«Estamos acostumbrados a ver, e incluso a aceptar, que a medida que se alternan los gobiernos se acumulan los problemas. La marginalidad, la desocupación, la inflación, la falta de viviendas, el deterioro de nuestras relaciones de poder internacional, el congestionamiento urbano, la pobreza extrema y las deformaciones en el espacio geográfico, son problemas antiguos cuya gravedad aumenta día a día. Nos hemos adaptado a convivir con ellos», afirmó Carlos Matus cuando presentó su libro titulado Adiós, señor presidente.
Dicha alocución se suscitó hace 35 años en Caracas, Venezuela. Y tan certera fue la apreciación del intelectual andino, que siete lustros después la lista de la desigualdad no solo ha crecido, sino que se ha profundizado, es decir, resultaron proféticas las palabras de quien ejerció diferentes cargos públicos, entre ellos ministro de Economía, Fomento y Reconstrucción durante la presidencia de Salvador Allende, en Chile, en los 70 del siglo pasado.
Una de las tesis del experto señala cinco puntos en el oscuro túnel por el que atraviesan algunos países del hemisferio. «La política está desenfocada, los políticos no se preparan para gobernar, prevalece un sistema de baja responsabilidad, los partidos en realidad son clubes electorales y hay un distanciamiento entre las organizaciones partidarias y el grueso de la sociedad», enumera.
Al sustentar ese planteamiento, queda en claro que los políticos crean sus propios problemas con base en sus intereses, de forma que ignoran las demandas populares. También anota que apuestan por la improvisación, la experiencia y se consideran idóneos para hacer gestión merced a la preparación universitaria, cuando deberían apoyarse en las ciencias y las técnicas de gobierno que se han ido desarrollando. «Un médico no necesariamente está capacitado para desempeñarse como ministro de Salud», asevera. La tercera referencia apunta que como nadie le pide cuentas a nadie, se estimula la falta de ética y derivado de esta, la corrupción.
Matus completó su círculo al destacar que los partidos políticos funcionan como clubes electorales, sin instancias de formación de cuadros y dirigentes, por lo que carecen de «tanques de pensamiento que establezcan un perfil de país para el corto, mediano y largo plazo». Asimismo, critica que estas organizaciones sean ultracentralizadas y, por lo consiguiente, permanecen distantes de la gente.
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Guatemala se apresta a vivir su décima fiesta cívica desde que se promovió la denominada apertura democrática, casualmente hace 37 años, dos más de cuando salió a luz pública Adiós, señor presidente. En ese sentido, las perspectivas anuncian que en 2023 habrá, por lo menos, una veintena de aspirantes a la Presidencia de la República, de manera que esa sería la cifra de partidos políticos, aunque podría ser mayor por los que solo correrían por diputaciones o alcaldías.
Frente a ese panorama habrá que preguntarse cuántos de esos institutos tienen una real y consistente estructura partidaria y cuántos son clubes electorales. Según los antecedentes, las valoraciones de Matus siguen vigentes, pues entre fundación y desaparición de partidos que no alcanzan el mínimo de votos para preservar la categoría, el desgaste de los que alcanzan espacio de fugaz conducción y, principalmente, las inconsistencias ideológicas que van más allá de amagar con la izquierda, pero patear con la derecha, o viceversa, en concreto aflora lo de los clubes electorales.
Por cierto, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) se viene pronunciando en cámara lenta respecto de la campaña anticipada; sin embargo, su proceder es un supuesto remedio que nada alivia porque no es la ruta que debería tomar. Al ente rector le vendría mejor conducir jornadas de educación cívica que contribuyan a disminuir uno de los éxitos de los clubes electorales.
Y es que, durante el proselitismo, la práctica partidaria margina la obligada atención que deberían generar los planes de gobierno que muestren quiénes y cómo harán el qué, y en cambio, orienta todos los reflectores hacia las cancioncitas y los shows mediáticos que ponen ritmo a las alegres elecciones; emoción por encima de la razón.
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