El éxito de la entrevista no está basado tanto en la calidad del entrevistador, quien, si bien realizó una de sus mejores entrevistas políticas, titubeó en las cuestiones cruciales y dejó de lado afirmaciones claramente falsas en las respuestas del entrevistado. Hubo, eso sí, preguntas directas, incisivas, mucho más claras y exigentes que cuando piadosamente se dieron esos mismos micrófonos a la vicepresidenta para justificar su inexplicable y acelerado enriquecimiento. El éxito mediático —pero sobre todo histórico— de la entrevista reside casi exclusivamente en la forma relajada y en extremo didáctica con la que el exgeneral del Ejército fue explicándonos el porqué de su fracaso como gobernante. Justificando cínicamente lo injustificable, defendió lo indefendible y en el más ramplón de los autoritarismos se asumió como el jefe supremo de ese desastre. Enseñado, como lo dijo, a tomar decisiones, nos dejó evidencia de que, si bien las toma drástica y enérgicamente, estas son improvisadas, personalistas y tomadas sin considerar contextos ni efectos.
El militar, que durante largos doce meses más será aún nuestro gobernante, cínicamente dijo a la sociedad que en su manera de entender y hacer las cosas no existe ética y puso en el mismo nivel a un político que chantajea a una jueza y a esta que, en su defensa y sabiendo de los riesgos de la visita, grabó una conversación. En su clásico estilo pseudomilitar, las víctimas resultan siendo culpables de los daños infligidos; y los chantajistas, héroes de las causas patriotas. Cínicamente nos dijo que para él no es condenable el tráfico de influencias ni el manejo de plazas laborales siempre y cuando lo hagan diputados de su partido. Sin embargo, condena la presión de la oposición en el Congreso cuando no hace lo que él le pide.
En la óptica cínica del actual presidente, la corrupción solo existe en los mandos medios, cuando las evidencias son grotescas y brutales. Que una granja ayer haya sido justificada como herencia y hoy como compra «a buen precio», sin mostrar un único documento de los montos y las fechas de compra, no aclara nada, pero para él eso no importa. Como no aclara nada ni le importa que denote mala fe que, como su cogobernante, diga que son bienes adquiridos con los beneficios de sus éxitos empresariales, sin indicar claramente cuáles son esas empresas y cuáles los beneficios anuales, con sus respectivas cargas fiscales, que le han permitido amasar tan evidentes riquezas, y remita toda la información a documentos en cuya confidencialidad ellos mismos insisten. Ganancias, dijo, de sus años de militar, sin de nuevo justificar documentalmente esos ingresos.
Cínicamente dejó sin explicar por qué se priorizaron los gastos onerosos y dispendiosos en las redes de salud, caminos y seguridad, dejando en segundo plano los artículos de consumo diario en hospitales y combustibles en Gobernación, poniendo en el último plano el pago de sueldos y salarios. Evidentemente, no dejar recursos para ello respondió a la lógica del chantaje, de la manipulación de las organizaciones gremiales, y no a una planificación por resultados como cínicamente afirmó. La planificación y programación presupuestal por resultados pondría en primer lugar la calidad de los servicios básicos, y no las compras millonarias sin ninguna licitación. Sin tener aprobadas fuentes de financiamiento, lo básico y fundamental: medicinas, gasolina y salarios resultan indispensables para el logro de los resultados. De no ser así, hablar de planificación por resultados resulta, más que demagogia, simple y diáfano cinismo.
Los vínculos del crimen organizado con el financiamiento de su campaña quedaron apenas en el «no recuerdo que hayan apoyado», sin que existiera el «la auditoría externa a las cuentas de la campaña así lo demuestran». Astutamente llegó a proponer evaluación de la Cicig para aprobar su continuación, sin por ello insistir en evaluaciones externas e independientes, olvidando —entrevistador y entrevistado— que la red criminal en el Sistema Penitenciario, liderada por su discípulo y activista Byron Lima, es, clara y efectivamente, un grupo paralelo que fue desarticulado por la Cicig y dejó en evidencia al mismo ministro de Gobernación, sin cuyo conocimiento se realizó la acción. El rosario de inexactitudes, falacias y medias verdades tuvo más cuentas que el musulmán e hizo del entrevistado un excelso predicador del cinismo y la desvergüenza.
El tiempo que la red de televisión y radio más grande del país otorga al general presidente para sus programas propagandísticos fue, posiblemente, la causa que permitió al periodista entrevistarlo con una firmeza y enjundia poco habitual cuando del militar se trata, pues la cadena para la que labora quiso dejar en evidencia que ya no es un medio secundario y que los políticos deberán tomarla más en serio y contratarle aún más pauta si quieren un trato amable. Al reinado de Ángel González se le enfrenta ahora el peso del holding de los Archila Marroquín. Si bien eso puede beneficiar el debate político al existir espacios no sumisos, no necesariamente implicará la democratización de los medios de comunicación.
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