Las razones que llevan a los jugadores a boicotear los playoffs de la NBA son el incidente en el que un agente de la Policía de Kenosha, en el estado de Wisconsin, disparó por la espalda contra Jacob Blake. Este hecho, unido a las protestas causadas por la muerte de George Floyd, le dan nuevo impulso al movimiento Black Lives Matter y a las protestas sobre el racismo en un momento muy cercano a las elecciones y que coincide con la celebración de la convención del Partido Republicano.
La NBA estuvo en un momento clave para decidir sobre la continuidad de una temporada ya marcada por la pandemia. Al igual que la UEFA, escogió a Lisboa para darle cabida a la Champions de este año en un ambiente seguro contra la pandemia. Los dueños de los equipos escogieron el campus de Walt Disney World en Orlando, Florida, para refugiar a los equipos de la competición. Una burbuja en todo orden, muy similar a la que se estableció en Australia para la liga de futbol de este país al concentrar todos los equipos en Brisbane.
La actitud de los jugadores estuvo a punto de llevar a la cancelación de la temporada, lo que habría afectado a un negocio de enormes dimensiones económicas. Las consecuencias podrían haber llevado a un paro patronal, con la anulación del convenio colectivo, que, por ejemplo, habría significado que los jugadores no cobraran sus salarios, que andan en promedio por los siete millones anuales.
Si estos eventos, que son parte de un ambiente convulso en los Estados Unidos, son capaces o no de generar una masa crítica que influya en los resultados electorales, ello solamente será visible en noviembre. La vieja alineación de pan y circo para mantener contentas a las multitudes está fallando en ambos extremos. Sin embargo, nada puede garantizar que negarles el entretenimiento a las masas que requieren ser alimentadas permanentemente en su afán de ocio podría resultar en una catapulta de un cambio político.
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Por ahora, las encuestas miden el descontento del manejo de la pandemia, pero no son un diagnóstico definitivo de lo que puede pasar hasta las elecciones.
Lejos de la burbuja sanitaria de Disney World, en otras burbujas, la convención del GOP tuvo como momento estelar el discurso de Melania Trump, quien, aunque puede tacharse de desconectada de la realidad, fue de hecho la única persona que se refirió a la pandemia, ignorada completamente en los pronunciamientos de funcionarios públicos que advirtieron hasta el cansancio sobre los supuestos riesgos y catástrofes de la irrupción de los demócratas en la administración pública.
Esto no fue tan diferente a la convención demócrata, que acudió a sus viejas glorias para reavivar una agenda política en la cual se cerraron temporalmente las fisuras con la feligresía progre que cree en AOC o en Sanders, pero que irradia una peligrosa corrección política, la cual por lo pronto se ha encarnado en un revisionismo histórico que considera adecuado tomar el rumbo fascista de cambiar etiquetas de productos, renombrar libros y derribar estatuas.
La vieja fórmula de avivar los miedos de un electorado del cual está probado que es fácilmente manipulable está más viva que nunca.
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