No me acuerdo de su cara, pero sí de los pantalones caquis que usaba y del maletín en el que llevaba un objeto de madera que simulaba ser un pene. Tampoco se me olvida la sensación de que justo antes de iniciar la clase, empezaba el morbo, nuestra risa nerviosa, y el sinfín de preguntas absurdas que tan sólo dejaban al descubierto lo poco o nada que se nos había educado en la casa.
Mr. Sex logró la atención de todos, bastó con que sacara el consolador de madera y un condón, para que el asombro nos dejara en silencio. Abrió un paquete con la yema de los dedos, y en menos de tres pasos ya había deslizado el condón sobre el objeto. Lo hizo una vez, y esa escena fue suficiente como para guardarla en mi memoria.
A los trece años, la mayoría ya sabíamos que para evitar un embarazo, o evitar una infección de transmisión sexual, lo mejor era abstenernos. Pero en el caso de que no lo hiciéramos, lo más importante era que el hombre se pusiera un condón, y no sin cumplir los pasos indicados para colocarlo, porque seguro se rompía o se zafaba. Las consecuencias parecían graves: un bebé en camino, o la idea de una infección entre las piernas, como la que mostraban las fotografías, se veía bastante doloroso. Algo nos debía de quedar claro: había suficientes motivos para querer usar el condón.
Sin embargo, mientras pasan los años, me doy cuenta de varias cosas: la gran mayoría de las personas en este planeta está teniendo sexo o están a punto de hacerlo. Un gran porcentaje de la población sexualmente activa tiene una pésima excusa para no ponerse el condón. Entre las más populares están: si me lo pongo, no se me para; me queda chiquito; ay hombre, acabo afuera; ¿qué, acaso no confías en mí?; si me levanto a traerlo, mato el momento; jamás pensé en que lo íbamos a hacer; qué poco romántica; estaba muy caliente y se me olvidó; me quedé sin efectivo cuando pasé echando gas.
En el caso de las relaciones heterosexuales, la mayoría de las excusas vienen del hombre, pero también la mujeres accedemos justificándonos con esos argumentos: qué va a pensar de mí si le pido que lo use; tengo alergia al látex; confío en él; si ahorita saco uno de mi bolsa, va creer que soy puta; es mucho más especial si lo hacemos sin; no hay necesidad, tomo pastillas anticonceptivas; sólo la puntita y después que se lo ponga; estábamos muy bolos y ni lo pensamos. Mientras encontremos las excusas y alimentemos el ego con la idea de que "esto a mí no me puede suceder", estaremos siempre jugando a la ruleta rusa.
El 1 de diciembre se celebró el día mundial contra el VIH/SIDA. Millones de personas alzaron sus voces para hacerle frente a ese virus cruel y escurridizo, que no discrimina y que afecta a más de 37 millones de personas alrededor del mundo. Un lazo rojo es el símbolo de respeto y solidaridad a todos esos niños, mujeres y hombres que han perdido la vida o que han sido afectados por la pandemia. Hablar, educar, promover la inclusión, y asegurar el acceso a servicios de salud, es una de las tantas maneras en las que podemos asegurar el camino a la prevención del VIH, SIDA e infecciones de transmisión sexual. Desde aquí, el lugar en donde escribo, mi aporte, es este: ponete el condón.
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