Apuntes de una migración
Yo soy un migrante. En mi sangre corren huellas de antiguas migraciones: indígenas, vascas, alemanas, españolas e incluso, se rumora, gitanas, enriquecidas con mis propios pasos: México, Italia, Venezuela… Soy un guatemalteco errante; un mexicano nacido en Guatemala, un migrante orgulloso de sus raíces centroamericanas y de las raíces que cotidianamente nacen y se arraigan en esta generosa tierra y en los distintos horizontes y mundos que me abren los brazos. Sin temor a equivocarme, usando hoy la misma brújula, puedo afirmar que todos los que aquí estamos frente a este texto compartimos el mismo patrimonio: todos cargamos en nuestras venas la ancestral búsqueda de la migración: el adiós, la esperanza, el ¿quién sabe?, el hallazgo; el destierro y el encuentro; la cacería de mejores mañanas. Aquí, todos somos herederos y protagonistas de ese verbo conformado por seis letras que para miles de mujeres y hombres hoy en México, significa una sentencia a desaparecer, a sufrir lo inimaginable o a convertirse en sinónimo de piedras y barro en confusos ataúdes perdidos. Duele, profundamente.
Si dejamos a un lado, por un instante, nuestra certeza de origen de cuna, las calles andadas, las aulas vividas, la pigmentación de la epidermis que nos viste, nos quedaremos con una sola verdad: ellos que en este momento están tratando de subirse a La bestia, que se esconden entre matorrales o se curan las heridas en algún albergue solidario, y nosotros, los que aquí estamos, somos los mismos. Los accesorios: los títulos logrados, las fronteras, los orígenes, la indumentaria… sólo permiten distinguirnos ante ciertas lupas como personas: de primera, de segunda o de tercera.
¡Todos somos migrantes! Una simple verdad que se convirtió en consigna y de ahí, gracias a la magia del proceso de “moldeado y vaciado” que nos brinda el sistema, poco a poco corre el riesgo de convertirse en un simple cliché, vacío, cargado de apatía e indiferencia. Son verdades tan obvias y al mismo tiempo tan lejanas en la percepción de la cotidianidad.
En un mundo de incoherencia, La bestia, el tren del diablo, los contenedores saturados de niños, mujeres y hombres abandonados a su destino, las rutas zigzagueantes entre redadas, emboscadas, violaciones, extorciones y secuestros, además de ser heridas lacerantes son el escaparate perfecto, el reflejo exacto de las sociedades que estamos construyendo. Todo lo que somos, lo peor y lo mejor, está reflejado ahí de manera condensada y sin maquillaje alguno. Es un termómetro de la hipocresía, la complicidad, la indiferencia, la preocupación y la solidaridad. Un termómetro de nuestra mirada hacia ellos: los extranjeros y nuestros connacionales, diferentes a nosotros, diferentes a lo que hemos aprendido a admirar.
Según la Organización Mundial de la Salud, una vez que en un país se alcanza la tasa de 10 homicidios por cada 100 000 habitantes se considera que existe una situación de epidemia.
En 2011 la tasa de homicidios en Canadá era de 1.5 por cada cien mil habitantes; en Estados Unidos era de 4.7; en México de 24. En Honduras era de 91.6 homicidios por cada cien mil habitantes.
Un año después, según cifras del Banco Mundial, en esos mismos países el ingreso promedio mensual con relación al producto interno bruto per cápita mensual era: en Canadá de 4351.58 dólares; en Estados Unidos de 4163.75; en México de 811.83 y en Honduras de 188.66 dólares.
Aún sin mencionar la incidencia extranjera en los modelos económicos nacionales, la relación de pobreza, violencia, ausencia de alternativas y migración es obvia. Un círculo vicioso, al igual que todo el negocio y la maquinaria que representa la migración indocumentada.
El ser humano afortunadamente no ha perdido el instinto de sobrevivencia, de búsqueda y de futuro. Valor y coraje ha sido lo que ha impulsado a Oscar Antonio López Enamorado al igual que a cientos de miles de jóvenes de Honduras, El Salvador, Guatemala y México a emprender el camino hacia el norte.
Ese mismo valor y coraje, ejemplo de profundo amor, es el que nos han brindado Ana Enamorado, madre de Oscar Antonio, y las 44 madres centroamericanas y algunas mexicanas integrantes de la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos “Emeteria Martínez” que del 2 al 18 de diciembre de 2013 cruzaron el territorio mexicano en busca de sus familiares. No es fácil levantarse una mañana, despedirse, salir de casa y emprender un camino de miles de kilómetros en busca de hijos desaparecidos, cargando la profunda herida que significan los años de ausencia e incertidumbre. Se requiere de un coraje que sólo puede templarse con el dolor y la indignación, que permite enfrentarse in situ a los padrotes en los prostíbulos fronterizos, a los mercaderes de seres humanos, a funcionarios acusados de represión y corrupción, a escuchar promesas de convenios para la identificación de restos humanos a la par de la negación a buscar a personas vivas, al cierre de puertas oficiales para entablar diálogo, al recrudecimiento de las políticas antimigratorias y la violencia en la ruta de los migrantes, al desmantelamiento de los albergues que sobrellevan heroicamente los defensores de derechos humanos… Y a pesar de eso, junto a los defensores de los derechos de los migrantes, al Movimiento Migrante Mesoamericano, a periodistas y activistas solidarios, las madres consiguieron en su caminar nueve reencuentros familiares, que se suman a cerca de doscientos logrados en los últimos nueve años, una solitaria e invaluable labor en un dramático horizonte de setenta mil migrantes desaparecidos o no localizados. Con su ejemplo y su terquedad amorosa, en el camino, la Caravana también ha gestado la recuperación de nuestra propia historia solidaria, que a pesar de los embates de la desmemoria, permanece en el ADN, fiel a una infinidad de páginas solidarias y luminosas de refugio y exilio centro y suramericano en México.
"Convencidos de que juntos debemos romper este círculo de silencio, les agradecemos a ustedes madres centroamericanas la estafeta de dignidad y, desde este abrazo colectivo, les decimos ¡No están solas!"
Texto y fotografías de Ricardo Ramírez Arriola
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Fragmento de las palabras pronunciadas en Saltillo Coahuila, el 28 de febrero de 2014, durante la presentación del libro “El Círculo. Apuntes de una migración”, libro de su autoría editado en México por la Rosa Luxemburg Stiftung.