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Las semillas a punto de ser sembradas por Arnoldo Felipe Anton, 28, en la aldea Loma de San Juan, Zacapa, en junio. El color rosado es debido a un insecticida usado para preservar el maíz. Simone Dalmasso

La pobreza extrema y el hambre marcan vidas en el campo. ¿Hay una semilla de esperanza?

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La pobreza extrema y el hambre marcan vidas en el campo. ¿Hay una semilla de esperanza?

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La dieta rural en Guatemala es limitada porque el dinero no alcanza para más. Es pobre en nutrientes. La desnutrición crónica es la primera barrera para el desarrollo de las personas. Millones de niños y niñas la padecen. La dieta poco diversa solo deja la alternativa de depender del maíz, un alimento que no cumple con los requerimientos mínimos nutricionales para desarrollarse plenamente. Y así, en situación de pobreza, este grano es todo lo que las familias agrícolas pueden producir en su tierra, que en muchos no es suficiente para todo el año. Este es el caso de Isidra y su familia. Como ella hay miles, más bien millones, en Guatemala.

«En mi casa nunca hace falta la comida», dice Isidra con orgullo, mientras camina por el suelo de tierra de su vivienda construida de adobe. Es el hogar de Isidra y sus tres hijos en el caserío El Descombro, Camotán, Chiquimula. Está a 15 minutos caminando desde la carretera. Es inaccesible para cualquier vehículo. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) la incidencia de pobreza rural en ese departamento es de 92.5 % y 39 % de pobreza extrema. En Camotán la pobreza extrema es del 41 %.

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Isidra, de 26 años, vive con su pareja Gabriel, de 28 años. Él trabaja durante la temporada de invierno en Petén, mientras ella se dedica a cuidar a los niños. El ingreso de Gabriel cubre todos los gastos del hogar.

Isidra inicia el día dando de mamar al hijo más pequeño, de un año. Se llama Orlin. Aún no come alimentos sólidos y durante la última semana ha estado con vómitos. Luego, Isidra pone al fuego la media libra de frijoles y el maíz que comerán durante el día. Para el desayuno, los frijoles hervidos en caldo con arroz. Se cuecen durante unas horas y tienen una consistencia casi cruda. El almuerzo y la cena varían. Isidra, al igual que el 57 % de los hogares de Guatemala, según el Censo de 2018, cocina con leña.

Esta lista de ingredientes parece la receta de un desayuno, pero no lo es. Son para los tres tiempos de comida. Suman unos Q 20 al día para las cuatro personas del hogar de Isidra.

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Su hijo mayor, Justin, de cuatro años, no cena todos los días porque «no le da hambre». La noche anterior no lo hizo y se fue a dormir cuando el Sol se puso. Por las tardes toman atol de masa de maíz con azúcar y de vez en cuando, para refaccionar, le compran jocotes a la vecina. En las mañanas y tardes Justin toma café con una cucharada de azúcar. Aún no va a la escuela, por eso su familia no recibe el beneficio de la bolsa de víveres que da el programa Alimentación Escolar. Ni eso ni otra ayuda del Gobierno.

Isidra llegó a sexto primaria y Gabriel a segundo. Apenas pueden leer y escribir.

En toneles de plástico guardan el maíz que cosechan cada año desde octubre. Con eso tienen tortillas todos los días. La media manzana que sembraron en 2020 rindió 25 quintales de maíz. Es suficiente para todo el año. ¡Con esa cantidad pueden hacer unas 35,000 tortillas!

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¿Cuál es el impacto de la pobreza extrema en la alimentación?

Una dieta inadecuada no tiene el balance nutricional con proteína y micronutrientes que las personas necesitan, en especial una madre lactante y niños o niñas en etapa de crecimiento. Es una causa directa de la desnutrición crónica. La escasez de alimentos, más allá de las reservas de granos básicos, se conoce como desnutrición aguda o hambre estacional.

Entre las causas indirectas de la desnutrición crónica está el ingreso económico. Esto incluye productividad de cultivos de subsistencia como maíz y frijol, nivel de escolaridad de la madre e ingresos del padre como jornalero. Todos bajos. Así es la situación de la familia de Isidra.

No se trata de un problema de cantidad de calorías consumidas por las familias. Las 15 tortillas que una mujer lactante como Isidra puede comer en un día es insuficiente para recibir todos los micronutrientes que necesita. Tampoco están balanceadas con otros alimentos con proteína de fuente animal: carne, pollo, huevos o queso. Esto provoca un presente y futuro con desnutrición crónica.

La pobreza y la falta de acceso a educación son consecuencias de los problemas nutricionales. Pero también son sus causas. Es importante abordar el nexo que existe entre la agricultura, la nutrición y las consecuencias que tiene para el aprendizaje a temprana edad. Resulta en una espiral que limita cada vez más las posibilidades de desarrollo de la población guatemalteca. El 68 % de la población rural vive en pobreza multidimensional, siendo la mitad de la población rural, basado en la última Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2014 (Encovi).

