Pilatos habría estado, a lo menos, familiarizado con las visiones griegas en cuanto a los tipos, las formas y los grados de la episteme y con las caracterizaciones inferiores de la tekné y de la doxa. Cualquier romano educado tendría alguna idea con relación al postulado griego en torno a la convivencia posible entre diferentes formas de verdad y el problema de plantear la existencia de una sola verdad. Algo que desde los diálogos de Sócrates ha sido una pregunta recurrente. Incluso hasta hoy.
Más de alguien podría apuntar que el relativismo griego no era del todo compartido por los romanos. Algo hay de cierto en lo anterior. En cuanto a que los romanos aceptaban diferentes sistemas de verdad, la sangre de san Justino (filósofo estoico) testificaría en contra. Que haya enviado su Apología a Marco Aurelio o a Antonino Pío, estoicos también, probaría el punto anterior. Como sea, lo que sí no es tema de debate alguno es que el problema de la verdad no sería cuestión de oídas para Pilatos. Me parece que, por tal razón, quienes se interesan en las cuestiones teológicas han lamentado que Pilatos no se quedara a oír la respuesta de Jesús. Es, en mi opinión, quien hace la mejor pregunta en todo el Evangelio. Y se da la media vuelta sin escuchar la respuesta.
Bueno. No era delito bajo la ley romana articular incongruencias filosóficas desde las posiciones griegas. Quizá por eso se deshizo rápidamente del Nazareno.
Veamos, entonces, la respuesta de Jesús. Está impregnada del carácter propio del monoteísmo judío: «Yo soy la verdad». Recordemos lo que se ha apuntado en columnas anteriores. El monoteísmo, su esencia fundamental, es salvaje e intolerante. No debemos olvidar que lo anterior es la esencia del קדוש (kádosh, santo). La santidad hebraica no es un concepto pasivo, inmutable y desconectado de la realidad. Todo lo contrario: estipula acciones concretas y deliberadas. Por el contrario, la forma griega con respecto al problema de la verdad es un esencialismo dominante. La verdad griega es teorética y, por lo tanto, puede desligarse de la acción y convivir con otras realidades teóricas. Así las cosas, tenemos una relación interesante: el אמת (emet, verdad) que corresponde a la αλήθεια (alézeia, verdad) y es precisamente el vocablo que Jesús utiliza en Juan 14,6. (Podrán decir que soy un ateo libertino, pero no podrán negar que conozco mi hebreo y mi griego como Dios manda).
Volviendo entonces a lo que nos interesa, aquello que es evidente, lo que es verdadero desde la posición de Jesús, fundamentalmente establece una sincronía interesante. En efecto, la verdad no es una teoría, pero tampoco es algo fáctico nada más. Es una persona. Por eso la respuesta. «Yo soy la verdad» es el complemento lógico (en el más alto grado) de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento a Moisés: «Yo soy».
Yo me adhiero a la idea de que la verdad no existe. No soy un esencialista y por supuesto creo que no solo la verdad, sino también el pensamiento, están al servicio de la acción. Pensamos porque necesitamos actuar. Que lo anterior articulado en la respuesta de Jesús esté relacionado con el תיקון עולם (tikún olam, reparar el mundo) es debatible, aunque yo creo que, en efecto, lo está. No estoy intentado judaizar el cristianismo, aunque tampoco se puede olvidar que Jesús era judío. Al margen del neoplatonismo que las enseñanzas paulinas puedan introducir, los dichos, los hechos y los milagros de Jesús están orientados a transformar la realidad y mucho menos a los juegos abstractos mentales. Lo anterior, dicho sea de paso, es congruente con el biologicismo tan característico del pensamiento judío.
El silencio de Jesús tan característico en el diálogo con Pilatos es llamativo. A la pregunta de Pilatos, «¿Qué es la verdad?» (v. 38), Jesús no responde nada. ¿Por qué? No se trata aquí de leer su silencio a la manera francesa: «À un sot on répond par le silence» (A un tonto se le responde con el silencio). El silencio de Jesús, me parece, lo dice todo: para el cristianismo, la verdad no es un qué es, sino un quién es. No es algo, sino alguien. Dicho de otra manera, la pregunta de Pilatos está mal formulada. Él debió haber preguntado: «¿Quién es la verdad?».
Ese que es la verdad, ese que recibe la verdad o que entra en contacto con la verdad (y, repito, yo no me entiendo como esencialista), no puede entonces desligarse de la praxis en el mundo real: en el aquí y en el ahora. La realidad se transforma. Por eso Jacob quedó cojo al luchar con el ángel, Moisés debió cubrir su rostro al bajar del Sinaí, los sacerdotes se postraban en tierra cuando la Shekiná descendía sobre el santísimo, el rostro de Jesús era irreconocible luego de la transfiguración, etc.
Repito. Yo no me entiendo como esencialista y no creo que exista la verdad. Existe un cúmulo de respuestas útiles que pueden ser probadas falsas. Pero no dejo de sorprenderme cuando aquellos que han encontrado su verdad personal son congruentes con ella. Así lo demuestra la escena brutal de los estudiantes asesinados en Kenia. Asesinados porque eran universitarios. Masacrados porque, en efecto, los idiotas le temen al conocimiento y lo silencian por la vía de las armas. Y muertos también porque eran cristianos. No uno, sino varios de ellos, juntaron sus pies y estiraron sus brazos haciendo la señal de la cruz al momento de ser ejecutados.
Nunca he entendido por qué resulta loable morir por una idea. Sobre lo anterior rescato como moralmente superior la posición judía, que permite la apostasía si con ello se puede salvar la vida. Porque la vida es, en efecto, sagrada.
Sin embargo, dice mucho lo que se tiene en mente al momento de morir e incluso cómo ese set de ideas moldean la posición de muerte. Lo único que podemos envidiarles a estos muchachos bestial e injustamente aniquilados (además de su congruencia) es que ahora ellos han resuelto el problema más complejo de la existencia.
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