El desenlace de las equivocadas demandas penales del presidente Otto Pérez y la vicepresidente Roxana Baldetti contra el periodista José Rubén Zamora –las cuales finalmente retiraron-, sumado a la irresponsable agresión contra Baldetti el 14 a las 14 (aproximadamente), encontraron todas costal sin fondo en la perenne tarea de construir una mejor democracia.
Una de las ocurrencias de Pérez, a quien tanto le gusta poner huevitos a costas del erario público aunque no lleguen a pollito, era que con dichas demandas se pretendía abrir un debate sobre lo que él llama periodismo chismográfico, presto a ataques e insultos, algo inaceptable en el país. Los mandatarios hacen como que olvidan que este tema es recurrente desde el principio de la incipiente democracia. El analista Edgar Gutiérrez lo recuerda en su columna de ayer como una tensión permanente entre la prensa y los gobiernos de turno. El periodismo político es un gaje del oficio.
A propósito de la censura estatal contra la cual fue el más ferviente combatiente, Voltaire escribía en una de sus cartas a un funcionario público dado a la tarea de pasar tijera a libros que no consideraba apropiados:
“El hombre con gusto lee solo lo bueno, pero el hombre de Estado permite lo bueno y lo malo”.
¿Corresponde entonces fomentar desde el gobierno una discusión sobre la calidad periodística cuando hay tareas mucho más importantes que atender y que sí deben ser consideradas cuestión de Estado?
Porque al final de cuentas, la prensa es un negocio. Como decía Mario Carpio Nicolle en su ya conocida obra sobre el tema: “La prensa es en el mundo capitalista un negocio: en parte una industria y en parte una actividad comercial”. Secciones como elPeladero en elPeriódico, y otros rotativos con notas rojas donde buena parte de la publicidad muestra a chicas semidesnudas -el llamado periodismo sensacionalista-, tiene mercado y las empresas tratan de satisfacer y vender a este nicho de la superficialidad, el morbo y el chisme.
Conste que no justifico ni aplaudo esa suerte de periodismo, pero es reflejo del tipo de exigencia de una clase media urbana, donde el concepto pleno de ciudadanía está apenas en formación, y por tanto más proclive a los dimes y diretes del gobierno de turno. Lo mismo sucede con los políticos y candidatos a elección popular que continúan usando cancioncitas, lemas y edecanes en sus mítines políticos para vender su programa de gobierno.
Tanto las empresas mediáticas como los políticos tienen un nicho de consumidores de lo inmediato y no de ciudadanos críticos. La finalidad es vender productos, sea como sea. De alli que sean celebridades las personas que mayor influencia o admiración provocan, o que la jovencita que presenta las condiciones del clima en un noticiero de la noche, vista de manera tan provocativa, cuando no sólo es de mal gusto sino tampoco ha lugar. Especialmente cuando las temperaturas están para congelarse y ella está lista para ir al puerto. Entonces tampoco sorprenda que un político tan cuestionado como Manuel Baldizón sea capaz de vender su marca y tener tanta aceptación para las próximas elecciones. El criterio muchas veces sale sobrando.
La prensa como la política criollas, en tanto mercancías, reflejan el grado de aceptación y exigencia de sus consumidores. Por lo que el tema va todavia más a fondo y clama por una materia pendiente en el país: la construcción de una ciudadanía crítica y argumentativa. Sin ciudadanos y deliberación –ligado a la educación-, no hay mejor política ni mejor prensa. Como piezas esenciales de la democracia, el reto es exigirles también mayor profesionalismo, transparencia y rigurosidad en sus financiamientos, métodos, mensajes y formatos.
Para quienes quieran gobernar hoy o mañana, bien valdría la recomendación universal de Voltaire: el estadista tolera un abanico muy amplio de opiniones y expresiones. Siendo la democracia todavía una tarea en construcción, y sabidos que los peladeros del mundo subsistirán, no dar ningún motivo para la mala prensa o tener un cuero grueso, son dos claves que bien pueden auxiliarles en su ambición de gloria.
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