Quienes pasaban cerca, se reían del niño creyendo que no conocía la palabra lustre. Y de refilón, no tomaban sus servicios. Preferían hacerlo con los lustradores del parque, más grandes y chispudos. Grandes en edad y chispudos en lo ruin porque, so pena de agredirlo físicamente, no permitían al chiquillo acercarse a su plaza.
Cierto día, un médico —apóstol de terracería, no de asfalto—, llegó a la Ciudad Imperial con el fango hasta las rodillas. Venía de un recorrido por la Franja Transversal del Norte y, advirtiendo que el niño en mención tenía frente a sí una caja de lustre y estaba desocupado, requirió de su asistencia. En breve tendría que presentarse ante los directivos de la ONG para la cual trabajaba.
Entabló plática con el chiquillo y le preguntó la razón para no anunciarse con la palabra lustre. Incluso, intentó enseñarle la manera de hacerlo: “¡Lustre don, lustre doña…!” El patojito respondió con fatiga: “Yo sé co… cómo se dice lus… lustre, pero si digo lus, me canso me… menos”.
Para entonces, el pequeño había terminado de mal limpiar los zapatos de su único cliente de la tarde. El médico le pagó y partió llevándose en la mente las palabras del lustrador: “…si digo lus, me canso menos”. Eran las 18:30 horas.
A la mañana siguiente, motivado por la frase que recordó obsesivamente toda la noche, procuró al niño en el mismo sitio donde lo encontró el día anterior. Allí estaba anunciándose con voz débil: “Lus, lus…” El médico se percató al momento de que el niño presentaba una palidez compatible con anemia severa. Hubo de ofrecerle desayuno para que el chico aceptara ser llevado a un laboratorio. Primero los exámenes y luego el alimento. Los resultados fueron concluyentes: 5 gramos de hemoglobina para una personita de seis años.
En países de Primer Mundo este valor es casi incompatible con la vida. Ésa era la razón de su fatiga al hablar.
Desparasitante y antianémico le compró en la primera farmacia que encontró y le explicó la manera de tomarlos. El infante no dio razón de sus padres o de alguna persona que pudiera responsabilizarse de la administración de los medicamentos.
Tres semanas más tarde, cuando el médico volvió de lo que según él sería su última incursión al área rural, previo a jubilarse, buscó al limpiabotas y no lo encontró. Los lustradores del parque nada sabían del niño aquel. Convencido de que no lo hallaría volvió taciturno a su vehículo. A subirse iba cuando una anciana, vendedora de periódicos, le dijo: “Usted busca a Lus, ¿verdad?, ni se ocupe de buscarlo más, murió la semana pasada. Murió de broncomonía”.
En lenguaje popular broncomonía significa bronconeumonía.
El médico, abatido, comenzó a deambular por las calles de la ciudad y en algún momento se detuvo cerca del hospital, fijó su vista en un letrero borroso donde, irónicamente, alcanzó a distinguir: Salud para Todos en el año 2000.Un mensaje del gobierno del Presidente…
Era el 1 de octubre del año 2009. Día del Niño en la República de Guatemala.
Lentamente, se bajó de su carro, tomó una piedra de regular tamaño y la estrelló en el letrero. Justamente en la palabra Presidente.
Habiéndose desahogado, recordó que él había hecho sus tesis acerca de la Conferencia Internacional sobre Atención Primaria de Salud de Alma-Ata, celebrada en Kazajistán en 1978. Asoció mentalmente que, en los últimos 50 años, había sido el suceso mundial más importante en cuanto a políticas de salud. Rememoró que, la Conferencia, organizada por la Organización Mundial de la Salud y UNICEF había sido patrocinada por la Unión Soviética para subrayar la importancia de la atención primaria en salud como estrategia para que los pueblos del mundo alcanzaran un mejor nivel de salud. Y también retrotrajo al presente una cruda realidad: Guatemala invertía menos de 50 centavos de dólar al día para atender a la niñez y la adolescencia.
En ese momento, el punto II de la Declaración de Alma-Ata sustituyó, —en sus convulsos pensamientos—, a la frase: “…si digo lus, me canso menos”.
El texto del punto II dice: “La existencia de una gran desigualdad en la calidad de la salud de las personas, entre países desarrollados y subdesarrollados así como a lo interno de los mismos países, es política, social y económicamente inaceptable y es, por lo tanto, una preocupación común de todos los países y no solamente de los países en vías de desarrollo”.
Y el médico decidió postergar su jubilación porque, un médico de terracería, no tiene derecho a retirarse. ¿Quién lo sustituiría en aquellas comunidades?
Posiblemente Lus le haya sonreído desde algún lugar desconocido para nosotros.
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