Por un lado, el origen de la corrupción es a veces difícil de explicar por la compleja confluencia de las motivaciones individuales que dirigen las acciones de los actores. La corrupción y los réditos que estas acciones inmorales representan son, por su parte, un ejemplo claro de las múltiples oportunidades e incentivos económicos que están disponibles y accesibles para el uso indebido de los recursos públicos. Por el otro, es necesario comprender los múltiples beneficios no económicos de la corrupción que se entrelazan con la larga historia de nuestra región centroamericana bajo gobiernos que desde siempre han sido corruptos debido a sus características patrimoniales y oligarcas. Así, salvar una larga historia de errores no será tan fácil en el paso de una o dos generaciones y, mucho menos, será posible en el tiempo que a tantos humanos encanta del cortoplacismo, el show político o los discursos populistas ante públicos sedientos de soma.
Y es que muchos países latinoamericanos sufren de inmensos costes de corrupción. Ante esto, concuerdo con lo poco que he aprendido en esta vida de sociólogos e historiadores, quienes opinan que la democratización y la reforma económica en la región podrían ser la esperanza para el progreso en la lucha contra la corrupción. Aun, y a pesar de, el colosal poder de los gobernantes y las élites que los pusieron en el poder.
En el largo plazo, la corrupción se ha ejemplificado como uno de los costos más altos para el desarrollo. Su poder erosivo ha socavado los cimientos del estado de derecho y ha desalentado la inversión de capitales locales y extranjeros en los países del sur de manera irrecuperable. Pero peor aún, ha marcado y determinado las acciones validadas por muchos actores en la sociedad que quizás jamás podrán corregirse. La corrupción ha destruido las esperanzas de vida digna para millones de personas y ha sido particularmente nociva para los más pobres y desposeídos.
Sin duda, ante un panorama tan oscuro y espinoso, proponer caminos de salida es atemorizante y fácilmente criticable. El día de hoy, correré el riesgo de ser acusado de simplista y propondré algunas ideas que he notado ignoran los medios de comunicación y sus dueños para desviar la discusión de principios al show que cotidianeidad de la corrupción y su situación endémica en la sociedad ofrecen.
En el corto plazo, la corrupción podría ser combatida de distintas formas y requiere de la participación de todos. Primero, es urgente que se haga una promoción y defensa de los derechos individuales y de propiedad tomando en cuenta que es necesario se realice un previo reconocimiento social e histórico de estos derechos. Esto debe realizarse de manera objetiva y racional para con todos los ciudadanos; y se debe llevar ante la justicia a todas las personas que aún esperan un juicio por los crímenes de los cuales se les acusa. Segundo, es necesario que se fomente una mejor y mayor vigilancia de la acción gubernativa a través del análisis de las decisiones públicas que comprenda a los burócratas como individuos con necesidades y debilidades, y no como robots sin intereses políticos y económicos. Tercero, es necesario que se defienda y proteja la reforma en la administración pública y el poder judicial con el apoyo y colaboración de todos los actores de la sociedad local, intrarregional y global con el fin de aprender unos de otros para detener al corrupto de seguir corrompiendo.
Quizás estos tres puntos parezcan simples pero implican principios más complejos. Piensen en ellos como los primeros de una lista que empezamos a escribir. Los invito estimados lectores, a continuar escribiéndola y aportando:
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