Así como la semana pasada denuncié a quienes usurpan la figura del Tata cura para hacer cabronada y media en nombre de la religión, hoy, propongo el inicio de un cambio radical en el prototipo de diputados que tenemos.
Debo confesar que no soy experto en administración pública, desarrollo territorial, políticas públicas u otras disciplinas que debieran ser requisito en cuanto su dominio para llegar al Congreso como diputado; pero, no se necesita tener un doctorado para que un ciudadano conozca sus derechos y obligaciones; sin embargo, congresistas hay que ignoran incluso qué significa la palabra diputado. Y la ignorancia va tomada de la mano del irrespeto a la ley y ligada a la comisión de delitos. Conste, en la primera mitad del siglo XX la ignorancia era un atenuante, hoy, es un agravante.
Para quienes vivimos en el interior de la República no es ajeno que, cada cuatro años, una turba de seguidores del candidato que llegó a ocupar una curul anda corriendo detrás del susodicho para que le consiga un chance. La venta de plazas se percibe como algo normal y el cobro de comisiones por obras físicas conseguidas por ellos son el pan de cada día. El resultado final son mamotretos similares al edificio construido para la gobernación de San Marcos: Un fiasco total.
El daño que le hacen al Estado es inconmensurable. Cada nuevo periodo, cuando ya tienen experiencia las personas que obtuvieron un trabajo por cuello, son relevadas por otras de igual inexperiencia en su inicio. Y siendo que, su preparación es cero, viene el desastre administrativo. De esa cuenta, Guatemala no es un país subdesarrollado sino un país subadministrado.
Y como padres de la Patria, muchos no califican. Su comportamiento avergüenza: Se golpean entre ellos, se escupen, se lanzan vasos, se insultan públicamente, orinan en la calle, se justifican en sus procacidades y al final de un ejercicio anual algunos dicen que “pasaron raspadito” refiriéndose a la calificación que tendría que adjudicar el pueblo y/o la prensa.
Hace algunos años, un presidenciable dijo a los candidatos de su grupo: “Como líder de este partido, no quiero diputados que a los tres meses de estar en el Congreso cambien carro, a los seis casa y al año mujer…” Uno de los candidatos que logró llegar al Congreso falló por tres días. Todo lo hizo casi cronológicamente.
Lo más grave del asunto es que logran inmiscuirse en dos sectores que debieran ser sagrados e inviolables: El sector educación y el sector salud. Allí, en esos sectores, los colegios profesionales y las universidades debieran terciar, pero no, lo hacen los diputados y de esa intromisión resultan caballadas que ponen en riesgo vidas humanas o producen analfabetas funcionales.
Las funciones de un diputado están claramente definidas en la Constitución Política de la República, y, sin importarles un comino la Carta Magna, muchos se extralimitan. Una cosa es la auditoría social que deben ejercer y otra el tráfico de influencias.
Los candidatos a diputado debieran ser propuestos no solamente por los partidos políticos sino también por Comités Cívicos, aunque bien sabemos, los titiriteros tienen capacidad para meterse hasta en los Cocodes. Con todo, sería más fácil saber acerca de quiénes son y qué persiguen realmente. A muchos aspirantes a las curules, ni siquiera los conoce el pueblo. De allí la importancia del simbolito del partido. Y son tantos que las papeletas de votación parecen cartoncitos de lotería: El gallo, el puño, el sombrero… ¡Loteríaaaaa!
Igualmente, ayudaría un mínimo de requisitos: un perfil del puesto (que supuestamente existe) y un perfil de candidato. Ello evitaría que llegaran al Congreso los ignotos, fracasados de otros tablados (Vg. la academia) y aprovechados de primer orden (esos sí son listos). Los provenientes del segundo entorno (el fracaso), son los que se aferran a la política para sobrevivir y, cuando triunfan en unas elecciones, su misión es obedecer única y exclusivamente a su patrón.
Usualmente, los candidatos dependen de quienes les financian la campaña. Ello explica por qué, hasta al mismísimo Presidente desobedecieron en relación a aprobar la Ley de Desarrollo Rural. Esos traicioneros tenían que obedecer a sus amos, no al pueblo.
Haga usted la cuenta estimado lector, ¿cuánto cuesta comprar una casilla y cuánto se recibe en salarios al final de los cuatro años si gana las elecciones? El saldo es negativo. ¿Quién en su sano juicio haría un mal negocio a sabiendas de…? Por eso digo: El Congreso es un chorro abierto para las arcas del Estado.
Ese modelo de diputado está agotado, es tiempo de discernir un cambio radical.
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