Esa lectura me impactó mucho. Sentí en ese entonces una especie de desasosiego, de incertidumbre y de abatimiento al pensar que yo formaba parte de esos seres taciturnos que vivían y morían encadenados en medio de una oscuridad insoslayable sin nada que pudiera liberarlos de sus ataduras y, sobre todo, sin ninguna motivación interna para querer desatarse de las mismas.
Así me siento hoy. Así siento que estamos muchos.
Estoy en una especie de shock del que aún no termino de salir. Inició cuando supe del ataque a Karla y Nancy cerca de las puertas del INCA. Cuando supe que Karla murió a los 17 años y su hermana de 14 aún lucha por su vida. Porque como ellas, también caminé por las calles aledañas al Instituto todas las mañanas, como ellas también platiqué con mis compañeras de clase antes de entrar, como ellas conozco esos caminos, las casas y sus recovecos.
Hace treinta años con mis compañeras éramos unas adolescentes llenas de ilusiones, de esperanzas, de anhelos, de deseos de vivir. Caminábamos a diario contentas porque íbamos a estudiar y pese a que estábamos en medio de una guerra fratricida no teníamos miedo, no creíamos que una bala perdida pudiera atravesarnos el cuerpo, destrozarnos el cráneo, rompernos el cuello, quitarnos la vida. Sin embargo, las estudiantes que hoy veo a través de las imágenes que nos muestran los medios, debido al impacto de este hecho reflejan en sus rostros el drama de vivir en un país que no sólo no les ofrece nada, sino además, les quita lo poco que podrían tener: la seguridad en su dignidad como mujeres y como jóvenes.
Porque demás está decirlo: son ofensivas algunas de las hipótesis que han emitido desde el Presidente para abajo sobre las posibles causas de este lamentable hecho. Que podría ser una cuestión entre pandillas, dicen. Que ellas podrían estar ligadas a la venta de drogas, sugieren. Que tal vez estén relacionadas con conflictos entre varios establecimientos educativos, especulan. Es decir, que si les pasó eso, si Karla está muerta y su hermana en estado delicado es porque “andaban en malos pasos”, “tenían malas juntas”. O en otras palabras, que si les dispararon fue por su culpa (¿?).
Por mi lado, parto del principio fundamental de su inocencia hasta que no se demuestre lo contrario. E incluso, aun cuando hubieran estado involucradas en alguna de las cuestiones que se mencionan, de todas formas, para mí, ellas son las víctimas. Karla y Nancy son las víctimas de un país que no sale adelante. Son las víctimas de un Estado fallido: corrupto, violento, machista, inseguro, desigual y discriminador, que no termina por reconocer sus deficiencias en todos los niveles.
Hoy estamos conmovidos por la atrocidad de este hecho. Ya es tiempo que en lugar de seguir lamentándonos como si estuviéramos encadenados en la caverna de Platón, empecemos a cumplir con el papel que como sociedad civil nos corresponde.
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