Thomas Jefferson, tercer presidente constitucional de los Estados Unidos, fundó el Partido Demócrata en oposición al elitista Partido Federalista. Le preocupaba la simpatía esclavista de sus opositores, además de que buscaba una opción política para el ciudadano común y corriente.
Escuchando el discurso del aspirante demócrata Bernie Sanders a la candidatura presidencial, algo de esta olvidada esencia jeffersoniana resurge. Sanders fue capaz de recaudar tres millones de dólares para enfrentar el caucus en Iowa, pero el financiamiento de su campaña ha consistido fundamentalmente en aportaciones personales ciudadanas. El promedio de donación directa ha sido de 27 dólares por persona. Esta situación es muy similar a la estructura de financiamiento que Podemos utilizó, dicho sea de paso, en las últimas elecciones, concretamente en las regionales de Madrid y Barcelona.
Este fenómeno abre una línea de análisis muy interesante para los cientistas políticos porque, en esencia, es una forma de devolver el poder al ciudadano retornando a la máxima jeffersoniana clásica: «Una persona es igual a un voto». Lo anterior, en efecto, traslada el poder de retorno al ciudadano sin romper necesariamente los vasos vinculantes y las estructuras de representación efectiva. Aquí es fundamental comprender la cuestión relacionada con el poder. De vuelta a los griegos muertos, cuando el poder se ejercía en una relación desigual y de dominación ilegítima, los antiguos se referían a un tipo de poder que denominaban dunamei. En cambio, el poder ejecutado entre iguales correspondía al del tipo kratos. Este es el contexto del poder en el cual el diálogo y el consenso eran posibles.
La cuestión del financiamiento de las campañas políticas y de la creación de los grandes intereses privados es el elemento por atacar, no así el fenómeno de la existencia de partidos. Por eso los contextos que suponen vivir revoluciones democráticas requieren institucionalizar (aunque la palabra no guste a muchos) los esfuerzos ciudadanos en estructuras de partidos menos verticales, más horizontales, donde la accountability hacia el partido sea existente. La radicalidad de la democracia no pasa por retornar al modelo de la democracia directa sin mecanismos de representación. Esta fue la propuesta de Laclau y Mouffe, concretamente en el texto El retorno de lo político. La radicalidad de la democracia que puede modificar el statu quo pasa precisamente por la construcción de proyectos amplios, que desde la base puedan definir agenda, pliegos petitorios y liderazgos para poder generar la representación efectiva: transformar demandas en curules. Nos lo mostró Podemos y nos lo está mostrando Bernie Sanders al estar virtualmente empatado en la disputa del caucus en Iowa (al menos al momento de escribir este artículo), frente a toda la maquinaria del clan Clinton.
Aquí, una cuestión muy importante de recordar.
Parte de la memoria histórica latinoamericana (no solo guatemalteca) requiere tener en cuenta que no solo simpatizantes del comunismo y de las organizaciones obreras fueron perseguidos. También los socialdemócratas y algunos demócratas cristianos que abogaban por la posibilidad de participar en elecciones libres y transparentes sufrieron los embates del anticomunismo. Nuestra memoria histórica debe reconocer el valor y la importancia de la democracia representativa. En esencia, poder tener partidos políticos.
Se articula el concepto —muy creativo por cierto— de plazocracia. Ahora es necesario institucionalizarlo, lo cual no significa secuestrarlo. Significa el siguiente paso en una agenda que nace en la calle, pero se traslada a la estructura de poder para enquistarse y hacerse una fuerza política real y permanente.
Es la única forma de rescatar el sistema.
Sanders lo está mostrando en el contexto de la democracia con mayores vicios corporativos. Aunque no gane, lo que ha conseguido demuestra que el poder del ciudadano común no es tan común como parece.
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