Un niño o niña que no recibe los nutrientes necesarios no tendrá el desarrollo cognitivo suficiente para aprovechar el aprendizaje en la escuela o siquiera permanecer en ella. La retención escolar también estará asociada a las posibilidades económicas del hogar para apoyar que los hijos vayan a la escuela y no tengan que trabajar en el campo con sus padres.

En años anteriores, la producción promedio de la familia de Isidra fue de 15 sacos de maíz. Eso no les alcanzó para todo el año. El 2020 fue diferente. Con mejores lluvias y una semilla mejorada tuvieron 10 sacos más.

Estas variables representan las condiciones de pobreza extrema que condenan a Isidra y a su familia a perpetuar el ciclo. El nivel educativo de los padres y la imposibilidad de adquirir proteína de fuente animal impactan en el desarrollo integral de los tres hijos.

Una familia vive en pobreza extrema cuando no alcanza a cubrir el costo de consumo mínimo de alimentos para sus integrantes. Consume por debajo de Q 480.00 por persona al mes, según la Encovi 2014 . El Instituto Nacional de Estadística (INE) considera que la Canasta Básica Alimentaria (CBA) en 2021 cuesta Q 2,984.00 mensuales para una familia de 4.77 personas, considerando los costos de adquisición de alimentos.

Una familia que no vive en pobreza gasta Q17,337.23 por persona al año en alimentos, para alcanzar los niveles calóricos y proteicos mínimos, más otras necesidades como vivienda, vestuario y educación, entre otros. Mientras una persona en pobreza extrema gasta Q 5,750. Además de los granos básicos, la CBA incluye proteínas de origen animal y una gama sencilla de frutas y verduras como banano, sandía, güisquil y papa, alimentos que no estaban en la dieta de Isidra y sus hijos.

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La pobreza extrema roza la tercera parte en gasto de lo que contempla la canasta ampliada con alimentos y necesidades básicas. En el caso de Isidra es así: Al día, gastan para cuatro personas lo que la CBA estima por persona al día. Ella administra el gasto de la comida en su hogar, mientras Gabriel trabaja todo el día fuera de casa, a veces temporadas completas. Gasta unos Q 4.37 al día por cada uno de los integrantes de su hogar. Eso es menos de un dólar. Esto sin contemplar los gastos de vivienda y demás condiciones sanitarias necesarias para tener a sus hijos sanos libres de enfermedades crónicos.

En condiciones normales, no de pobreza extrema, la CBA para 2021 contempla Q 31.89 al día por persona solo en carne, huevos o cualquier producto con proteína de origen animal. Para completar la dieta mínima recomendada, Isidra y Gabriel deberían gastar cuatro veces más. Algo imposible por su condición económica.

El maíz es fundamental y de este grano depende la alimentación de muchas familias. ¿Por qué? La familia de Isidra gasta Q 3.30 en maíz cada día. Su presupuesto total para alimentación es de unos de Q 20.00 diarios cuando su pareja está fuera. Los Q 3.30 proveen casi la mitad de las calorías de la familia. La única forma de sobrevivir con un presupuesto tan bajo es consumir cantidades altas de maíz.

Familias como la de Isidra son dependientes de su propia producción agrícola con mano de obra no remunerada en extensiones de tierra pequeñas (una manzana o menos), principalmente de granos básicos. De esta producción, guardan su grano para los meses que alcance, en toneles de plástico.

Según la Encovi de 2011 las familias que viven de su cultivo o que incluso les sobra un excedente que pueden vender, son el 61 % de las agropecuarias, unas 790,671. En este grupo la incidencia de pobreza es del 68 %, según el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación (MAGA).

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Salarios injustos, que no alcanzan

La situación de pobreza extrema y la falta de alimentos es consecuencia de los salarios bajos para las familias rurales en la zona. Los ingresos y la nutrición están relacionados. Los ingresos más altos van asociados a dietas más diversas y abundantes. No comer bien no es una decisión intencional. Las familias de subsistencia no ganan suficiente para una dieta nutritiva. 

Según el INE, la fuente de ingresos de los hogares como el de Isidra son los trabajos temporales fuera de su parcela en fincas de agricultores comerciales o de monocultivos. Gabriel cuenta que el pago por jornal diario en esa región es de unos Q 40, sin seguridad de tenerlo los cinco días de la semana.

Hasta 2020, la falta de ingresos impidió a Gabriel comprar una semilla mejorada. Es una inversión significativa. En años anteriores guardó semillas de la cosecha anterior, aunque esta no produce suficiente cosecha para su consumo anual.

La actividad agrícola familiar es de alto riesgo financiero, especialmente la de subsistencia, y no permite a los agricultores acceder a créditos con facilidad. Los pequeños productores son más vulnerables a amenazas climáticas, sanitarias y de variaciones de precio en el mercado. Y sin un seguro para absorber impactos se reduce la capacidad de pago de un crédito por emergencias o desastres. Esto los condena a no disponer de medios de producción y tecnología apropiada.

