Difiere mucho de las trojes que existen en otras latitudes donde incluso, son sinónimo de estatus y pujanza económica. Allá no se guarda solo maíz sino diversos productos agrícolas. Varían desde pequeños cobertizos como los que se encuentran en México y América del Sur, hasta edificaciones con suelos impermeables como los de Andalucía, España.
En nuestro medio, las trojes son pequeños ranchos, algunos sin tapanco, donde se almacena la mazorca y celosamente se conserva la semilla. En el interior de Guatemala no significa pujanza sino la vida misma, la existencia de la familia, el qué comer de quienes no tienen pan.
Esa existencia, ese qué comer, ese maíz sembrado desde siempre, “desde antes que ensangrentaran nuestra tierra los cuervos, los piratas, la cruz, la espada y el capital”, como dice el canto Somos hijos del maíz de Carlos Mejía Godoy, está en riesgo gracias a la Ley para la Protección de Obtenciones Vegetales, Decreto 19-2014, aprobada por el Congreso de la República sin consenso de la población y sin discusión de ninguna clase. Imagínense ustedes: No poder sembrar nuestra propia semilla. Obligatorio será comprarla a empresas transnacionales. Y la troje, ese lugar venerable donde se finca la existencia de la ruralidad, podría llegar a ser motivo de persecución penal.
Necesario será utilizar todos los recursos legales que proveen nuestras leyes para detener semejante aberración. Plantear la inconstitucionalidad general de ley en contra del Decreto de marras es indispensable. La Corte de Constitucionalidad, de actuar honestamente, tendría que resolver conforme a los principios y garantías constitucionales y conforme a su mandato que es la defensa del orden constitucional. Ojalá, llegado el momento, los señores Magistrados se invistan con la toga que les permite ser llamados Su Señoría porque, tal parece, el tiempo de don Edmundo Vásquez Martínez quedó muy atrás.
Ha de caerse en la cuenta que esa economía puede matar. Se trata del juego de la competitividad donde prevalece la ley del más fuerte y el dicho Decreto, está bajo la cobertura del Tratado de Libre Comercio firmado en el 2005, extravío este rubricado a espaldas de la población. Muchos diputados ni lo conocieron ni lo conocen a cabalidad.
El maíz se consume en nuestras poblaciones desde hace millares de años, y tomó casi mil domesticarlo. Fueron la evolución y la diligencia de las poblaciones mayas las fuerzas transformadoras que llevaron a las mazorcas a ser del tamaño que a inicios del siglo XX pudo mejorarse tecnológicamente en estas regiones —porque el grano también existía en otros territorios—. Se enfrentan entonces, en un escenario nada favorable para nosotros, el estamento legal contra el justo y el moral.
El papa Francisco recién denunció a la sociedad de consumo como responsable del “cáncer de la desesperanza”. Ello habría tenerlo en cuenta nuestro gobierno, porque, ¡carajo!, encima de no tener acceso ni al salario mínimo, el campesinado ahora podría ser perseguido por tener su pequeña milpa como cultivo de subsistencia.
El numeral 53 de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium de Jorge Bergoglio dice en su parte toral: “Ya no se trata simplemente de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes»”. (EG; 2013:46).
En el momento en que escribo este artículo veo a través de una ventana el pequeño patio de 12 x 5 metros de nuestra casa. Tenemos en el huerto familiar: un aguacatal, un árbol de coyou (chucte), un papayal, una higuera, un árbol de ché pish (tomate extranjero en q’eqchi’), dos variedades de limón (criollo y persa), plantas aromáticas (culantro, perejil, té de limón, albahaca, cebollín entre otras), plantas medicinales (pericón, hierbabuena y menta) y una ardilla que furtivamente está subiendo al coyogual. Todo lo aprovechamos y compartimos con familiares y vecinos. Y pienso, de seguir adelante la felonía del Decreto 19-2014, ¿qué le espera a nuestro huerto? La respuesta es: Sustituirse por blocks y capas de cemento.
No. No lo permitiremos. Porque, como dice la canción de Mejía Godoy arriba invocada: “Somos hijos del maíz, constructores de surcos y sueños”.
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