Austeridad dice el diccionario, es un sustantivo que denota la calidad de austero(ra). Significa: “severo, rigurosamente ajustado a las normas de la moral”. Otros usos refieren a sobrio, sencillo, sin ninguna clase de alardes. No hay mención de teoría o modelo económico. Muy popular últimamente en círculos económicos neoliberales, deduzco entonces que el vocablo se ha vuelto un eufemismo de las políticas económicas de ajuste estructural de los años ochenta.
Buscando un poco más, me topo con un economista rumano, Nicolae Georgescu, quien al parecer fue uno de los fundadores de la economía ecológica y allá por los años setenta también hizo uso del término. El matemático y economista argumentaba que el crecimiento económico no era necesariamente la solución de los problemas económicos, sino que recomendaba que dada la limitación de los recursos naturales, la tarea era: reducir, reciclar y reusar. La teoría de las tres erres. El investigador utilizaba en este contexto el tema de austeridad como uno de ahorro: energético y material. Su crítica iba dirigida a los países industrializados y su uso desmedido de los recursos naturales.
Hace unos días, comentaba lo anterior con un profesor de geografía ambiental de la Universidad de Montana. Él me decía que cuando pensamos en el medio ambiente, se debe pensar en la teoría de las tres erres, pero también tenemos que ser conscientes de las tres “es”: economía, ecología y equidad. Yo interpreto que cuando reusamos, reciclamos y reducimos nuestro consumo, debemos considerar que mientras buscamos una economía garante de la sostenibilidad ambiental con trabajos dignos, no podemos dejar de lado el concepto de equidad. Y yo agregaría una cuarta e, la de la ética.
El fracaso de las políticas de austeridad es obvio por donde quiera que uno mire. Dos grandes laureados en economía, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, son sus más agudos críticos. El primero indica que la austeridad no funciona ni funcionará en economías tan grandes como la europea y la estadounidense, y el segundo se ha referido a la receta como de suicida para Europa, eventualmente con repercusión mundial.
Además, dichas políticas evidencian no su rigor, sino que su doble moral y sus alardes. En efecto, este “régimen del orden” se hace de la vista gorda al exonerar de impuestos a las clases más pudientes; se vuelve laxo con regulaciones que ponen en peligro al medio ambiente y dan paso a juegos de ruleta con pérdidas billonarias a lo JP Morgan; premia con onerosos bonos a ejecutivos irresponsables o transa negocios de armamentos con economías fuertes. Pero al mismo tiempo, al erosionar al sector público bajo pretexto de ahorro y eficiencia, produce altas tasas de desempleo en las clases trabajadoras; reduce drásticamente la inversión en educación y salud arriesgando el bienestar de generaciones futuras; repercute en la pobreza; ensancha las inequidades y pone en vilo a todo el sistema capitalista que dice querer preservar. Un “sociocidio” en palabras también de una analista francesa.
Visto así el panorama mundial, bien vale la pena dar paso a políticas anti-austeridad que retomen el tema de la distribución equitativa de los recursos. Así lo empiezan a entender algunos estudiosos en América Latina, y así parece haber sido el tono de las conversaciones del G-8, cuestionando la austeridad y retomando el tema del estímulo económico durante la reunión que el presidente Obama sostuvo con su homólogo francés François Hollande y la reticente canciller alemana Ángela Merkel. Otros insisten en que se necesita un replanteamiento completo del sistema capitalista como tal. Así lo siguen demandando movimientos ciudadanos esta semana (entre ellos Occupy Wall Street) que protestan con ocasión de la reunión de representantes de la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) en Chicago.
Así pues la tal austeridad, si bien podría ser útil al menos en el contexto ambiental, no es un modelo económico ni un nuevo tratado virtuoso que pretende subvertir el sistema económico para volverlo más eficiente. Cualquier ensayo de economía sostenible y de crecimiento tiene que incluir la equidad como condición sine qua non, replanteando seriamente la ética, reflejada esta en mayor escrutinio, transparencia y rendición de cuentas en la toma de decisiones económicas y financieras tanto de los gobiernos como de las empresas.
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