Productores de maíz, y en especial de granos básicos, generalmente no están organizados, haciéndolos más susceptibles frente a los intermediarios conocidos como “coyotes” que fijan los precios. Además, la baja fertilidad de los suelos y el manejo inadecuado de las tierras secas como las de Camotán, también provoca niveles bajos de producción y calidad de las cosechas. Hay una barrera económica para acceder a semillas mejoradas que den cosechas más productivas. Ese es el punto de partida del maíz biofortificado.

¿Existe algún tipo de solución viable para resolver esta problemática?

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Una semilla de esperanza

El maíz que la familia de Isidra consume en esta temporada no es convencional, es maíz biofortificado. Este maíz es un cultivo mejorado de manera natural. No son transgénicos. Logra variedades con más valor nutricional y es de mayor rendimiento. Según un estudio del Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá, el consumo diario de maíz biofortificado puede cerrar las brechas de zinc y hierro para una mujer lactante como Isidra, mientras sigue aportando las mismas calorías del maíz convencional.

En 2020 Gabriel pudo comprar 15 libras de semilla mejorada biofortificada en el agroservicio local, porque en ese año trabajó en el corte de caña. Esto le permitió sembrar media manzana de tierra. De no ser por eso hubiera acudido a sus vecinos para adquirir semilla reciclada de menor rendimiento y hoy no tendría suficiente comida para todo el año.

En comparación con otros años, esta cosecha sí logró abastecer a la familia de Isidra, en especial durante los meses cuando inició la siembra y hay escasez del grano. Actualmente 3.5 millones de guatemaltecos tienen dificultades para poner comida en la mesa, sufren de hambre estacional. Esta situación inicia reduciendo porciones de alimento, y luego tiempos de comida. Sin liquidez para comprar maíz en el mercado, y sin haber tenido una cosecha suficiente el año anterior, hay hambre.

El maíz biofortificado puede existir como variedad de polinización libre, que se puede guardar año tras año sin perder rendimiento. También está el híbrido, que tiene un rendimiento más alto, pero solo por una cosecha. Este fue el que utilizaron Gabriel e Isidira.

El promedio de producción por manzana de maíz blanco a nivel nacional es de 35.6 quintales, según MAGA. Esto está influenciado por el rendimiento de maíces reciclados que están adaptados a climas locales, pero en zonas secas tienden a la baja. Por ello en muchas zonas la seguridad alimentaria se vulnera con el abastecimiento de grano insuficiente para el año o ni siquiera para tener un excedente para la venta. No tienen acceso económico a semillas mejoradas.

El rendimiento de un híbrido como este maíz biofortificado podría llegar hasta 120 quintales por manzana dependiendo de la región e insumos. En Chiquimula se tiende a llegar entre 55 a 70 quintales por manzana, porque el bajo poder adquisitivo de los productores no da para comprar suficientes insumos agronómicos que hagan la cosecha más productiva. Esto es una oportunidad para abastecer a las familias de subsistencia e infrasubsistencia.

Además, incrementa la producción de quienes venden su excedente y con ello sus ingresos. Y en un escenario óptimo, las familias agricultoras de subsistencia puedan dar el salto y comercializar lo que ya no necesitan para su consumo.

En este contexto de pobreza y malnutrición hay una solución. El reto está en hacerlo accesible a todos los pequeños productores. Si el problema inicial es la barrera económica por el precio, condenando hacia la infrasubsistencia con baja productividad, es donde se necesita un rol público para masificar el acceso.

Las semillas biofortificadas de alto rendimiento no aparecen en el mercado porque no las adoptan las empresas. Lanzar cualquier semilla nueva, y más aún las biofortificadas, implica costos significativos, que no siempre son compensados por las ventas. Las empresas las comercializarán si se aseguran beneficios económicos significativos. Sin embargo, la vía comercial no es suficiente. Es necesario un modelo público y privado que complemente los programas sociales que ya existen. Familias como la de Isidra necesitan la seguridad alimentaria durante todo el año.

El fracaso del país para establecer un correcto equilibrio entre asegurar el crecimiento económico, luchar contra la pobreza, combatir el hambre y la desnutrición, implica frenar el desarrollo humano de las personas ahora y también el de las nuevas generaciones. La familia de Isidra es parte de esta catástrofe. Ellos son ejemplo de las condiciones para los pequeños agricultores que viven en pobreza. Al ritmo actual, Guatemala necesitaría de 100 años para erradicar la desnutrición crónica, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).  Sin embargo, si el esfuerzo público logra implementar las nuevas tecnologías agrícolas y semillas biofortificadas, hay posibilidad de lograr una intervención efectiva en la vida de muchas personas del área rural y un avance en la seguridad alimentaria y el cierre de las brechas nutricionales.

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