Sobrevivió a un paro cardíaco a los 94, pero una infección, la mala atención y la negligencia en el sistema de hospitales públicos sellaron sus últimos días. Si su muerte fue muy dolorosa, aunque inevitable, fallecer lejos de su casa, sin ningún familiar a su lado, representó un final indigno para alguien que trató de llevar una vida sencilla pero digna.
Mi tía se dio a la tarea de recolectar anécdotas del papito Coca entre los miembros de la familia. Con 4 hijas, un hijo, 11 nietos y nietas y 12 bisnietos y bisnietas, era de esperarse un recuento bastante surtido de tantas historias de la vida de un hombre tan consecuente y sereno, con tacto y sabiduría en momentos precisos en los que había que adoptar una postura, con humor y brillantez para rebatir o eludir cualquier argumento. Lo que más me gustaba de él era que, para ser un hombre con muchas virtudes y una fe católica muy arraigada, se cuidaba mucho de ir evangelizando o moralizando.
Mi abuelo nació al final de la Primera Guerra Mundial. No logró terminar sus estudios y, pese a ello, era un ávido lector. Tenía 24 años cuando la Revolución de Octubre. Diez años bastaron para que el humanismo y los primeros esfuerzos de democratización de los gobiernos revolucionarios guiaran su formación ciudadana y su oficio de tipógrafo. «De diligente obrero», como dice mi mamá. No me queda la menor duda de que mi abuelo fue uno de tantos cientos de trabajadores y obreros beneficiados gracias al Código de Trabajo y otras políticas sociales emanadas de los gobiernos de Arévalo y Árbenz, sostén de una nueva estirpe de familias de clase media (al menos urbanas) y trabajadoras de las cuales surgirían luego universitarios, profesionales, intelectuales, académicos e investigadores, todos ellos visionarios de un nuevo proyecto nacional.
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¿Qué habría pasado si se hubiera dejado intacto el proyecto democratizador de Arévalo y Árbenz? Sé que la pregunta es retórica, pero la historia y la evidencia apuntan a algo mejor que el desastroso legado de represión, violencia y retraso social de la Liberación. Irónicamente, esta semana nos lo tiene que venir a recalcar y recordar el escritor devenido conservador Mario Vargas Llosa cuando presente su última novela, Tiempos recios, sobre el gobierno y la derrota del presidente Árbenz.
En todo caso, el papito sabía muy bien la historia de las luchas laborales. Conversando sobre el primero de mayo y el Día Internacional del Trabajo, relató con precisión las huelgas de trabajadores en Chicago que dieron origen a las ocho horas laborales. «Ocho horas para trabajar, ocho horas para descansar y ocho horas para el ocio», le contó a mi esposo, historiador de movimientos laborales, unos años antes de su muerte. Y tan consecuente era que, después del derrocamiento de Árbenz, a la hora de asistir a las urnas para confirmar a Carlos Castillo Armas en el poder, el abuelo votó no en su papeleta en unas elecciones donde el voto aparentemente no era secreto. Me ilusiona pensar que fue parte del 1 % que votó en contra de Castillo Armas en octubre de 1954.
Con esta columna cierro mi octavo año escribiendo para este medio. Al hacer un balance de la vida del abuelo, que estuvo cerca de llegar a su centenario, me preocupa la Guatemala que se aproxima a su bicentenario de independencia, huérfana de demócratas visionarios, como se siguen quedando huérfanos muchos países donde esa simbiosis de pensamiento único de mercado y de elecciones democráticas que heredamos con la ola democratizadora parece no representar ya a grandes conglomerados de ciudadanos que no ven satisfechas sus principales demandas y necesidades.
Está por empezar una nueva década con más incertidumbres que derroteros seguros. Estamos a las puertas de otro régimen conservador en Guatemala que produce apatía y escepticismo. La campaña electoral en Estados Unidos se desarrollará en medio de un potencial juicio de destitución de su actual gobernante. Esperemos, sin embargo, que el fervor que ha nutrido globalmente a muchos ciudadanos por recuperar y reimaginar nuevos espacios políticos, demandar la inclusión sexual y racial y luchar por la sostenibilidad del planeta sean referentes que reproduzcan y alienten a las nuevas generaciones.
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