El pasado lunes leí un reportaje en el Washington Post sobre las nuevas tendencias de aceptación de la sociedad estadounidense en relación a la diversidad sexual. Este estudio se enfocaba principalmente en el debate legal que existe sobre si la comunidad homosexual debería tener derecho al matrimonio. Este debate ha mostrado ser uno muy controversial, pues dentro del discurso legal se han permeado conceptos morales que tienen como raíz la religión.
El reportaje hacía referencia a la evolución que ha tenido la sociedad sobre la tolerancia. En 2004, ese diario efectuó un estudio sobre el apoyo de la población al matrimonio entre personas del mismo sexo: fue avalado por un 32%. Sin embargo, cuando se les hizo la misma pregunta en la actualidad, el porcentaje subió a un 53% entre quienes simpatizan con este tipo de uniones.
Lo que me llamó la atención de dicha encuesta no fue el hecho de que haya aumentado el porcentaje de aceptación, sino la razón por la cual se incrementó. Se debe a que nuevos sectores de la sociedad que antes rechazaban la posibilidad de los matrimonios homosexuales ahora la apoyan: católicos, hombres y personas de entre 30 y 40 años. Personalmente, me impactó que personas con perfiles religiosos en Estados Unidos hayan expandido sus niveles de tolerancia, pues en nuestro país la realidad es drásticamente opuesta. En Guatemala, la tendencia de los grupos religiosos ha sido discriminar y criminalizar a las personas con diferentes orientaciones sexuales.
En nuestro país, las personas homosexuales, transexuales, transgénero, bisexuales y travestis todavía enfrentan una oscura realidad, caracterizada por la discriminación, la exclusión, la violencia y el odio. El odio a que me refiero es la razón para la existencia de la homofobia en nuestra sociedad. Un estudio realizado por la Organización de Apoyo a una Sexualidad Integral frente al Sida (Oasis) y el Comité Inter-Iglesias de Derechos Humanos en Latinoamérica, define la homofobia como “el temor irracional a la homosexualidad y a las personas con orientación homosexual”.
Este miedo, en la mayoría de los casos, se materializa en un odio por lo desconocido y, por lo tanto, nace el rechazo y la exclusión. La homofobia se puede manifestar de diferentes maneras. El informe “Guatemala: El rostro de la homofobia”, elaborado por Oasis, identifica la homofobia social, la homofobia institucional, la homofobia familiar y la homofobia interna. Esta tipificación nos permite conocer sus diferentes manifestaciones en nuestro país. Por ejemplo, la homofobia institucional se refiere a las actitudes peligrosas que exhiben el Estado y sus instituciones en contra de la comunidad homosexual.
La homofobia institucional es muy típica de nuestro país. De acuerdo con varios estudios, los principales infractores de los derechos de las personas con diferente orientación sexual son el Estado y sus instituciones. Esto me preocupa, ya que es el Estado el responsable de proteger no sólo el bien común, sino también la integridad y vida de todos sus habitantes.
En su mayoría, los principales victimarios de la comunidad homosexual en nuestro país son funcionarios de instituciones públicas y sus infracciones se manifiestan en violaciones a la ley. Esto sucede cuando los infractores no aplican ni mucho menos respetan la ley. Es sumamente peligroso que las instituciones del Estado no apliquen el marco legal y permitan estas violaciones, ya que de esta manera las personas de la comunidad homosexual son intensamente vulnerables a crímenes de odio.
Los crímenes de odio son caracterizados por ser brutales asesinatos dirigidos a una persona o personas por su orientación sexual. Según el estudio realizado por Oasis, miembros de la Policía Nacional Civil y el Ejército son los principales autores de la mayoría de crímenes de odio en Guatemala. El ejemplo más conocido fue la ejecución extrajudicial de Paulina, una joven transexual brutalmente atacada por cuatro policías. Hasta el presente, los criminales siguen libres.
Tristemente, la homofobia no se limita a las instituciones del Gobierno. Esta actitud enfermiza la encontramos exhibida fuertemente en nuestra sociedad. Como sociedad seguimos patrones antiguos, errados y arcaicos, cuando nos relacionamos con personas de diferentes orientaciones sexuales.
Es preocupante que los sectores más poderosos de nuestra sociedad manejen un discurso discriminatorio. Me gustaría compartir con ustedes algunos ejemplos que Oasis recopiló en la elaboración de su estudio. En un comunicado de prensa, una organización maya declaró: “Estamos hoy sumergidos dentro de un sistema que impone y descompone y no construye, lleno de tantos males, discriminadores, explotadores, asesinos… los gays”. En otra oportunidad, una organización joven señaló que “la homosexualidad es una tendencia que puede ser prevenida y restaurada”. Todavía más alarmante es la declaración de un ex presidente guatemalteco: “Pues, hombre…, me preocupa que estén proliferando. Pienso que hay un factor de naturaleza, de genes de enfermedad… No los miro como algo normal”.
Me consterna que nuestras autoridades públicas y gobernantes manejen mensajes de exclusión dirigidos a un sector específico de la sociedad, pues nuestra Constitución claramente establece en su artículo 4 que “todos los seres humanos son libres e iguales en dignidad de derecho”. Por lo tanto, no existe lugar para debates religiosos ni arbitrarios sobre un derecho que establece la Carta Magna y es obligación del Estado protegerlo.
Como sociedad no podemos seguir manejando una doble moral ni invocar el nombre de Dios para discriminar y propiciar odio. Debemos exigirles a nuestras autoridades que protejan por igual a todos nuestros compatriotas y como sociedad debemos ser solidarios con todos nuestros hermanos guatemaltecos. Nuestra calidad humana no se define por nuestra etnicidad, género ni, mucho menos, orientación sexual. Se define por el trato que les damos a los demás.
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