El genocidio no es simplemente un acto exterminador aislado en contra de la vida de un grupo étnico racial o religioso, sino que conlleva un proceso paulatino de destrucción de los sujetos como seres humanos, como ciudadanos, es un proceso progresivo de deshumanización, de cosificación y despersonalización de las víctimas que, a juicio de Feierstein, conlleva una serie de fases hasta llegar al exterminio físico de un grupo étnico racial o religioso.
A juicio de este autor, este proceso conlleva una serie de fases: la primera es la construcción de la otredad negativa, estableciendo una serie de tópicos o estereotipos del otro con el fin de justificar su exclusión o eliminación. En el caso de Guatemala, esta fase ya estaba prácticamente establecida por el desarrollo del prejuicio racial y étnico, en contra de los indígenas, de manera que, “la otredad negativa” ya estaba creada históricamente, sólo había que añadirle los nuevos epítetos como consecuencia de la guerra, “subversivo, comunista, guerrillero o no normalizable”.
En esta primera fase del genocidio, esa construcción negativa del Otro y esa imagen se aprende y adoctrina en las familias, en las escuelas del ejército, lo que Vela Castañeda llama kaibilizar la guerra. Los testimonios de los kaibiles y su adoctrinamiento en contra de los indígenas son una buena prueba de la ideología y prácticas racistas. A juicio del autor, la construcción del “otro”, como enemigo interno se refuerza mediante un entrenamiento sistemático por parte de la inteligencia militar, en donde múltiples testimonios de soldados expresan el enorme prejuicio que los coroneles tenían hacia los indios diciéndoles “indio asqueroso, indio abusivo, indio para acá, indio para allá” y así se va introduciendo una infravaloración de los indígenas en los cuarteles.
La segunda fase, según Feirstein, es la campaña de hostigamiento y persecución por considerar que el “otro”, es el culpable de los males del país o en el caso de Guatemala, el indígena se convierte en el soporte de la guerrilla. En los diversos planes, Victoria 82, Firmeza 83, plan de operaciones Sofía, se inicia con el hostigamiento y persecución del Otro y el prejuicio se eleva a categoría absoluta, en este caso, todas las comunidades ixiles son, “subversivas, guerrilleras, comunistas”, como lo hemos oído en múltiples testimonios, identificándolos a todos como el enemigo interno; todos los indios son subversivos o sujetos de subversión y hay que” cortar la semilla del mal”, “ cortar la semilla de raíz” y “normalizarlos”, es decir, “ladinizarlos y borrarles lo ixil”. Estas frases forman parte del léxico del discurso racista, en los planes del ejército.
Según Feirstein y Verdeja, en esta segunda fase, en el caso de otros genocidios, como el judío o el bosnio, se intenta desplazar o aislar espacialmente a la población y concentrarla en guettos, campos de concentración o campos de refugiados, para apoderarse de sus tierras, bienes y enseres. Sin embargo, para el caso de Guatemala esa fase de concentración previa no fue necesaria, porque la población civil, los grupos étnicos ixiles y achies, ya estaban aislados en las montañas y caseríos y una de las razones aducidas en los planes y en los diagnósticos de los Mandos Superiores, era que la población ya estaba aislada y era más sencillo declarar la región ixil como “zona de intervención roja”.
El aislamiento espacial y la concentración en aldeas estratégicas o polos de desarrollo se produjo después del exterminio, no antes, como sucedió en otros genocidios y, en esas zonas de concentración forzosa, es en donde se producen los principales desmanes de violaciones, servidumbre sexual, torturas, vejaciones, con el fin de “normalizarlos, borrarles lo ixil y ladinizarles”, es cuando se empieza con la fase del etnocidio, intentar sistemáticamente arrebatarles su cultura, su traje, su religión, y cuando entran a funcionar otros planes como los de “fusiles y frijoles” o “techo, tortilla y trabajo”, con el apoyo de ciertas iglesias neopentecostales.
En el Plan Sofía se habla de capturar y concentrar a la población sobreviviente para normalizarla y ladinizarla. En este plan, se habla de concentrarles en los campos de refugiados o en los polos de desarrollo para “borrarles lo ixil”. En estos espacios de aislamiento y concentración, volvían a sufrir, torturas, vejaciones e insultos como” indias de mierda”, “coches”, “vacas” y las mujeres eran violadas sistemáticamente por la tropa y los sargentos, generando un sentimiento de impotencia y vulnerabilidad.
