La historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala está marcada por los años de la guerra, cuando cientos de estudiantes eran desaparecidos o asesinados a la luz del día y asociaciones de estudiantes eran diezmadas por la violencia del Estado, que construyó una categoría de enemigo interno a la cual correspondían los estudiantes que cuestionaban y salían a las calles. Esa tradición inmediata de rebeldía participativa y crítica es la que mantiene —cada vez menos— el estudiante sancarlista. Hoy el imaginario y el discurso de los estudiantes han cambiado, y no es un cambio espontáneo y poco inducido. Para nada.
Hoy, en el contexto democrático, en el cual la participación ha venido transformándose, es posible que la mayoría de los estudiantes de la San Carlos no tengan experiencias de organización o de participación política. Se han efectuado muy pocas movilizaciones masivas, y estas han sido muy cuestionadas. Por otro lado, de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) casi nada se habla. Nadie toma el riesgo de encararla, de exigirle. Según dicen, la AEU actual poco tiene que ver con la de Oliverio Castañeda. Al preguntar sobre la AEU y su posibilidad de transformación profunda para retomar los ideales de antaño, los sancarlistas que conozco me responden: «Simplemente no se puede». ¿Armas, negocios, apoyos de partidos políticos e intereses gremiales? A decir de muchos, un poco de eso y otras dinámicas tampoco lícitas. Si ellos son la figura pública de la USAC, son ellos quienes han monopolizado la manera de hacer protesta universitaria en el país. Nada más conveniente para neutralizar la protesta universitaria.
Me explico. A esta realidad interna que se percibe de la San Carlos y de sus organizaciones estudiantiles—que no dudo que tenga mucho de verdad— sumemos las estrategias discursivas de los medios de comunicación y del Estado. El sancarlista que se ve en los medios es el universitario de cuyos intereses dudamos, el que ha tomado la universidad pública para hacer negocios privados. Tildar a los estudiantes de bochincheros no cambia la manera de participación de aquellos que están muy lejos de luchar por los ideales de bien común, de democracia y de tolerancia, entre tantos otros. Al contrario, el prejuicio pesa tanto que no permite reformular el mismo movimiento universitario. Mientras se reproduzca el estereotipo político del bochinchero, se mantendrá la manera de hacer política de los estudiantes cuyo interés no es ni su comunidad estudiantil ni su sociedad. Si lo vemos así, ¿no sería también la San Carlos una empresa? ¿No habríamos perdido ya la única universidad pública a manos de negocios e intereses oscuros? ¿Y los estudiantes no se convertirían en cómplices? Entonces estaríamos jugando el juego del Estado y de los políticos mañosos.
El estudiante, en principio, debe ser estudiante. Si su universidad lo contagia o lo lleva a rechazar lo propio (me refiero a sus compañeros, a sus catedráticos, a sus decanos, a sus valores, a su propuesta de comunidad de aprendizaje y de sociedad política…), pues el compromiso por una u otra vía debería canalizarse en la organización estudiantil. El bochinchero de hoy no puede compararse con el estudiante de hace cuatro décadas. Sería una falta de respeto para tantos y tantas estudiantes que dejaron la vida por una Guatemala diferente.
Entonces, si no son bochincheros ni vagos, ¿quiénes son, sancarlistas?
Más de este autor