El día de ayer se conocía la restitución del nieto #114 de Abuelas de Plaza de Mayo. Esta vez, la Abuela en cuestión es la Presidenta de la Asociación y referente de los Derechos Humanos en Argentina, la Sra. Estela Barnes de Carlotto. Todo un país celebra y también celebramos todos los que sentimos que Argentina es hoy, un país un poco mejor. Como fue cada vez que restituimos a alguno de los bebes secuestrados por la dictadura que azotó al país entre 1976 y 1983.
Si bien es cierto que los abusos a los derechos humanos en Argentina no datan exclusivamente desde el comienzo del genocidio de Estado en 1976, es también cierto que el gobierno militar que toma el poder por asalto ese infame 24 de marzo de ese año, instaura como política de estado la aniquilación sistemática de seres humanos. Más allá de cualquier desacuerdo sobre ideologías o no, jamás un Estado- siendo quien tiene el monopolio de la fuerza- puede tomar las armas en contra de sus ciudadanos. Pero no sólo fue tomar las armas: fueron torturas, abusos sexuales, reducción a la esclavitud y secuestro y robo de bebés y sus identidades, entre otros.
Esos niños, en su mayoría nacieron de mamás detenidas ilegalmente en centros clandestinos de tortura ubicados en comisarías, cuarteles, hospitales militares o simplemente, alguna cocina de alguna fábrica. Esos bebés arrebatados por criminales fueron entregados a distintas familias, muchas de ellas emparentadas con o cómplices de los genocidas. En algunos pocos casos los niños fueron entregados a su familia de origen.
Ellos crecieron con una identidad falsa, quizá- vaya paradoja, admirando – como uno lo hace con los padres- a quienes y repito, en su mayoría, fueron cómplices de alguna manera, del asesinato de sus padres.
Crecieron, jugaron, terminaron el colegio y se hicieron grandes, adultos, con hijos algunos ya. El rasgo que se repite en todos los casos que conozco es el haberse preguntado, una y mil veces, por su origen. Algunos se animaron y se acercaron a Abuelas. Otros no. Considero que las razones para los que se acercan, como para los que no, son todas sumamente respetables.
En definitiva, y parafraseando al Papa Francisco, ¿quién soy yo para juzgar? Estela tiene 83 años. Es de media estatura, sonrisa amplísima y mirada firme. Tiene cierta nostalgia en su voz, que si bien no es muy alta es imposible no escucharla. Saluda a quien se le acerca y no puede evitar ser efusiva con los nietos restituidos. Todos ellos, que se llaman cariñosamente “hermano” el uno al otro, la cuidan, la aconsejan, la abrazan. Y se cuidan, se aconsejan y se abrazan. ¿Quién mejor que ellos entienden lo que se siente haber sido víctimas de tal atrocidad como ser secuestrado a días- y hasta a momentos- de nacer?
A ella y a todas las abuelas, que forman parte de la Asociación les debemos respeto. Respeto por no abandonar la lucha, por no dejarse abatir por las idas y venidas que tienen todas las luchas y hasta la vida misma, por crecer y por ayudarnos a los argentinos a tener memoria y que el derecho a la vida, a la identidad, la justicia, a la reparación son inalienables a todos los seres humanos.
Restituimos a Guido. Se reencuentra una familia vilmente separada por la atrocidad de un estado feroz. Pero también restituimos un poco más de la historia de Argentina, que tanto viene luchando por ser un país mejor.
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(*) Leonor Marín es abogada de derechos humanos de la Universidad Nacional de La Plata.
Publicado en Asuntos del Sur, 8 de agosto de 2014.
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