¿A quién o a qué obedeció usted, señor Ortega? Pregunto porque la avalancha que usted indujo al trastocar la seguridad social de su pueblo provocará —más temprano que tarde— su caída, pero, junto con sus traspiés, el yugo que tenía Nicaragua en el tiempo de los Somoza volverá a sentar reales en todo su territorio.
Daniel Ortega, usted sirvió la mesa. Y, a falta de agallas para decir «me equivoqué», ha esgrimido la mentira al mejor estilo de nuestro presidente Moralejas. Ambos, tal para cual.
Entre sus actitudes y mentiras más perversas resaltan cuatro. No está de más considerarlas.
1. El acoso al que tiene sometido al grupo musical Los de Palacagüina
Por el amor de Dios, ¿no se ha dado cuenta usted de que ese grupo representa la voz testimonial de la nueva canción de América Latina? Y sin él, usted y sus adláteres la habrían tenido cuesta arriba durante la revolución. Tanto así que Sergio Ramírez, hoy Premio Cervantes de Literatura, dijo en 1982: «Yo no sé cuánto debe la revolución a las canciones de Carlos Mejía Godoy, que lograron organizar un sentimiento colectivo del pueblo extrayendo sus temas y sus acordes de lo más hondo de nuestras raíces y preparando ese sentimiento para la lucha». Pero bien reza el dicho: «Mal paga el diablo a quien bien le sirve».
2. Sus alevosos ataques en contra de la academia nicaragüense
Que no son de ahora precisamente. Ya Ernesto Cardenal, el mismo Sergio Ramírez y otros pensadores habían sido acometidos por su gobierno años atrás. Pero la pica en Flandes la puso con su feroz violencia en contra de las universidades y con sus embestidas en contra de cuanta categoría científica haya advertido y denunciado sus desmanes. Se puso usted a la misma altura del fundamentalismo falangista cuando, en la Universidad de Salamanca, el general Millán-Astray (o algún otro maniático) gritó: «¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!». Era la época de la guerra civil española.
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3. Sus insólitas agresiones en contra de la Iglesia católica
No solo de hecho, sino también de calumnia (que es la peor). La Iglesia está acostumbrada a que, como debe proteger al desvalido, se la acuse de comunista y, como debe velar por el bienestar espiritual de todos sus feligreses, incluyendo el de los más pudientes, también de imperialista. De ello sabida está, pero, señor Ortega, pretender que el mundo crea que los curas y «los sotanudos» —como llaman sus achichincles a los religiosos— están proveyendo las armas (¿cuáles?) para derrocarlo a usted es algo así como pretender que ese mundo crea que la Luna es de queso.
Pero ese mundo sí sabe que la mayoría de los obispos, curas y monjas nicaragüenses ya no se prestan para bendecir ni avalar las felonías de mandamases como usted. Créame. Aquí en Cobán, Alta Verapaz (Guatemala), desde donde escribo, también oí la adjetivación de sotanudos a los curas por parte de personas que eran cachurecas, pero que al escuchar la temática de la doctrina social de la Iglesia hicieron mutis a su conveniencia.
4. Sus afrentas en contra de las poblaciones ícono de Masaya y Monimbó
Masaya, señor Ortega, fue la ciudad emblemática que se declaró en rebeldía en contra de Anastasio Somoza Debayle. Y hoy se ha declarado en rebeldía en contra de usted. Le pregunto: ¿olvidó usted que Masaya y sus nueve municipios se dan abasto a sí mismos en materia alimentaria y económica?, ¿olvidó usted que los habitantes de Masaya son descendientes de las tribus chorotegas que comandó el gran cacique Diriangén, latente aún en la conciencia social de dichos pueblos? El barrio Monimbó, señor Ortega, resistió a la mismísima fuerza aérea de Somoza. ¿Olvidó usted que ellos prefieren morir que vivir aplastados? Ante semejante verdad histórica, ¿por qué los acometió? Ah, señor Ortega, cuánta ignorancia la suya. Reconozco haberlo creído más inteligente.
Don Daniel, usted sirvió la mesa para que a su país regrese toda la ralea somocista, abusadora y ladrona. Por tan terrible desatino, la historia lo juzgará.
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