros y que estos tampoco podrán actuar sin la aprobación del presidente. No elegimos a dioses o a semidioses. Elegimos telarañas de poder en las que son muchos los verdaderos actores de nuestras democracias de papeleta.
Es necesario que entendamos que, en los 30 años de aparente gobierno democrático que hemos vivido, las acciones de nuestros presidentes han sido realizadas todas con el consenso entre sus ministros y los patrocinadores sociales, políticos y diplomáticos detrás del Estado, quienes en colusión con las poderosas élites económicas han decidido el destino de nuestra gente y el momento en que muchos morirán desahuciados en hospitales por no tener acceso a medicamentos o sepultados bajo montañas, o bien crecerán ignorantes y sin educación. Guatemala, después de 30 años de vida democrática, es y seguirá siendo un sistema político semipresidencial en el cual ni siquiera la intervención de entidades y poderes extranjeros será capaz de traer justicia y respeto por la Constitución.
En esta historia desesperanzadora para los más pobres y excluidos no estamos solos: América Latina vive bajo el mismo régimen de gobierno desde Chile hasta México. Somos el producto de nuestras Constituciones, heredadas de sistemas de gobierno monárquicos y caudillistas, que fueron creadas con el único objetivo de beneficiar a unos en detrimento de otros, con el objetivo de apaciguar a las masas democráticas permitiéndoles espacios controlados de expresión y dirigidas por un discurso de neolengua en el que se ha desprovisto de significado a las palabras y a los términos que creemos entender.
No podemos hacer ya nada para cambiar lo que ocurrirá en Guatemala el próximo domingo. Las cartas han sido repartidas. Tan solo nos queda seguir educando a nuestra gente y problematizando el discurso y las acciones de nuestros líderes. Así no caeremos ante la ideología light que inmaduros politólogos nos venden en la televisión, en Internet y en la radio. Solo así conseguiremos el triunfo de las ideas con valor y no caeremos presas de discursos inútiles de quienes nos buscan vender panes con pollo.
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