En San José Nacahuil, aldea cakchiquel en el municipio de San Pedro Ayampuc, fueron asesinadas once personas el sábado 7 de septiembre. Otras quince fueron heridas. La historia oficial, es decir, la de las autoridades encargadas de la seguridad o la persecución penal, apunta a endilgar la responsabilidad del crimen a las maras. “Controlan la zona seis y por ello han llegado a San Pedro Ayampuc”, afirma el funcionario. Se cuida de incluir en su sentencia que el supuesto desplazamiento geográfico de las bandas podría tener como origen la instalación de destacamentos militares “para ofrecer seguridad”, en otras áreas.
Otras versiones en cambio, señalan hacia el motivo. Es decir, el punto de partida que debe intentar utilizar cualquier análisis profesional ante un crimen. Y el motivo en estas hipótesis, apunta hacia la oposición comunitaria a proyectos de explotación irracional de recursos naturales. Una hidroeléctrica y una empresa minera en el nororiente de la ciudad. La masacre entonces, además de agredir y eliminar a posibles líderes comunitarios busca lograr el objetivo de intimidar a la comunidad y evitar su acción contestataria ante los proyectos que le resultan ajenos a su concepción de vida comunitaria.
Señalan también las autoridades comunitarias que la acción puede ser usada, como ha sido en otras localidades del territorio nacional, para justificar la militarización del territorio y con ello, garantizar el control territorial y social. La esencia de la única política de seguridad que ha impulsado el régimen actual.
En otra localidad también cakchiquel llegó el luto de la mano del transporte público extraurbano. Oficialmente hay 48 muertos, casi medio centenar de vidas. Un bus con capacidad para 54 llevaba en su estructura a 90 personas. Un piloto que apenas tenía nueve meses de contar con licencia de conducir profesional y quien, según los vecinos, tenía más tiempo como conductor y un historial de accidentes automovilísticos. Desperfectos mecánicos o exceso de velocidad, dice el peritaje inicial, podría ser la causa.
El bus, indican las notas, se precipitó a un barranco en la ruta que de San Martín Jilotepeque lleva a la ciudad capital. Una amiga escribió que “el bus se despeñó por el precipicio de la pobreza y la inequidad”. Porque las víctimas son casi en su totalidad indígenas cakchiqueles en condición de pobreza que sobreviven del comercio entre los dos destinos. Familias enteras perdieron la vida en el siniestro.
Un accidente que pudo prevenirse, como muchos más ya sufridos o, desgraciadamente por sufrir. Bastaba con que las autoridades hicieran su trabajo y garantizaran, en primer lugar, rutas transitables en todo el territorio. En segundo lugar, una fiscalización real y eficiente a las unidades de empresas privadas que prestan servicio de transporte público. Tercero, un control real sobre las cualidades de los conductores, más allá de la emisión de licencias de manejo.
Si las autoridades hicieran su trabajo, no habría siniestros como el de San Martín Jilotepeque ni masacres como la de San José Nacahuil. No habría máquinas de muerte llamadas buses ni estructuras de crimen al servicio de intereses voraces para la destrucción del ambiente.
Hoy hay luto en el pueblo cakchiquel, como lo hubo cuando en San Juan Comalapa el destacamento militar fue utilizado como tumba colectiva de personas detenidas y luego desaparecidas. Hoy hay luto en el pueblo cackchiquel porque la inutilidad gubernamental y la corrupción permiten el funcionamiento de un sistema de transporte mafioso e inservible. Hoy hay luto en el pueblo cakchiquel porque las autoridades han preferido convenir con el crimen antes que ofrecer un estado real de seguridad ciudadana basado en la persona. Hoy hay luto en el pueblo cakchiquel porque las autoridades siguen protegiendo los intereses de empresas explotadoras de recursos naturales en forma irracional. Hoy hay luto en el pueblo cakchiquel porque la inequidad y la miseria son los rostros visibles entre los pobres. Hoy hay luto en el pueblo cakchiquel y debiera haberlo en el corazón de todo el pueblo guatemalteco. Ese sí sería un genuino sentimiento patrio.
Más de este autor