Es un día normal de mañana, y me alisto para salir más o menos a la hora prevista; sin embargo, muy pronto noto que el tráfico está más congestionado de lo usual. En mi mente pienso: “¿Qué habrá pasado ahora?”. Después de incontables minutos que se sienten más largos por la tensión de llegar a tiempo a un compromiso laboral, descubro que lo que está causando el congestionamiento es la instalación reciente de un semáforo en un punto donde antes existía el paso expedito. En mi inocencia, le digo a mi esposa: “Ya se darán cuenta las autoridades del error y lo corregirán, desactivando por ejemplo, el susodicho semáforo en horas pico”. Sin embargo, pasan los días y la respuesta institucional no llega; hoy es un semáforo instalado en un punto inadecuado, mañana una reparación de una calle en horas pico, o la instalación de lámparas del alumbrado público en horarios completamente inadecuados: una larga lista de decisiones institucionales absurdas que solamente complican innecesariamente la vida de los usuarios de dichos servicios.
Lamentablemente, éste no es un caso aislado: la institucionalidad del Estado está llena de procedimientos absurdos, decisiones contraproducentes y cambios institucionales que en vez de solucionar los problemas provocan muchos otros; sin embargo, la respuesta institucional a estos desvaríos tarda mucho tiempo, y lo que es peor, a veces dichos cambios nunca ocurren.
Es por esta incapacidad institucional de recopilar y procesar información para la toma de decisiones que prevalecen tres “verdades” o saberes populares sobre la institucionalidad del Estado: 1) Los cambios siempre son la “invención” del agua azucarada, o sea, se repiten cosas que han probado su ineficiencia, o se cambia lo que funciona para arruinarlo 2) lo que se intenta es solo un disfraz para “taparle el ojo al macho”, o sea, más de lo mismo, 3) “piensa mal y acertarás”, es decir, todos los cambios realizados siempre llevan su cuota de favoritismo y amiguismo. ¿A qué personaje influyente beneficia tal medida?
Verdad o ficción, lo cierto es que estos saberes populares solo señalan que esta incapacidad institucional multiplica los afanes, las preocupaciones y las molestias de los ciudadanos, que solamente se vuelven pasivos espectadores de la incapacidad de los tomadores de decisión de acceder a la información oportuna que les permita corregir el rumbo institucional, especialmente porque las instituciones no cuentan usualmente con departamentos especializados para monitorear, recopilar información y procesar la misma, de manera que los tomadores de decisión cuenten con información oportuna cumplir su función.
Es esta capacidad de las instituciones de recopilar, procesar y utilizar la información pertinente para corregir el rumbo institucional es lo que algunos denominan “inteligencia institucional”, una característica prácticamente ausente de la institucionalidad pública en Guatemala:
“En la sociedad de la información, la única fuente de ventaja competitiva sostenible es el conocimiento. La organización actual es competitiva en función de lo que sabe, de cómo lo utiliza y de la capacidad que tiene para aprender cosas nuevas” Gestión del conocimiento y capital intelectual.
Iluso de mí, sigo esperando el día en que los tomadores de decisión de este país apuesten por cambios verdaderos en la forma en que toman decisiones, de manera que transitemos definitivamente de la “opiniología” y de los caprichos personales o sectarios, a las decisiones basadas en evidencia sólida y documentada que nos permita evitar tantas ocurrencias que sólo complican enormemente la vida de los ciudadanos de este convulsionado país.
* http://www.ilvem.com/shop/detallenot.asp?notid=2812.
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