En el caso de Guatemala, posterior al hostigamiento y a la estigmatización del indio como subversivo y enemigo público, se pasa a su exterminio. Este término es utilizado en varios planes y campañas de exterminio masivo de la población y de quema de sus enseres, animales y al asesinato indiscriminado y arbitrario de mujeres, ancianos y niños, como hemos escuchado repetidamente en los testimonios presentados en el juicio. La deshumanización y cosificación de los indígenas, en donde se les identificaba como, “animales, cosas, FIL, ENO y a los niños se les llamaba “chocolates”, en alusión al color de su piel”..
En Guatemala, contrariamente a otros genocidios como el judío, el de Bosnia, no hacía falta aislarlos porque ya tenían un hábitat disperso en las aldeas y caseríos, eso aseguraba mayor silencio e impunidad. El aislamiento espacial venía después, con los sobrevivientes, a los que se les metía en destacamentos, aldeas estratégicas o fincas como La Perla, para controlar a la población sobreviviente que era obligada a trabajar en los destacamentos y a someterse a servidumbre sexual.
En el plan de campaña “Firmeza 83”, se mencionaba, entre los objetivos generales de la “estrategia militar”: “Integrar a toda la población aislándola física y psicológicamente de las bandas de delincuentes subversivos”, aclarando en los objetivos particulares su “control físico y psicológico”.[1]
El proceso de exterminio fue de una violencia letal y rápida como se puede ver en la operación Xibalbá, en donde se puede observar una protocolización de la violencia, hacia mujeres, ancianos y niños, que indica que hubo un propósito de destruir a un grupo étnico como tal.
Ese protocolo de violencia letal y colectiva, puede observarse en los diferentes testimonios reiterativos de las víctimas, en donde todas las masacres se inician y terminan de forma muy similar. Los soldados o el ejército, llegaba a la aldea, dividían a la población en hombres jóvenes, maduros y viejos, empezaban a preguntarle a los jóvenes si eran guerrilleros y ante la respuesta negativa de la población civil, pasaban a asesinarlos con armas de fuego, machetes o de formas más violentas como sacarles el corazón, canibalismo ritual como indica la CEH, en sus conclusiones. Posteriormente se tomaba a las mujeres se les encerraba en las iglesias, en sus casas o en la municipalidad, después de atarlas y violarlas, se las quemaba y posteriormente se incendiaba el pueblo con bombas. A los niños, mujeres y ancianos, se les infringía unas muertes espantosas como la de quitarles las cabezas y ponerlas sobre las mesas del comedor, empalarlas, cuando estaban embarazadas o extraerles al niño y reventarlos contra los árboles.
Esta tercera fase, la del genocidio propiamente dicho de un grupo étnico como tal, en este caso del grupo étnico ixil, fue en donde se produjeron todas las atrocidades que hemos venido escuchando a lo largo de estos días. El exterminio masivo de la población y la quema de sus enseres, animales, y al asesinato indiscriminado y arbitrario de mujeres, ancianos y niños como hemos escuchado repetidamente en los testimonios; la deshumanización y cosificación de la población no combatiente ixil; la violencia letal, colectiva y sistemática en contra de mujeres, ancianos y niños supone una clara intención de destruir total o parcialmente a un grupo étnico.
La cuarta y última fase de la desidentificación, deshumanización o desvalorización del otro como animal, conlleva una fuerte carga de racismo y de estigmatización del otro como ser inferior, prescindible y encima mujer. Este debilitamiento sistemático de su identidad étnico-cultural, el resquebrajamiento psíquico, el deterioro mental y la humillación y vejaciones de los sobrevivientes, es una de los efectos de cómo operó el racismo y el genocidio como dos caras de una misma moneda.
“hacían lo que querían con nosotros, parecíamos unos animales, unos perros, ya no teníamos respeto, no les importábamos en nada, es como mataran a un animal sin importancia, si querían lo enterraban o lo tiraban al monte, eso es lo que hicieron a las personas…”
Otro comentario de las víctimas “eso no se hace ni siquiera con los perros… No éramos gente pues!!!!”
* La autora es Doctora en Ciencias Políticas y Sociología. Es profesora titular de Historia de América en la Universidad Autónoma de Madrid. Ha sido investigadora principal en múltiples proyectos relacionados con el desarrollo intelectual centroamericano.
[1] Ejército de Guatemala, Plan de Campaña Firmeza 83, pp. 9-10
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