El libro es una caricatura épica donde pondera virtudes heroicas de su persona y no tiene prólogo. En su lugar, escribió una exaltación de sí mismo.
Un prólogo da razón del libro, de su autor y ayuda al lector a una correcta inmersión en la obra. Pero siendo del mesiánico Serrano, ¿quién en su sano juicio lo habría escrito?
El refugiado (¿?) expresidente pregona haber nacido en una familia donde la política era el tema del día a día pero no cuenta que su padre, político y abogado, saltó de revolucionario a contrarrevolucionario en menos de una década y ocupó el puesto de ministro de gobernación de Carlos Castillo Armas. ¡Vaya fuente de donde bebió sus primeras lecciones!
Por mucho que vocifere, no podrá quitarse el endoso de: Haber presidido un Consejo de Estado en 1982, deformación de parlamento que avalaba las gracias y desgracias de Efraín Ríos Montt; haber provocado un autogolpe de Estado para hacerse del poder omnímodo en 1993; imitar al felón de Fujimori para convertirse en un dictador a perpetuidad; y, perseguir a periodistas y al mismísimo Procurador de los Derechos Humanos quien, por esa razón, anocheció huido y amaneció Presidente. De no haber sido por Otto Pérez Molina, Ramiro De León Carpio probablemente habría muerto durante el Serranazo. Y es de reconocer que la actitud de acatamiento del ejército al fallo de la Corte de Constitucionalidad evitó un baño de sangre.
Tampoco podemos olvidar los guatemaltecos el ridículo internacional en que nos situó cuando, durante la primera visita del Papa Juan Pablo II a nuestro país, por congraciarse con Ríos Montt, le faltó el respeto al Pontífice en el aeropuerto olvidándose de que, más allá de sus funciones como jerarca católico, Karol Wojtyla ostentaba la Jefatura de Estado del Vaticano.
Ah, sus gracias no terminan allí. Sin consultar al pueblo, durante su gobierno reconoció la independencia de Belice, y aunque sabemos que esa es una batalla perdida, debemos salir de la misma lo más decorosamente posible. El canciller era nada más ni nada menos que el alcalde ad aeternum de la ciudad capital de Guatemala.
Otra galanura digna de recordar es que, ya montado —allí sí— en la guayaba, provocó con sus adláteres un apretacanuto para dejar a Monseñor Quezada Toruño fuera del puesto de Conciliador. No lo habría logrado de no ser porque, la Conferencia Episcopal de Guatemala, ante la actitud insultante del aprendiz de dictador, sugirió al —en ese entonces— Obispo de Zacapa y Chiquimula, retirarse dignamente. Don Rodolfo Quezada ya había logrado sus objetivos y no tuvo objeción alguna, total, la paz ya estaba conseguida.
Ahora, nos queda discernir: ¿Por qué desea ese perjuro volver a la Patria? ¿Acaso no la insultó y denigró? ¿Cuáles son sus propósitos? ¿Qué componendas está urdiendo y con quiénes? Porque, lanzarse a publicar un libro con semejantes contenidos significan, como diría un amigo de infancia: “Otros cincuenta pesos”.
De poner un pie en Guatemala tendría que ir directamente a la cárcel pero, como en Nunca jamás suceden hechos insólitos, ya hay precedente en cuanto que Gustavo Espina Salguero, su vicepresidente en aquella parodia de gesta, regresó y anda “libre, libre al fin, como una paloma…”
Lástima grande que la SAT no pueda alcanzarlo en Panamá. Antes de pensar en regresar debiera explicar el origen de su fortuna porque, si es legítima, tendría él que estar dando clases de economía en Harvard.
De lo que sí puede presumir es que, en su soso intento de aquella vez, logró cohesionar a la sociedad guatemalteca y, amparados todos en el histórico fallo de la Corte, se le mandó al carajo. La realidad: Nunca había existido similar unión entre tan diversos grupos.
¿Soportará Guatemala otro Serranazo? No lo sé, pero seguro estoy: ¡No lo permitiremos!
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