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El Salvador: Tras el rastro de Ellacuría

Pasados 23 años desde su asesinato, el de sus compañeros y sus ayudantes, aún persisten recuerdos
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El Salvador: Tras el rastro de Ellacuría

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El primer rocketazo entró por el techo segundos después que María Audilia irrumpiera en aquella casa de una sola habitación, anunciando su suerte
-¡Tírense al suelo! ¡Solo Dios con nosotros!

Por Roberto Flores

El impacto levantó a María –que por aquel entonces tenía siete meses de embarazo– a una altura de dos metros. Cuando cayó al suelo, su hija Isabel Estelia, de 12 años, ya estaba muerta.

La explosión le fulminó el cráneo y amputó de golpe una de las piernas de otro de los hijos de María, Medardo.

El segundo impacto, ocurrido casi de forma simultánea, terminó el trabajo: cinco personas dejaron de existir en un abrir y cerrar de ojos aquella madrugada.

Dos eran hijos de María, Isabel y Anabel, de tres años. Otra niña, María Lidia, también de tres años, murió  junto a su padre, Aníbal Guardado. Los restos del otro menor, Dolores Serrano, de 12 años, quedaron esparcidos sobre una de las paredes de la casa.

Corría el 11 de febrero de 1990 y la paz en El Salvador aún era un rumor que llevaría dos años más en hacerse realidad.

Aquella casa aún sigue en pie. En sus muros aún pueden apreciarse los agujeros que dejaron los impactos. En una de esas paredes, un mural recrea el momento en que los helicópteros militares se acercaban y comenzaban a disparar.

-Si cuando yo iba para la casa no se veía nadita en medio de aquel montón de humo que dejaban las balas.

María lo cuenta de forma tan detallada que lo menos que uno puede pensar al oírla es que aquello ocurrió ayer. 

Tras los dos impactos cesaron las balas. Lo que ocurriría después iba a ser recordado por los vecinos de la comunidad hasta la fecha.

-…después fue que por la ventana asomó el soldado. “¡Qué es lo que han hecho cabrones!”, les dije. “¡Me mataron a mi niña!”.

-¿Y qué le dijo el soldado?

-Pues me dijo “sí madre, pero usted todavía tiene vida”. Entonces llegó otro soldado que me empezó  a gritar que por qué los estaba puteando si ellos son autoridad.

Después de gritarle, el segundo soldado levantó  su rifle disparó una ráfaga contra María. Aún así, María no murió, pero despertó ocho días después en el hospital de Chalatenango.

Los militares huyeron poco después. Los comandaba el teniente Regino Arce, dice María.

Dentro de la casa, cinco cruces hechas con cemento sirven para recordar aquel suceso.

Años después de la tragedia, Medardo, quien logró  sobrevivir a la amputación, levantó otra estructura sobre aquellas cuatro paredes para resguardar el sitio de las inclemencias del tiempo.

La estructura es más bien una casa que a su vez alberga otra casa y a los recuerdos que habitan en esta. Por fuera, un corredor recibe con sombra a quienes quieren echar un vistazo a esas memorias. En su muro exterior, que conecta a la calle, otro mural resplandece a la luz del sol de la tarde. En él se dibuja el rostro de quien la comunidad adoptó su nombre: Ignacio Ellacuría.

****

-Entonces podemos decir que el pensamiento de Ellacuría se radicalizó cuando vio la realidad del país.

-Así es, lo radicalizó.

La respuesta de Hector Samour, actual viceministro de Educación, no lleva sembrada ninguna duda. Su relación con Ellacuría va más allá de los estudios que dedicó al pensamiento filosófico de aquel intelectual.

“También hicimos una amistad que se fue prolongando durante la década de los 80”, recuerda.

El 16 de noviembre de 1989, el mismo día que Ellacuría fue asesinado junto a cinco de sus compañeros jesuitas y dos de sus asistentes, Samour regresó al cigarro.

“Fue un periodo muy difícil”, asegura.

“El Salvador perdió con su asesinato a uno de los mejores intelectuales que ha tenido el país, algo que no se ha podido recuperar. Como intelectual y como docente tenia dotes excepcionales”, agrega.

Quizás Samour sea una de las personas con mayor autoridad para hablar sobre el trabajo académico que Ellacuría realizara durante su vida, principalmente sobre su pensamiento filosófico.

De hecho, buena parte de la obra filosófica del jesuita había permanecido inédita hasta después de su muerte. En el 2000, Samour desarrolló una tesis doctoral en donde aborda lo que denomina “proyecto de filosofía de liberación de Ignacio Ellacuría”.

-¿Cómo definiría el pensamiento ellacuriano?

