Los ecos del último escándalo aún se hacen sentir en los medios de comunicación; el evento ya es parte central de múltiples conversaciones privada: “¡¿Ya viste que el candidato, Baldizón, plagió la tesis doctoral?!”. Antes de este incidente, se recordaba el tema del “Harinazo”, la supuesta agresión que sufriera Roxana Baldetti, y antes de esto, el litigio y las acusaciones entre el binomio presidencial y el periodista José Rubén Zamora, todo ello a principios del presente año, pero fácilmente podríamos recordar al menos, unos 20 escándalos más que han acaparado la atención de los medios de comunicación en los últimos años: una larga lista de escándalos que han aparecido como llamaradas en los medios de comunicación y en las redes sociales, para después pasar a formar parte de las numerosas anécdotas políticas que abundan en nuestro medio.
La esencia de esta nueva forma de hacer política es que el escenario principal se traslada al ámbito mediático, ya que importa mucho mantener una presencia constante que posicione a determinado personaje en la mente de los ciudadanos. De hecho, es tan importante mantener presencia, que todos los actores políticos están sistemáticamente tratando de desprestigiar al adversario principal, al que tiene mayor posibilidad de obtener la victoria electoral, ya que en la danza del desprestigio y el escándalo, se posicionan en la mente del ciudadano-votante. Para el observador incauto, lo que se busca es la credibilidad y la adhesión vía el convencimiento, pero en la mayoría de los casos, el objetivo perverso es otro, construir la lógica que ha articulado los procesos electorales desde 1985 a la fecha: la noción del “menos malo” o del “menos peor”.
La lógica del menos peor es simple, pero efectiva: para evitar que llegue un determinado personaje nefasto, votamos por otro que aunque es malo, termina siendo en comparación “menos malo”. La expresión en el 2012 de la entonces candidata a vicepresidenta por el partido CREO, Laura Reyes, lo ejemplifica con toda propiedad cuando expresa su apoyo a Manuel Baldizón: “Si tengo que meterme al río de heces, que sean las menos pestilentes”. Paradójicamente, esa urgencia por evitar que llegue el “menos malo” legitima al vencedor, y posiciona al candidato perdedor en la mente de los votantes, de manera que en la siguiente elección, “le toca”. En la práctica, vía este mecanismo perverso, nadie pierde, excepto, claro está, los actores y partidos políticos que quieran hacer una política más seria y equilibrada.
La consecuencia de esta política del escándalo es que polariza el escenario político, permitiendo que se eliminen las terceras posibles opciones, ya que en la realidad, los opositores políticos que bailan la danza de la política del escándalo, no tienen la real intención de destruir al adversario, sino simplemente engañar con sus acusaciones y señalamientos al ciudadano, que olvida de esa manera los principales problemas del acontecer nacional: la otra cara de la política del escándalo, por tanto, es la política de las cortinas de humo. En medio de ambas estrategias, los partidos políticos mayoritarios gobiernan Guatemala sin necesidad de plantear programas serios, ni de debatir ni proponer los cambios reales que necesita el país:
“En política, el mensaje más sencillo es un rostro humano. Así, el líder se convierte en el producto que contiene todas las excelencias que desea el votante-consumidor. Y, por la misma razón, la destrucción de la credibilidad y de las excelencias del líder son las armas políticas más utilizadas por sus adversarios”. La política del escándalo.
http://es.scribd.com/doc/122888465/4/IV-LA-POLITICA-DEL-ESCANDALO
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