¿Cómo se comunica e informa usted? ¿Logra desprenderse del móvil inteligente mientras se ejercita, conversa, lee un libro o ve una película, por ejemplo? ¿Sabe cómo identificar si lo que consume por las redes sociales es contenido fundamentado o falso? ¿Se da cuenta de si la tendencia es espontánea o inducida desde los denominados netcenters?
Si usted no puede vivir sin su teléfono celular, tal vez padezca nomofobia. Si al estar concentrado o concentrada en una plática, en la trama de una lectura o en la proyección de un programa radiofónico o televisivo presta más atención a la pantalla del móvil, es probable que incurra en ningufoneo o phubbing, como se ha acuñado el término en el ámbito global. Y si descubre las intenciones en la construcción de los mensajes que circulan de forma masiva, felicitaciones.
Indudablemente, la comunicación es la gran auxiliar y guía del ser humano. Imaginemos un mundo sin ella. Dada su trascendencia, la comunicación es consustancial a mujeres y hombres. En el recorrido histórico, la pintura rupestre, la imprenta, el periódico, el telégrafo, la radio, el cine, la televisión, la computadora y el Internet, entre otros recursos, la han hecho fuerte e indispensable.
Expertos identifican como comunicación 1.0 a la que viene de tiempos ancestrales y que reinó por siglos. Se caracterizaba por que los medios masivos controlaban y el público cumplía un papel pasivo. A finales de los años 90 e inicios del nuevo milenio irrumpió la comunicación 2.0, promovida por las redes sociales, las cuales democratizaron el flujo informativo. Y ahora atravesamos la era de la comunicación 3.0, que, por un lado, sepultó la incidencia unidireccional de los medios periodísticos y, por otro, empodera cada vez más a una ciudadanía que ha dejado de ser simple receptora y ha pasado a ser emisora. Y es que las redes sociales son los puntos de mayor atención y solo existe lo que en ellas se divulga.
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Vale subrayar que, en esencia, el fondo no ha cambiado, que el quid es la forma. Si información es poder y la comunicación es el vehículo para unir o desunir a la gente, desde siempre manos y mentes creativas, para bien o para mal, han buscado dirigir el lleva y trae. Como nada ni nadie es perfecto, los medios tradicionales a veces solapadamente manipulan los hechos. Hoy las faltas éticas también se suscitan en las esferas de la virtualidad.
También se debe resaltar que la hoy omnipresente Internet es uno de los efectos de la Guerra Fría, el largo pasaje motivado en la segunda mitad del siglo pasado, cuando Estados Unidos y la entonces Unión Soviética comenzaron a librar el pulso por la conducción del mundo. En ese marco, el gigante del norte empezó a potenciar sus fortalezas con el proyecto Advanced Research Projects Agency (ARPA), del que se han derivado diversas y exitosas iniciativas en comunicación y tecnología, coronadas con las redes sociales.
Por supuesto, el desarrollo de la comunicación aporta luces. El periodismo debe profundizar su autocrítica y trabajar en su reinvención para recuperar el sitio que una profesión debe ocupar en una sociedad. Asimismo, el que cualquier individuo tenga a un clic la posibilidad de decir lo que piensa y cree ha significado un salto monumental que superó la barrera del, usualmente, impenetrable criterio del quién y cuándo, potestad de los medios de comunicación masiva.
Sin embargo, la modernidad genera sombras. La libertad de expresión se puede torcer y golpear la dignidad de las personas. La ausencia de reglas o el quebrantamiento de frágiles candados permiten el peregrinaje de noticias falsas o tergiversaciones que destrozan la verdad y confunden. Sufrimos desde incomunicación, como ignorar el entorno por prendernos del móvil o ser víctimas de manipulación por no ubicar el contexto ni el juego de actores sociales. Ojalá despertemos o durmamos con un ojo abierto, pues no todo lo que brilla es oro y la desinformación 3.0 es peligrosa.
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