-Su proyecto de filosofía expresa una voluntad personal, un compromiso personal con la liberación. Un supuesto importante en esta filosofía es que donde más y mejor se manifiesta la realidad y donde la realidad puede dar más de sí es en la historia.

- …

-Es decir, si la historia humana está signada por la injusticia y la opresión, la tarea ética es abrir la historia, romper con aquellas estructuras que impiden que la realidad humana de más de sí. En ese sentido la tarea filosófica se vuelve importante al proponer soluciones que lleven  a la superación de la injusticia, y eso él lo ve muy en concreto, sobre todo en El Salvador, en Centroamérica.

Aquella impresión se apoderó de Ellacuría desde que se asentó en el país a mediados de los 60’s, época en la que se comenzaba a gestar el conflicto armado que a la postre le provocaría la muerte.

Como profesor de filosofía en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA), de la cual se convertiría luego en rector, Ellacuría desarrollaría su trabajo académico partiendo de la realidad salvadoreña, al igual que el resto de sus compañeros jesuitas, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Armando López y Joaquín López y López, que sufrirían la misma suerte que él.

-Él podía perfectamente quedarse en España, podría haber ido a una universidad de prestigio y tranquilamente desarrollar su vida académica, pero optó por quedarse en el país y asumir un compromiso por la liberación de este pueblo.

-Doctor Samour, entiendo que Ellacuría tenía varias influencias filosóficas.

-Desarrolló y radicalizó la filosofía de Xavier Zubiri (filósofo español), pero también tiene influencia de otros autores, de Ortega y Gasset, de Heidegger, de Sartre y tiene influencia de Marx, y Ellacuría, sobre todo porque en este país el marxismo ha jugado un papel fundamental, ve la necesidad también de dialogar con el marxismo.

-Él también era un hombre espiritual, un teólogo ¿Cómo conciliaba a Marx con Dios?

-Él entiende y asume a Marx sobre todo por su visión de la historia de la sociedad pero no se casa con la metafísica marxista. Uno puede asumir elementos de una corriente pero no casarse con todos sus presupuestos metafísicos, sobre todo lo que implica el materialismo dialéctico. Eso lo criticaba aunque asumía y veía que Marx era un buen economista, que había desvelado mecanismos de opresión.

-En los 80’s se interpretaba la liberación como resultado de una lucha armada ¿Cómo lo interpretaba Ellacuría?

-Él hacía un análisis muy interesante sobre la violencia. Hablaba de una violencia estructural, la violencia ocasionada por las mismas estructuras injustas que generan opresión, miseria. Ahí hay una violencia y ésta violencia, acompañada de una violencia represiva para acallar la protesta de los sectores oprimidos, puede provocar una reacción, una violencia revolucionaria, o insurreccional.

-Que en este caso devino en la constitución de la guerrilla del FMLN…

-Pero a veces él era muy crítico: No todo partido, ni toda organización, ni toda vanguardia política representa al pueblo. El criterio que utilizaba para juzgar esos movimiento era ver si era congruente con los intereses de la las mayorías populares, más que a los partidos políticos, le tenía mucho aprecio a las organizaciones populares.

Luego, Samour dirá que Ellacuría criticó mucho el hecho de que, al momento de militarizarse el conflicto, lo cual provocó el surgimiento del FMLN, se “desmantelaron las organizaciones de masas que venían cobrando fuerza desde la década de los 70’s.

“Incluso vemos que eso ha tenido  repercusiones hasta la actualidad, porque desmantelar organizaciones populares ocasionó a la larga lo que vemos ahora: muy poca organización social, una sociedad civil muy dividida o muy atomizada, sin la fuerza para ocasionar cambios”, asegura.

-¿Expresó esas críticas al FMLN?

-No es tanto crítica, pero también él era muy claro que cualquier vanguardia, ya sea el Frente Sandinista para la Liberación Nacional (FSLN de Nicaragua) o el FMLN, o cualquier que dice sumar la representación del pueblo, no necesariamente es así y puede haber muchos problemas en esa relación con vanguardias, partidos, y organizaciones sociales.

-¿Qué tanto polvo levantaron las ideas de Ellacuría en aquella época?

-Recuerde que entonces no habían muchos medios de comunicación, no como ahora. No había muchos canales que expresaran posturas críticas al régimen, o las que estaban eran muy censuradas. En esa época Ellacuría era una de las voces más escuchadas, que mas influencia tenían en la opinión pública.

Pero eso mismo –añade Samour verdad–, la misma postura de apostarle al diálogo (para resolver el conflicto armado), de criticar el proyecto norteamericano contrainsurgente, de criticar la fachada de democracia construida en esa época, le va a granjear muchos enemigos, sobre todo el alto mando del ejército de la época, que es el que va a decidir su asesinato posteriormente.

