Sin embargo, se preguntarán algunos, ¿cómo es posible que un medio de comunicación reciba dos premios por cubrir un juicio de un hecho que no existió? Paradojas del destino, surrealismo, o en todo caso, lo más exacerbado del realismo mágico.
Lo cierto es que para un grupo de intelectuales, académicos, abogados y un sinnúmero de víctimas, entre otros, aun cuando el Congreso de la República haya decretado que no hubo genocidio en Guatemala, y aun cuando el juicio en contra de estos militares fuera anulado, sabemos que sí lo hubo con la misma certeza que, en su momento, usó por ejemplo Galileo cuando la Inquisición lo obligó a retractarse y exclamó su frase célebre: “Y sin embargo se mueve”.
Porque en nuestro territorio, durante el recién pasado Conflicto Armado Interno, que duró 36 años, se dieron no una sino varias masacres en las cuales miles de personas inocentes perdieron la vida de manera violenta. Claro, en su mayoría fueron indígenas, mujeres y hombres, niños y niñas, ancianos y ancianas, que vivían en comunidades perdidas en las más ignoradas de las regiones del país, personas que además vivían sumidas en condiciones de extrema pobreza y que, por lo mismo, a pocos de los que vivimos en las áreas urbanas y contamos con un poco más de recursos económicos, en términos generales, poco o nada nos importan.
Sin embargo, las víctimas están allí. Están las vivas, que prestaron valientemente su testimonio durante el juicio, y están las muertas, cuyos restos cada cierto tiempo emergen de fosas clandestinas y de manera lenta permiten visualizar aunque sea de soslayo ese intrincado y enmarañado tejido sangriento con el que nos cubrimos.
Pero claro, el Congreso, a quien no le compete porque no está entre sus funciones decretó, como si fuera una ley, que aquí no hubo genocidio. Las autoridades actuales, a quienes no les conviene que se esclarezcan estos hechos y se empiece a pedir cuentas, también avalan este tipo de cuestiones, la mayoría de personas de clase media para arriba, también se sienten mejor tratando de ocultar la verdad como si el brillo y el calor del Sol pudieran cubrirse con un dedo.
¿Las consecuencias? Muchas y terribles. Primero, porque demostramos que somos un país, una sociedad que no está dispuesta a aprender de sus errores ni a aceptarlos. Ello conlleva, en todos los niveles, que por lo tanto, estamos expuestos a cometerlos de nuevo, y quizás con mayor fuerza. Segundo, que mientras no se reconozca que hubo genocidio, existirán las víctimas sin la capacidad de poder cerrar el círculo del dolor y de recobrar la dignidad, el respeto que se deben a sí mismos, pero sobre todo, el que la sociedad entera les debe por haber permitido que les pasara lo que les pasó. ¿Qué reforma educativa puede tener éxito si los dirigentes y quienes ostentan algún tipo de poder ocultan, tergiversan y evaden no solo realidades sino sobre todo responsabilidades?
En fin, que en medio de esta telaraña de intrigas que benefician en la actualidad a unos cuantos en detrimento de grandes mayorías, y por ende del país entero, al menos y gracias a premios internacionales, se rescatan trabajos como los realizados por Plaza Pública, que quedan como testimonio fidedigno de un momento histórico que se dio, pero para el que momentáneamente aún no estamos preparados para asumir.
Ojalá no pasen 100 o peor todavía 500 años más para que la sociedad entera reconozca su propio rostro en el espejo y, aun cuando se espante de su propia maldad, como hiciera el famoso personaje de Oscar Wilde, tenga el suficiente coraje para aceptar sus errores y empezar a dar los cambios necesarios para que finalmente, logremos recorrer el camino de la reconciliación y la paz.
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