Como psicólogo reconozco la existencia de las fobias, pero estas se manifiestan con ataques de ansiedad que afectan lo cognitivo y lo corporal con síntomas como sudoración de manos, taquicardia, síncopes, pensamientos exagerados de peligro, miedo irracional y sentimiento de muerte, entre otros. Dado lo anterior, la homofobia sería una fobia específica que provocaría estos signos y síntomas en la persona que ve a un homosexual. Es decir, aparece un homosexual, y ello le genera ansiedad a la persona homofóbica. Pero este no fue mi caso. Quien me respondió no experimentó ansiedad, sino que incurrió en ataques directos contra la orientación sexual. Entonces, ¿qué es lo que pasó?
Sucede que normalizamos el ataque cuando este va dirigido muy sutilmente al objetivo. Y esto nunca redundará en una construcción de felicidad, sino en ruina y en el deseo de provocar sufrimiento a causa de una incapacidad de proyectar bienestar, a su vez producto de la propia carencia. No es fobia. Es odio. Es violencia.
Si seguimos disfrazando las acciones, no vamos a encontrar soluciones adecuadas. Respuestas como «ustedes son depravados», «deberían morirse todos estos», «qué asco que se metan con la sociedad», «son enfermos», etcétera, no son producto de fobias, sino ataques de odio. Lo que se manifiesta no es una homofobia, sino un odio llevado a la materialización.
Cuando replicamos las palabras sin analizarlas, oficializamos las definiciones erradas en el contexto actual. La población LGBTIQ no sufre por ser causante de fobias, sino por ser el blanco fácil en el que se puede descargar toda la ira que se tenga acumulada, lo cual es producto de los esquemas forjados en el aprendizaje del rechazo, y no de la inclusión.
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Los ataques de odio se siguen perpetuando día tras día, incluso cuando los mismos usuarios de la red social en que se generó este debate afirmaban que ya todo estaba establecido en el orden jurídico y que las atenciones especiales solo son privilegios que se quieren ganar. Pero ¿cuáles privilegios? Si los enlistara, serían el derecho a una identidad, el respeto de la vida (y el consecuente cese de los asesinatos de odio), el matrimonio igualitario (derecho del que gozan otros sectores de la población), la posibilidad de la adopción legal (con todos los rigores que se aplican a una familia heteronormativa), caminar por las calles sin padecer acoso ni discriminación y amar libremente como una opción, y no como postura política. Si estos son los privilegios a los que se refieren, creo que es necesario que se empiece a reconocer el odio con el cual se ataca, que se frene y que se dé paso a las posibilidades de una vida digna y justa.
Tampoco es acertado decir que no estar de acuerdo con la población LGBTIQ ya es un ataque de odio. Aceptar es un tema personal, pero respetar es un deber social. Cuando dejamos de respetar las diferencias, surgen términos errados como homofobia, que en realidad son ataques que atentan contra la vida y la dignidad humana y que no le comportan ningún beneficio al agresor, más que saciar su ira internalizada en un ser humano proscrito.
El problema radica en que es una sublimación que ha sido socialmente aceptada en el ataque a una persona homosexual y que se disfraza de fobia, con lo cual se cubre su esencia violenta.
En conclusión, no creo en la homofobia, sino en los ataques de odio que ponen en riesgo la vida. Pero, si a usted le genera ansiedad la presencia de un homosexual, entonces es posible que nos encontremos ante un cuadro de fobia. Esto se soluciona acudiendo a un profesional en salud mental. Lo otro, con educación actualizada y con el reconocimiento de las propias carencias.
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