****

La puerta de acceso a la Sala de los Mártires se abre frente a una exposición fotográfica en el Centro Monseñor Romero, dentro de la UCA.

Una cruz de madera colgada sobre una pared que divide la habitación en dos recibe a los visitantes, que en la última semana han sido muchos. A la izquierda, sobre la misma pared en la que se abre la puerta de acceso, un estante alberga algunas pertenencias del padre Rutilio Grande, asesinado por el ejército salvadoreño en 1977.

Más allá, un muro repleto de fotografías de otros sacerdotes asesinados termina en otro estante donde se guarda una sotana de Monseñor Romero y algunas de sus pertenencias.

-Esta es una de las sillas que usaba Monseñor- explica José María Tojeira, ex rector de la UCA, mientras señala una vieja silla de mimbre.

Tojeira es una de las personas que más se ha involucrado en la búsqueda de justicia por el asesinato en1989 de 6 sacerdotes jesuitas, entre ellos Ignacio Ellacuría, y dos de sus colaboradoras.

-Aquí guardamos algunas de sus pertenencias que sacamos de sus oficinas después de la masacre.

Las pertenencias se encuentran resguardadas en vitrinas, ordenadas de tal forma que pareciera que sus dueños las hubieran dejado ahí después de un uso reciente.

Justo en medio del lugar, entre los dos pasillos, en otra vitrina, cuelgan las ropas que usaban los seis jesuitas al momento de ser asesinados en 1989. El único que se encontraba completamente vestido era Ignacio Martín Baró: un pantalón de vestir color gris, una camisa deportiva azul y un par de zapatos.

-Esto era lo que usaba Ellacuría- dice Tojeira al llegar al lugar frente al que cuelga una bata marca Wilson color café, que cubre una piyama tipo americana, blanca con rayas azules, y un par de pantuflas.

A diferencia de las demás ropas, la bata que usaba Ellacuría apenas si tiene agujeros de bala en la de atrás, cerca del brazo derecho.

-A Ellacuría fue a quien más tiros le dieron en la cabeza- explica Tojeira.

Momentos antes de entrar a aquella sala, sentado en su oficina en la Pastoral Universitaria de la UCA (la cual dirige desde que dejó de ser rector en 2011), Tojeira recordaba a aquel jesuita.

-Si quisiéramos buscar en el tiempo el momento en el que Ellacuría decide involucrarse en el destino de El Salvador ¿en qué hecho histórico sería?

- Pues todo el mundo menciona el famoso artículo “A sus órdenes mi capital”.

El artículo al que se Tojeira se refiere fue publicado en 1976 en la Revista Estudios Centroamericanos (impresa por la UCA) bajo la autoría de Ellacuría.

Se trataba de un editorial dirigido al presidente de aquel entonces, el militar Arturo Armando Molina, quien fue presionado para dar marcha atrás a la reforma agraria que había propuesto.

“Sigue siendo hora de recordarle al gobierno que no tiene —hoy menos que nunca— el más mínimo derecho a reprimir a quienes están exigiendo lo que él mismo les ha dicho que es absolutamente debido e irrenunciable”, escribió Ellacuría.

El último fragmento bien pudo haber sellado su destino: “Sigue siendo hora de hacer todo lo posible para que no vuelva a repetirse este escandaloso, vergonzoso, injusto: "a sus órdenes, mi capital".

“Él era consciente que esa realidad no se mejora de un plumazo y que los pasos graduales ayudan a aumentar la consciencia, en ese sentido el apoyaba la reforma agraria”, recuerda Tojeira.

-Imagino que debió ser un impacto grande su muerte y la del resto de sus compañeros.

-El mismo día que los asesinaron, a eso de las 7 de la mañana, después que comenzó a correrse la voz de la masacre, en mi oficina (que se encontraba cerca de la UCA) habían mensajes de presidentes de países, de ministros de distintitos gobiernos, de cardenales, de una infinidad de gente, una enorme cantidad de gente, no terminaba uno de leer aquella ingente cantidad de mensajes.

Aquel día –contará luego Tojeira– a eso de las 11 de la mañana, los jesuitas estaban convencidos de que había sido el ejército el que había cometido la masacre.

Tojeira sostuvo a esa hora una reunión singular en la residencia presidencial: junto a Monseñor Rivera y Damas, Arzobispo de San Salvador, y Monseñor Rosa Chávez, obispo auxiliar, decidió buscar explicaciones con el presidente Alfredo Cristiani.

-Fue ridículo: Los de seguridad cachearon a Monseñor Rivera y a Rosa Chávez, que llevaban sotana- recuerda.

