La escritora Virginia Woolf (1882-1941) destacó en la primera mitad del siglo XX por sus aportes literarios y ha mantenido vigencia porque sus ideas y su obra son fuentes de consulta. Adicionalmente, es uno de los referentes del movimiento que reivindica el papel de la mujer, ese que a lo largo y ancho del planeta y con diferentes tonos ha logrado, a pesar de resistencias, significativos avances en favor de la igualdad.
Cito a Woolf porque su pensamiento arroja luces sobre las relaciones humanas y abona a reflexionar en torno de un tema que esta semana gana espacios porque se conmemora el Día Internacional de la Mujer, avalado desde 1975 por la Organización de las Naciones Unidas.
Dicha atención, que debería ser un reconocimiento y un respeto diarios, contribuye a motivar que la participación de la mujer se dé en un marco de oportunidades y desarrollo, una materia que aún no aprueba la mayor parte de las sociedades porque continúa imponiéndose la fuerza de costumbres arcaicas.
En ese sentido, para quienes sin saber o por querer descalifican el término perspectiva de género, es bueno que sepan que se asocia con una categoría de las ciencias sociales para explicar y hacer entender las prácticas patriarcales que en nada benefician a la humanidad.
Inicialmente, es necesario indicar que sexo y género no son lo mismo. El primero se enfoca en los aspectos biológicos, como los órganos sexuales y los aspectos fisiológicos. Mujeres y hombres somos iguales porque somos seres humanos, pero diferentes debido al sexo. Por su lado, género comprende la construcción derivada de creencias y atribuciones dadas por una sociedad o cultura.
A propósito de género, palabra que entre ignorancia y machismo algunas voces tergiversan, es preciso subrayar que sus usos y definiciones son diversos. Por ejemplo, se emplea para identificar particularidades en el cine, la música y el periodismo. Asimismo, lo hallamos en la gramática cuando divide en masculino y femenino a sustantivos, artículos, adjetivos, pronombres y participios.
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Perspectiva de género conlleva entonces un punto de vista que analiza por qué la sociedad ha definido el comportamiento de los sexos. Por ejemplo, que el rosado es para niñas y el azul para niños; que la mujer lave, planche y cocine, y que el hombre sea el jefe del hogar y ocupe la cabecera de la mesa en la casa o en un restaurante.
Merece resaltarse que, como la ciencia es grandiosa, nuevos estudios corrigen o empiezan a aclarar una imprecisión acerca de las actividades prehistóricas, entre ellas la caza y la recolección, que, según muestran las evidencias, no habrían ocurrido como se ha venido creyendo.
Sumarse a las posturas en pro de la perspectiva de género significa no caer en la inequidad de valorar más al hombre que a la mujer. Por el contrario, son el resorte para promover el rechazo a la marginación, la opresión y la represión, que han sido constantes a lo largo del tiempo como consecuencia de que la diferencia sexual induce a la desigualdad social.
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Hoy, que el 8 de marzo abre margen para pintar de violeta el horizonte, también puede ser un buen día para no limitarlo a la coyuntura, a lo políticamente correcto o a repudiarlo sin más, sino a ahondar en el análisis y la trascendencia de la perspectiva de género y de los grandes puntos que esta propicia para una mejor convivencia.
Rosa de Luxemburgo (1871-1919) expresó: «Quienes no se mueven no notan sus cadenas», palabras apropiadas para las personas que actúan sin meditar, lo cual ocurre cuando fomentamos prácticas injustas. Reconozcamos que en el mundo hay hombres y mujeres y que ellas también dejan huella. Sin duda, falta ponernos las gafas violetas, como recomienda la catalana Gemma Lienas.
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