Caminan, caminan y corean las consignas. Son sus únicas armas, las piernas y la voz. Se juntan, porque quizá uniendo más pasos, el golpe sobre el asfalto logre llamar la atención. Logre hacer que la indiferencia se esconda y que el interés social y nacional, vuelva hacia ellas y ellos, la mirada. Tal vez si vienen muchos pasos, miles de pasos, las autoridades, esas que corrieron a recibir a los veteranos del Real Madrid y se pusieron la camisola, quieran recibirlos.
La carga de la vida...
Caminan, caminan y corean las consignas. Son sus únicas armas, las piernas y la voz. Se juntan, porque quizá uniendo más pasos, el golpe sobre el asfalto logre llamar la atención. Logre hacer que la indiferencia se esconda y que el interés social y nacional, vuelva hacia ellas y ellos, la mirada. Tal vez si vienen muchos pasos, miles de pasos, las autoridades, esas que corrieron a recibir a los veteranos del Real Madrid y se pusieron la camisola, quieran recibirlos.
La carga de la vida pesa sobre los hombros de las y los marchistas. No van o vienen a competencia alguna. No van o vienen en pos de medallas o trofeos. Vienen a pedir que se les escuche y se les atienda. Vienen a recordarnos que la tierra arrebatada y ahora en peligro, la han cuidado siempre a costa de sus vidas. Vienen a decirnos a que la deuda les agobia y les guillotina el derecho a la vida y al disfrute.
Guatemala no es un país pobre pero sí es un país de pobres. La mayoría sobreviviendo en áreas rurales, sin servicios ni atención por parte del Estado, debiendo hasta la vida por relaciones de esclavitud. ¿Acaso hablamos de la Guatemala del siglo XIX? No. Para nada.
Hablamos de la Guatemala del Siglo XXI, con el mayor índice de avionetas en manos de particulares y con los niveles más altos de consumo suntuario en la región. Pero también hablamos de la Guatemala con la mitad de sus niños menores de cinco años que padecen altos niveles de desnutrición. Hablamos de la Guatemala que permite la explotación de niñas y niños en el corte de la caña de azúcar. Hablamos de la Guatemala cuyos impuestos se gastan en pagar por productos sobrevalorados hasta diez veces el valor de mercado. Hablamos de la Guatemala que sigue desenterrando a sus hijos e hijas torturadas y desaparecidas por las fuerzas del Estado.
Guatemala, este país, nuestro país, no parece el país de todas y de todos. Parece el país de unas cuantas familias y su progenie, quienes cuentan con excelentes servidores que les garantizan la propiedad. Una propiedad que representa fortunas acumuladas a partir del despojo originario. Por eso viven paranoicos ante la sola mención de una reforma.
Esa es la Guatemala que nos muestran las y los marchistas del arcoíris campesino, indígena y popular que llega desde el Polochic. Son las aguas de la exclusión que busca un cauce en esta comatosa democracia. Son las aguas de la lucha campesina, pacífica, en pleno ejercicio de derechos –los pocos que le quedan para ejercer–, que buscan respuesta en quien tiene la obligación de ofrecerla. No quieren hablar con segundos ni terceros. Quieren ser recibidos por la máxima autoridad política de Guatemala.
Una autoridad que bien haría en dedicar una parte del tiempo que pagamos con nuestros impuestos, a recibir como corresponde a las y los caminantes para atender sus demandas. Total, si tuvo chance de gastarse un tiempo, que también pagamos con nuestros impuestos, con la plantilla de jubilados de un equipo de fútbol europeo, cuál es la razón para no hacer el tiempo suficiente para recibir a las y los caminantes.
Con oídos sordos a las voces de la marcha pero atentos al coro del egoísmo y la glotonería empresarial, no se construirá país y no cobrará vida ningún pacto, por más propaganda y publicidad que le hagan. Es tiempo de hablar y es el caso de escuchar.
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