Por experiencia propia, recuerdo la época de estudio básico y diversificado, en el Rafael Aqueche y en Comercio Central, ambos establecimientos oficiales ubicados en la zona 1 de la Capital. La violencia en distintos niveles y expresiones siempre se encontraba latente, dentro del mismo establecimiento se formaban grupos que luego llegaban a agredirse físicamente. Del Aqueche recuerdo las batallas campales que en el callejón del Sagrario protagonizaban “los de la banda” (la banda de guerra) co...
Por experiencia propia, recuerdo la época de estudio básico y diversificado, en el Rafael Aqueche y en Comercio Central, ambos establecimientos oficiales ubicados en la zona 1 de la Capital. La violencia en distintos niveles y expresiones siempre se encontraba latente, dentro del mismo establecimiento se formaban grupos que luego llegaban a agredirse físicamente. Del Aqueche recuerdo las batallas campales que en el callejón del Sagrario protagonizaban “los de la banda” (la banda de guerra) contra quienes se les ocurriera “los de sexto”, “los de la selección” y una larga lista.
En ese período final de la década de los setenta, las agresiones entre planteles de la zona 1 existían pero no eran algo común, como sí lo han llegado a ser 30 años después. Esa violencia de tipo territorial ubicada en los establecimientos tanto públicos como privados de la zona 1 no era conocida, las agresiones entre Escuelas y Colegios se daban por lo general al final de eventos deportivos especialmente de básquetbol.
La agresión de otros entes contra los estudiantes en esa misma época se incrementaron como resultado del control estatal y la represión sobre los movimientos estudiantiles. En especial de estos dos establecimientos surgieron figuras mártires emblemáticas como Aníbal Caballeros y Robin García; las respuestas y acciones de los estudiantes también eran violentas y los efectos se centraban en diversos bienes como los autobuses incendiados cada vez que se anunciaba un incremento a la famosa tarifa de cinco centavos, o las manifestaciones que arremetían contra vitrinas y monumentos, pero especialmente contra los restaurantes de Pollo Campero, a los que acusaban de ser propiedad de Anastasio Somoza.
Ahora las acciones violentas que provienen del Estado como represor han desparecido, pero las acciones violentas de tipo criminal desde las extorsiones y el negocio de las pandillas se presentan a diario y sin visos de tener fin algún día. La conducta violenta que genera la ebullición hormonal propia de esa edad, los acosos inter estudiantiles existentes en todo centro educativo, las rivalidades entre establecimientos, la violencia común en autobuses y otros recorridos se complementan con la violencia ejercida por maras. Difícil superar la secundaria y no morir en el intento.
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