No hay duda de que la ministra Amelia Flores y Edwin Asturias, ahora crítico como lo fue antes de dirigir la comisión oficial específica, fracasaron en la gestión de la pandemia de la covid-19. Ella tiene respuesta y justificación para todo, pero su resultado es reprobado. Y él, que haría mejor quedándose callado, siempre encuentra espacios para pronunciarse sobre cómo se debería proceder a pesar de que dispuso de poder y de recursos para hacerlo y, en resumidas cuentas, contribuyó a crear las condiciones actuales.
En ese sentido, la gente sufre los embates del virus en medio de un frágil sistema en el que la dinámica diaria no para porque no se puede ni se debe detener. Por ejemplo, frente a quien cobra en una caja de supermercado desfilan cantidad de consumidores, imagen que en mayor o menor proporción se suscita en todas las actividades comerciales formales e informales. ¿Se deben cerrar? Sí, pero el impacto sería impredecible en términos económicos. Por eso la actividad productiva no se puede restringir, aunque, por supuesto, es preciso marcarle pautas.
Fiestas masivas, colas para ingresar en un restaurante o en un espectáculo, ¿se deben prohibir? Claro que sí. Estas acciones, en estos tiempos más que increíbles, son un golpe a la solidaridad y al bien común, ya que los riesgos son tanto para quienes bailan, gritan, patalean o se preparan para alcanzar su mesa como para las personas que en mala hora se cruzarán en su camino luego de que la música termine o concluya la ingesta de alimentos. Muy diferente es el caso en el que se respetan los aforos y quienes los ocupan cuidan su espacio y fijan el distanciamiento.
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Vale apuntar que, a lo largo de año y medio, Guatemala ha caminado y superado los diversos obstáculos causados por la enfermedad. Hasta ahora el reconocimiento ha sido para el personal de salud. Sin embargo, también deben reconocerse otras instancias, públicas y privadas, que, con el tiempo sin límites o parcial en el que asumen sus tareas, han propiciado que el día a día camine. Por ejemplo, ¿alguien ha visto el movimiento en la Torre de Tribunales? Por las diferentes plantas de ese recinto desfilan detenidos, policías, fiscales, jueces, abogados y una larga lista de individuos cuya función es esencial porque ¿qué ocurriría si sus puertas no abrieran o se redujera la atención?
Por las calles circulan taxistas que van y llevan a usuarios que deben ir o retornar porque su desplazamiento es indispensable, no por inclinación lúdica. En la misma línea, el transporte urbano y extraurbano es esencial, ámbito en el que las autoridades deben vigilar el cumplimiento de los protocolos de prevención, tarea difícil más allá de la ciudad y en la que debe entrar en escena el criterio de quienes lo abordan, aunque esto es bastante complejo.
La educación es una arista sensible. Quienes saben del tema tienen claro lo que ha representado para la niñez internarse, cuando puede, en una pantalla en lugar de vivir los días en la convivencia codo a codo en un salón o patio de escuela, etapa clave en la formación humana. Asimismo, la enseñanza superior ha padecido un obvio descenso cualitativo cuyo impacto va hacia la disminución de las capacidades competitivas. Aquí es de reconocer el aporte de maestras y maestros que han buscado rutas complementarias para no quedarse perdidos en la virtualidad.
Hablar de covid-19, con su secuela trágica entre angustias continuas y esperanzas permanentes, motiva que, cual inmenso océano, Guatemala navegue entre las aguas revueltas a las que saltan pescadores con intereses sectarios, un gobierno que naufraga sin brújula y grupos o personajes que, amparados en la corrupción galopante, llevan agua a su molino. En ese recorrido dramático, por ahora la crisis no da visos de que aflore una oportunidad que permita cambiar el rumbo.
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