¿Dónde están la evidencia y el dato fiable sobre un cambio climático? ¿Consiste este cambio en un calentamiento global o será el inicio de un enfriamiento que lleve a una nueva glaciación? ¿Qué información nos llega formulada desde un grupo científico serio? ¿Cuál nos llega manipulada por una corporación que obtiene beneficios económicos del abuso en la explotación de recursos, cuál del interior de instituciones de Gobierno poco eficientes y cuál de organizaciones no gubernamentales que en nombre del ambiente buscan financiamiento y negocios?
No queda más que observar lo que sucede, tratar de corroborar los datos en la medida de lo posible y aceptar que, al momento de buscar la razón del desastre, tenemos que atenernos a que ningún fenómeno que afecte a la sociedad es monocausal. Evidencia de lo que sucede en el planeta: por ejemplo, podemos tomar como referencia una publicación de esta semana en el diario El País que nos cuenta que la sexta gran extinción de especies está en marcha a partir del siglo XX, y por causa de los seres humanos. En efecto, las cinco anteriores sucedieron por causas naturales. Por cierto, la de los dinosaurios fue la número cinco y sucedió, al parecer, hace 65 millones de años. Las cuatro primeras fueron mucho más graves y se debieron a convulsiones climáticas o a meteoritos estrellados en la Tierra. Conclusión: esta sexta es provocada por los humanos. La ratio de extinción es ahora 100 veces superior a la tasa normal de extinción, o sea, lo que desaparece en 100 años bajo condiciones normales debería desaparecer en 10 000 años, pero el desequilibrio no es provocado por una acción como la caza o la pesca, sino por los hábitos de producción, distribución y consumo.
La reciente encíclica papal, Laudato si’, es suficientemente clara cuando señala los intereses de grupos económicos que arrasan con las fuentes de vida como responsables de la degradación ambiental, pero también deja su parte de responsabilidad al sometimiento de la política a la tecnología y a las finanzas, lo cual se muestra en el fracaso de las cumbres mundiales sobre el medio ambiente. Es fácil creerlo. Las reuniones de los funcionarios que asisten a las reuniones temáticas multilaterales sobre los diversos temas relacionados con el medio ambiente se desarrollan en las sedes más diversas y remotas, no duran menos de dos semanas y nunca dan resultados.
La encíclica cataloga (tal y como se supone que debe hacerlo) como un mito el control de la natalidad y las políticas de salud reproductiva como una alternativa de solución, pero eso es quizá lo único en lo cual no señala con toda claridad al culpable: el ser humano como especie. Y a partir de esto les sugiero algo, ya que la encíclica toma su nombre de una canto de san Francisco de Asís. Podríamos también tomar la Oración de la serenidad y tener el valor de cambiar aquello que podemos cambiar. El sistema no cambia por sí solo. Quizá la sumatoria de los cambios individuales haga un todo. Cambiemos los hábitos de producción y distribución empezando por los hábitos de consumo e influyendo en ellos. Luego podremos incidir en el Gobierno y en las corporaciones a partir de propuestas de ciudadanos, de técnicos y, por qué no, quizá hasta de algunos funcionarios. Ya vimos que los activistas no lo logran. Tal vez, para empezar, nos caería bien ver o volver a ver el video de La historia de las cosas en su versión al español.
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