Ahí, Tojeira dijo a Cristiani sus sospechas: el ejército había asesinado a Ellacuría, al resto de jesuitas y a Elba y Celina Ramos, sus ayudantes.

-Él dijo que estaba consternado…

En 1991, nueve militares salvadoreños fueron procesados por el asesinato de los jesuitas y sus ayudantes. Fueron encontrados culpables dos oficiales, los cuales no habían participado en las acciones directas perpetradas por un pelotón del Batallón Atlacatl.

En 1993, la Ley de Amnistía decretada en el país absolvió a los culpables. La UCA llevó el caso luego a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos la cual en 2000 emitió  recomendaciones a El Salvador para que se investigara el caso.

Se trato de reabrir una causa nuevamente en contra del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas en aquella época y contra el ex presidente Cristiani, a quien se le acusaba de encubrimiento.

Nuevamente, la causa no pudo echarse a andar. En 2011 un tribunal español solicitó la extradición de los mismos militares para ser juzgados por el asesinato de los jesuitas, la mayoría de origen español. La Corte Suprema de Justicia decidió no extraditarlos luego de interpretar una alerta roja emitida por la INTERPOL.

“Desde el mismo momento en que se planeó el asesinato hubo un pacto político para que los culpables no fueran capturados”, dice Benjamín Cuéllar, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA), quien ha caminado junto a todos los intentos por obtener justicia en el caso.

Cuéllar dice que incluso ese “pacto” se ha mantenido hasta la fecha, con el gobierno actual.

-Benjamín, hay una nueva Corte Suprema de Justicia y se está a punto de elegir a un nuevo fiscal ¿será que hay oportunidad para reabrir el caso?

-Con el mecanismo de elección del nuevo fiscal que existe a la fecha yo no espero nada.

El recorrido por la Sala de los Mártires junto a Tojeira termina frente a una vitrina repleta de condecoraciones entregadas por distintas universidades de España en reconocimiento al trabajo de los jesuitas.

Más allá, antes de llegar a la puerta, una frase dicha por el mismo Ellacuría despide a los visitantes: “Con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”.

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La historia de la Casa de la Masacre en la Comunidad Ignacio Ellacuría sirve de letra a algunas canciones que se cantan en vísperas de su conmemoración.

Es una tonada sencilla que se toca con tres acordes de guitarra.

“Un día 11 de febrero en el año noventa fuimos invadidos, por el  teniente regino Regino Arce, que fue quien ordeno aquella masacre”, inicia la canción.

La comunidad surgió de los grupos de salvadoreños refugiados que durante el conflicto armado huyeron a Honduras.

Rosario, quien antes vivía en Cabañas, cuenta que la vida en aquel lugar fue difícil.

-Vivíamos rodeados de un cerco, y al que saliera de ahí, el ejército de Honduras, que ya se había puesto de acuerdo con el de aquí, lo mataban.

Esa misma situación, cuenta, los llevó a tomar la decisión de regresar. El 29 de octubre de 1989, las primeras refugiados llegaron al lugar, que hasta ese momento era conocido como Guancora, para repoblarlo.

-¿Por qué decidieron bautizarla después con el nombre de Ignacio Ellacuría?

-Porque él se identificaba con nosotros. Ayudaba en los retornos y mantenía contacto con nosotros a través del padre John Cortina- responde Rosario.

-A Ignacio Ellacuría casi lo vemos igual a Monserñor Romero- agrega Sonia Alemán, quien emprendió junto a Rosario el regreso desde Honduras en el 89.

Ella asegura que Ellacuría, Cortina (quien después sería reconocido por su trabajo al frente de la organización Pro Búsqueda de niños desaparecidos durante el conflicto), mediaron con el ejército para que la zona fuera reconocida como asentamiento de población civil.

Pero aquello no logró evitar la tragedia.

Ahora la comunidad ha crecido mucho más. Al principio, se trataba de un conjunto de champas hechas con los materiales que estuvieran a la mano. Con el tiempo las champas se convirtieron en casas y la población fue aumentando.

“Los jóvenes saben de Ignacio Ellacuria. Todos los años, en el aniversario de la comunidad, nos reunimos y contamos un poco la historia”, dice Sonia.

Ambas dicen que la clave del desarrollo de la comunidad ha sido la organización que trabaja al interior de la misma.

El agua, por ejemplo, es administrada por la comunidad. “Se elijen a los encargados en asamblea general”, asegura Rosario.

“En tiempos de campaña vienen los partido políticos. Si la gente dice ‘acá no entran’, pues no entran, así las cosas.

-¿Alguna vez los visitó Ellacuría?

-No, nunca. Pero siempre estuvo con nosotros.

 

*El anterior es reproducido con autorización de Contrapunto.

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