En los últimos días y pensando en que cualquier versión de intervención de Estados Unidos y sus aliados (o aliado) en Siria será considerado formalmente como una guerra, podemos revisar si las causas de las guerras van más allá de lo que se puede relacionar con la economía.
Sin duda alguna, en ciertos casos podrán encontrarse causas más o menos mesiánicas con legendarios líderes cercanos a la locura, o masas movidas por fanatismo religioso; pero no se puede ignorar el ADN común de los conflictos armados: las causas económicas. Desde las guerras mediterráneas del siglo VI, mediante las cuales Atenas asentó su dominio comercial, hasta los siglos XIX y XX cuando el abasto de materias primas para la industria guió la lógica guerrera, éstas han acompañado el ritmo del surgimiento y desarrollo de la economía del mundo occidental.
Incluso las Cruzadas, con el pretexto de recuperar el Santo Sepulcro, llevaban como objetivo real el abrir rutas comerciales. La guerra civil de los Estados Unidos, en el nombre de mantener la Unión y el noble enfrentamiento entre esclavistas y abolicionistas, no reflejaba más que la necesidad de mano de obra para el Norte industrializado, sustrayéndola a la mano de obra esclava del Sur agrícola.
La Primera Guerra Mundial, cuyo hecho desencadenante fue el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, acompañaba una serie de hechos causantes entre los que destacaban la necesidad tanto alemana como francesa de hacerse con el abasto de carbón de las minas de Alsacia Lorena y sacudirse el dominio absoluto de la flota británica sobre las rutas marítimas.
Para la Segunda Guerra Mundial, ya encontramos causas relacionadas con los altos costos de reparación que Alemania debía pagar y que ahogaban su economía, el surgimiento de los gobiernos fascistas como corolario a la crisis de 1929 y una clara competencia por predominios ideológicos relacionados al manejo centralizado de la economía, que luego hizo que se desembocara en la etapa de la “Guerra Fría”.
Las últimas guerras del siglo XX y primeras del XXI, no dejan duda de la necesidad de controlar el abasto de petróleo y, al igual que sucedió con la Segunda Mundial, la utilización del armamento creado como mercancía última de una industria utilizada como disparador de una política anti cíclica.
Quizá ahora sea distinto, los aliados tradicionales que ha tenido Estados Unidos en el campo de batallas recientes no han acompañado la idea de una intervención común y corriente, los costos financieros son demasiado altos, probablemente los número no salen; de una forma u otra, el presidente Obama recién dice que si el gobierno sirio cumple con entregar las armas químicas a la comunidad internacional, tal y como lo plantea Putin, ya no habría razón para intervenir. Ojalá y el mundo pueda crear políticas económicas anti cíclicas que no nos lleven necesariamente a la guerra. No olvidemos cómo en 1919 Keynes publicaba “Las consecuencias económicas de la paz” y en 1942 “Cómo pagar la guerra”.
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