Un amigo extranjero me decía, con cierto aire de excepticismo, que quienes vienen a Guatemala por un tiempo corto se animan a escribir enormes libros y compendios, para explicar lo que creen que han visto. Pero si se permanecen un tiempo más largo, ya el material apenas les alcanza para un artículo pequeño. En cambio, si deciden vivir aquí, la complejidad de la realidad les convence de que no pueden escribir nada. Interesante paradoja: mientras más se escribe, mientras más se estudia, mientras más se reflexiona sobre Guatemala, menos se le entiende.
Por eso, ¡qué valientes o qué listos son los presidenciables! O son tan ciegos y sordos que ni idea tienen de lo que están hablando, y entonces, pobres e ilusos que son; o son mentirosos compulsivos que saben que nos están dando “atole con el dedo”, al pretender cambiar la realidad cuando saben que no es tan sencillo.
Para intentar captar esa enorme complejidad de una realidad que todos conocen, pero nadie se atreve a nombrar, hemos acuñado el término “anomia regulada” como un concepto que intenta captar la compleja realidad guatemalteca.
Significa tanto un entramado de leyes de forma particular —falta de precisión legal: contradicciones, vacíos, lagunas legales, conceptos ambiguos— como una cultura política —el voluntarismo y la discrecionalidad, la costumbre de hacer lo que nos viene en gana, aunque haya leyes por todos lados— o como una práctica política —la ley no sirve para regular la acción de todos, sino solo para obstaculizar la acción del enemigo— y, por supuesto, un tipo de institucionalidad —hiperinflación de instituciones, sin cadenas de mando claras, con duplicidad de funciones, contradicciones institucionales e ineficiencia organizada— que está tan arraigada en la mente y la cultura política de los guatemaltecos que ya nadie se atreve a llamar a las cosas por su nombre, haciéndonos a todos, entonces, partícipes de esta comedia llamada realidad.
Las manifestaciones de la anomia regulada están presentes en cada rincón de nuestra forma de pensar, en cada regla y normativa que no se cumple, en cada capricho que se inventan los gobernantes de turno o los líderes de la oposición, en cada comunicado de los medios de comunicación. Se hizo presente, por ejemplo, en las discusiones sobre la campaña anticipada, cuando todos sabemos que la excepción es la regla, y la regla la excepción. Es decir, todos los partidos andan viendo siempre cómo incumplen la normativa. ¿Por qué rasgarnos las vestiduras, entonces?
La anomia, igualmente, está presente cada vez que visitamos una institución oficial y antes buscamos el contacto que nos haga más fáciles los trámites; cuando nos presentamos a una convocatoria pública y andamos viendo quién nos “hecha una mano” desde adentro. Está presente en cada vez que incumplimos un reglamento de tránsito en aras de una “emergencia” que tenemos (lo malo es que siempre andamos en emergencia). De hecho, las luces de “emergencia” de los carros se conviertieron en las “luces de la impunidad”: enciéndalas y estaciónese por horas donde le plazca, y enojese si el resto de mortales no entiende su situación ...
Una periodista mexicana, Sara Sefchovich, le denominó a esta situación “el país de las mentiras”, refiriéndose a México. Eso quiere decir, una estructura institucional, una cultura política, un Estado de derecho y una forma de actuar de una sociedad diseñada específicamente para garantizar el voluntarismo de los actores dominantes. Por eso diariamente ocurren cosas dignas de “aunque usted no lo crea”.
Mientras no existan reglas claras, transparentes y estables, consesuadas por todos los actores, esperemos sentados. Porque Guatemala seguirá siendo el país donde todas las fantasías políticas del caudillo de turno se hacen realidad... ¡Y a los demás, que nos agarre Dios confesados!
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