Pero cualquiera que haya asistido a conciertos, eventos deportivos, celebraciones u otros lugares públicos como aeropuertos, estadios, museos, cines, centros comerciales o teatros observará que, por lo general, las colas se forman frente a un solo servicio: frente al de las mujeres. Equidad, entonces, sería establecer el número adecuado de inodoros que refleje mejor la necesidad de uno de los sexos. En este caso sería proveer de más inodoros a las mujeres, incluso a expensas de eliminar algunos cuantos del sexo masculino. Y si queremos ser todavía más incluyentes, construiríamos o acondicionaríamos baños neutros para las personas transgénero. Entonces, con ello estaríamos no solo proveyendo igualdad, sino también equidad en el acceso, lo cual quiere decir garantizar que todas las personas, sin distinción alguna, puedan hacer uso de los servicios con las menores barreras posibles, para lo cual se intervendrá allí donde se produzcan disparidades o diferencias.
La semana pasada, cuando el nuevo primer ministro canadiense, el liberal Justin Trudeau, respondía a una periodista por qué era importante para él nombrar a un gabinete diverso y paritario (mitad hombres y mitad mujeres), su sencilla respuesta ahora devenida viral fue: «Porque es 2015». De esta forma reflejaba un cambio de era alineada con la nueva realidad canadiense y adoptaba no solo un concepto de representatividad, sino uno de equidad, al reconocer y valorar las diferencias. Cuando analizamos la composición de los miembros del nuevo gobierno, que incluye una persona con capacidades especiales, otra homosexual, otra refugiada, dos indígenas y otras de distintas disciplinas e identidades culturales, hay mayores posibilidades de que las políticas públicas que emanen garanticen un acceso más equitativo de sus habitantes a los servicios y bienes públicos.
Equidad es más un tema de justicia que reside en que todos los individuos sean incluidos en la toma de decisiones de política para que alcancen su máxima potencialidad por medio de un acceso equitativo a recursos y bienes.
Tanto en Guatemala como en Estados Unidos, dos de los países más desiguales del continente, donde la concentración de ingresos en unos pocos estratos impacta negativamente el bienestar general, y a la larga también la viabilidad de sus sociedades, la implementación de una agenda de equidad sigue pendiente, pues la economía ortodoxa clama que la pobreza y las desigualdades solo se reducen con el crecimiento económico y con la creación de riqueza. Pero, como sabemos, en ambos países, en las últimas décadas, las clases medias se han achicado o estancado y solo un diminuto porcentaje de la población concentra la riqueza.
En el caso de Guatemala, de creerle al próximo mandatario, su gobierno aparentemente adoptará el plan de desarrollo de Segeplán K’atun 2032. En este figura el tema de la equidad económica, se enumeran las principales causas de las inequidades y se aportan algunas soluciones. Pero, a la luz de este plan integral y frente a la crisis financiera que atraviesa actualmente el Estado, se impone nuevamente discutir reformas fiscales de fondo, y no el tipo de legislación casuística que quisiera actualmente el sector de textiles y de servicios para exonerarse de pagar sus respectivos tributos y mantener privilegios fiscales.
En Estados Unidos, rumbo a las elecciones presidenciales en exactamente un año, los candidatos demócratas, encabezados por el senador Bernie Sanders, son los únicos que han estado desafiando tanto al establecimiento demócrata como a los republicanos en denunciar las inequidades en la distribución del ingreso y las disparidades que golpean a sus ciudadanos de color en indicadores de salud, educación y acceso a la justicia, por nombrar algunos. Sus detractores los tildan ya de populistas, pero las encuestas muestran que los estadounidenses en realidad están anuentes a una distribución equitativa de la riqueza.
La agenda de la equidad es no solo cuestión de justicia, sino también económicamente imprescindible. Si los demás mejoran, seguro usted y yo también estaremos mejor.
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