Vivir en Guatemala puede hacer recordar estas frases. La calidad de ciudadano la alcanza alguien, entre otras cosas, al cumplir 18 años. Sin embargo, cuando este se dirige a obtener su identificación, una odisea lo espera al nomás llegar al Registro Nacional de las Personas. ¡Qué difícil conseguir ser persona registrada! Con toda una serie de incomodidades, solamente pretende conseguir un empleo, pagar impuestos, tener un pasaporte para viajar. De hecho, necesita ser una persona ante el Estado, ser un ciudadano, pero durante mucho tiempo lo dejan en condición de anónimo.
Una vez alcanzado el primer sueño (dejar de ser anónimo), intenta incorporarse al sistema. Obediente y no deliberante, jamás pensando en cuestionar, solo quiere incorporarse, pero no la tiene fácil. Es muy probable que pase a formar parte del grupo desterrado, del que tenga que viajar a los Estados Unidos de Norteamérica con la intención de permanecer allá, trabajar y sobrevivir ayudando a su familia con el envío de remesas, que ahora resulta que, siendo la mayor fuente de divisas, está motivando la enfermedad holandesa de la economía nacional.
Pero no solo en su país está difícil la cosa. Ahora, en este 2017, se elevan muchísimo las posibilidades de que lo capturen, lo deporten y entonces sea doblemente desterrado. Y si no se fue dentro del primer grupo y sobrevive al doble destierro, el ruidoso tumulto callejero y los vientos en contra que describía Serrat se le manifiestan en un día a día de traslados riesgosos para su seguridad, en destruidos autobuses urbanos o extraurbanos de cercanías en los cuales los asaltantes llevan la misión de matarlo si no entrega o no tiene mínimas posesiones que estos se puedan apropiar. Y si tuvo la suerte de ser un individuo registrado, que consiguió empleo, que pagó impuestos, que no fue desterrado, tampoco será dueño de su espacio y su tiempo. Si logró moverse en vehículo propio, vivirá pendiente del retrovisor, calculando cuál es la intención del motociclista que va a rebasarlo.
Y en el sentido de la gran metrópoli, más allá de las zonas rojas, probablemente habitará en un territorio que puede estar ubicado en los municipios cercanos, Villa Nueva o Mixco, donde otro problema al llegar al hogar, dulce hogar, puede ser esconderse de las maras. Si vive por San Juan o San Pedro Sacatepéquez, no se esconderá de las maras, sino que del toque de queda de las rondas de patrulleros, que igual lo amenazan y violan sus derechos bajo el argumento de que lo están librando de las maras.
Con todo lo anterior, sumándole que sus ingresos no irán mucho más arriba de los salarios mínimos, con los alimentos subiendo de precio consistentemente y rogándole al poder superior en el cual crea que no se enferme porque el sistema no lo va a curar, podemos creer que tiene los bolsillos temblando y el alma en cueros y que está roto y desarraigado.
Sin tener las expectativas de un Estado que atienda lo mínimo (su seguridad, su educación, su salud), podemos cantarle entonces la tercera estrofa de la misma canción: «¿A quién le importarán / tus deudas y tus deudores / o los achaques de tus mayores? / Así reviente el señor de miedo y de soledad, / con Dios, ciudadano, ya te arreglarás».
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