¿Qué ha sido de los mil 535 que no han sido hallados? Solamente han aparecido mil 463. Y, desde que el sistema de Alerta Alba-Keneth fue creado en agosto de 2010, los desaparecidos suman más de 4 mil 500 entre niños y adolescentes.
A los datos anteriores hay que sumar aquellos casos que por temor o por un equivocado concepto de: “es más peligroso”, no han sido denunciados.
Los primeros estudios están demostrando que la causa principal de las desapariciones es la trata de personas, el aprovechamiento económico y la explotación sexual. Ello explica por qué, de los 2 mil 964 desaparecidos/as, mil 919 son mujeres.
La forma en que son sustraídos de su hogar o de los brazos de sus padres es variopinta. Desde el arrebatamiento de un infante en una sala cuna hasta la coacción por parte de pandilleros para que los adolescentes se les unan con fines delictivos. O simplemente, han desaparecido como si se hubiesen evaporado.
En Alta Verapaz, el impacto de estos anómalos hechos se percibe atenuado. Según informes de prensa, de 49 casos aparecieron 43 (31 mujeres y 12 hombres). Sustancial diferencia con otras regiones del país. Todos sucedieron en las cabeceras municipales o en la departamental. Ninguno en el corazón del mundo q’eqchi’. Así, la razón nos inclina a pensar que la diferencia puede estar en la unidad familiar y la manera en que los q’eqchíes educan a sus hijos para la vida. No me refiero a la educación formal (¿?) sino a la forma en que ellos enseñan a los suyos a enfrentar el hoy, el aquí y el futuro.
¿A qué me refiero concretamente? Analicemos algunos escenarios.
De inicio, en el orbe q’eqchi’, el método de enseñanza de la moral es más persuasivo que impositivo, se mantiene hasta la juventud y es común en todas las familias. La corrección de niños y niñas en el interior de Alta Verapaz es muy propia. Nunca se corrige con imposición o golpeando, con gritos o movimientos bruscos, sino con respeto, sin exigir, diciendo las cosas calmadamente y sin exteriorizar cólera o violencia.
Los ancianos juegan un papel muy importante en esta manera de educar. Primero enseñan a discernir entre el bien y el mal, luego, fomentan convicciones (no arrancan decisiones) para optar por el bien, por su bien, el de su cultura, el de su cosmovisión. Y también, juegan un papel muy importante en la unidad familiar y la cohesión de los núcleos poblacionales. Muy difícilmente, una niña o un adolescente se quedan solos en su casa. Y cuando salen hacia algún lugar que puede ser la escuela o el poblado más cercano, siempre van acompañados, frecuentemente, de una anciana o un anciano (que no significa senil).
Diferente es en las cabeceras municipales. Allí, ya ha habido contaminación con ese mundo “civilizado”: De televisión por cable, de manera de hablar y vestir diferente, de música foránea que invita al sexo licencioso y a la violencia, de cabello erecto por gelatinas y corte insólito. Allí, se ha perdido por completo ese pilar de la conciencia social de los pueblos que se llama educación para la vida.
Y mucho más disímil es en las grandes urbes. Entre otras, la ciudad capital. Allá, en un alto porcentaje, las niñas y los niños tienen contacto con sus padres dos veces al día: Cuando de madrugada se despiden para ir al trabajo y a la escuela, y cuando al final del día, cansados todos, escasamente se dan las buenas noches. ¿Qué actividad de integración puede haber entonces? Y por favor, no se me diga que se trata “del progreso” porque las urbes parecen ir en retroceso.
¿Razones para decirlo?, muchas. Entre otras: Hace no pocos años, fue un secreto a voces la desaparición de una persona en la ciudad capital, la buscaron por aire, mar y tierra y no se le encontró. Tres semanas después apareció narcotizada deambulando en una calle del actual centro histórico y el médico de la familia determinó, —después de los exámenes pertinentes—, que tenía una cicatriz quirúrgica en la región lumbar derecha. Un riñón le había sido extraído. ¿Por qué sucedió? ¿Se trató de un caso de tráfico de órganos? ¿Cuál fue la razón por la cual guardó silencio la familia? Sepa Judas, pero sucedió.
¿Será acaso el tiempo de repensarnos como sociedad? Quizá en el “área rural” encontremos o reencontremos los citadinos la respuesta.
Mientras ese momento llega, mil 535 niños “de las ciudades” siguen desaparecidos. Esperemos que pronto estén de vuelta, con vida y salud.
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