Un día, mi amigo Nicolás me trajo un material educativo de Plan Internacional para uso en las actividades con niños que asisten al proyecto. Era un libro en el que se hace con la vida real un cuento que desnuda la desigualdad en que viven las niñas del área rural, invisible para quienes no la conocen. La historia va algo así.
Eran dos gemelos idénticos como gotas de agua. El parecido iba desde el color de los ojos hasta los gustos: disfrutaban de escuchar cantar a mamá y la voz de su padre cuando este volvía del campo. Conforme crecían, sus gustos se parecían más. Fue entonces cuando ambos empezaron a asumir cargas. Ambos, Matilda y Mateo, tenían tiempo para cumplir sus responsabilidades y tiempo para jugar. Las labores de Matilda consistían en ayudar a mamá, cuidar a los hermanos, lavar la ropa, ayudar a hacer tortillas, cocinar y lavar los trastos, entre otras. Cuando llegaron más hermanitos, el trabajo aumentó.
Crecieron y fueron a la escuela. Matilda tenía cada vez menos tiempo disponible para hacer la tarea y mucho menos todavía para jugar. Mientras Mateo podía estudiar y jugar pelota, ella a veces no podía ir a estudiar y se cansaba tanto que frecuentemente se quedaba dormida en clase. Finalmente abandonó la escuela. Matilda y Mateo jugaban juntos cada vez menos, pero sí conversaban. Ella soñaba con ser maestra para enseñarles a otros niños, ya que disfrutaba y aprendía de lo que Mateo le contaba de la escuela. Mateo, en cambio, quería trabajar con computadoras.
Mateo terminó la escuela primaria y estaba cerca de su sueño, mientras que el de Matilda estaba cada vez más lejos. Un día que iba al mercado, Matilda conoció a un muchacho y se enamoró de él. Se veían por las tardes. Se amaban mucho. Ninguno de los dos recibió clases de educación sexual, así que no supieron protegerse. Un día Matilda comenzó a sentirse cansada y en el centro de salud se enteró de que todo cambiaría en su vida para siempre. Su mamá se molestó muchísimo. Su papá le gritó y le dijo cosas que la hicieron llorar. Ella fue a buscar a su novio, pero este se había ido a trabajar lejos.
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Cuando el novio volvió, escuchó hablar a la gente de lo gordita que estaba Matilda, de lo joven que era, de que ella tenía la culpa de haber arruinado por completo sus vidas. Tuvieron mucho miedo de no poder hacerse cargo de todo. Matilda lo esperó, pero él jamás regresó. Ella no podía creer que su gran amor la había abandonado. Mientras, su hermano consiguió un empleo y eso le permitió seguir estudiando.
Mateo constantemente pensaba en su hermana y decidió apoyarla para que no llorara más. Después de todo eran muy parecidos, pero comprendió que Matilda no había tenido las mismas oportunidades que él. Ella comenzó a estudiar por las tardes, se graduó y le pudo ofrecer a su hija las oportunidades que ella no tuvo. Por supuesto que esta última parte es hipotética. No es lo que sucede en la mayoría de los casos. Pasa que esta historia es un recurso educativo con el cual se pretende que los varones, siempre favorecidos socialmente, vean cómo ellos también pueden ayudar a disminuir esta brecha.
Esta historia deja al descubierto la raíz de la desigualdad. En el cuento ambos alcanzan sus sueños, pero en la realidad se afrontan grandes dificultades por nacer niña. Ahora bien, si te parece que por ser hembritas la tienen más complicada, consideremos entonces ser mujer y además ser niña. Eso las hace víctimas de doble discriminación. ¿Y si sumamos las cifras de abuso sexual que las oprime?
La desnutrición, el analfabetismo, la mortalidad infantil, el matrimonio infantil forzado, el abuso sexual, el embarazo precoz, la estigmatización social y la negación de acceso a la educación o a servicios de salud están vulnerando a las niñas porcentualmente por encima de lo que afectan a los niños. Y estas condiciones se multiplican si se nace niña indígena.
Fuerte, ¿verdad?
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